El ritmo del país y del mundo nos está haciendo extremadamente coyunturales. La agenda de cada día es la agenda de la vida. El horizonte se agota, en el mejor de los casos, en la semana.

Más allá no hay nada, o quizá, un poco de niebla e incertidumbre. Lo cierto es que vivimos al ritmo de los acontecimientos, al paso que marcan las urgencias por cerrar el mes, concluir las tareas inmediatas, lidiar con el tráfico y la inseguridad... y ver televisión.

Las buenas noticias

Eso tiene una ventaja: vivimos el día con tanta extraña intensidad que parece el último. Pero tiene graves desventajas: no hay futuro, porque la coyuntura lo barre. Y no hay espacio para el pasado ni el recuerdo: no hay tiempo y todo se va al sótano de la vida. Y sin pasado, no hay historia. No hay trascendencia, no hay prudencia. Por eso tropezamos diez veces en la misma piedra, repetimos los eventos y escuchamos discursos que suenan a lo de siempre.

La superficialidad es el peor resultado de la carrera por ir hacia ninguna parte; es el efecto de la fatiga sin sentido, de la competencia sin piedad y de ser, como somos, una sociedad aturdida.

La superficialidad y el triunfo de las apariencias marcan el ascenso de la insignificancia. Basta asomarse a las redes sociales: la mediocridad es la reina; lo que no calza en sus moldes es aburrido, denso.

(...) vivimos al ritmo de los acontecimientos, al paso que marcan las urgencias por cerrar el mes... y ver televisión.

El problema es que la vida sin densidad, sin pesos específicos, sin valores es, finalmente, una comedia llena de eventos divertidos, de disparates anecdóticos, de sustos y nada más.

Y si el estilo de vivir al día, de evadir los temas de fondo es asunto grave en el caso de cada persona y de cada familia, el tema es aún más dramático, si semejante ruta transitan los países, porque entonces la coyuntura tiraniza a los Gobiernos y la vida pública es un espectáculo de bomberos apagando incendios, policías agobiados persiguiendo delincuentes, anuncios estrepitosos y noticias que llegan, pasan y se olvidan.

Después de todo, ¿queda alguna experiencia, queda una conciencia o queda el difuso recuerdo de un torbellino de hechos que agobian a los seres inermes que miran los noticieros?

Salón de la Mujer 2024

En el Ecuador hay, al menos, dos hechos espectaculares cada semana, dos “noticiones” que conmueven momentáneamente a la gente, y pasan sin pena ni gloria. El nuevo escándalo desplaza al anterior y entierra al más viejo. Y, finalmente, nadie recuerda casi nada, y todo empieza a parecer remoto, confuso, sin un hilo argumental que permita entender y explicar lo que ocurre más allá de la primaria emotividad, y del espectáculo político de la Asamblea.

La respuesta es la indiferencia, la indolencia, la filosofía de “así mismo es”, porque, además, si es posible, hay que sacar ventaja de la coyuntura, festejar estruendosamente cualquier disparate y hacerse ver por quien conviene. El hecho es que hay que sortear la coyuntura, sobrevivir a la circunstancia, llegar al final del mes juntando los centavos para pagar la tarjeta o completar para el arriendo. Ese es el resultado de la tiranía del inmediatismo. (O)