Lo que no debe quebrarse jamás es la esperanza, la determinación por sobre el miedo y la claridad en la percepción del momento extraordinario que vivimos. El optimismo debe prevalecer pese a todos los desastres. Debe sobrevivir sobre el dramatismo de los hechos, sobre el veneno de los noticieros y las verdades a medias de las redes, sobre los desalientos y los temores de la madre de familia, del hombre de a pie, del pasajero del bus, del trabajador que madruga, del vendedor, del informal, del estudiante.

No hay que permitir que se quiebre la esperanza. Hay testimonios que nos dan la certeza de que aquello sí es posible: la Policía Nacional y el Ejército que nos cuidan, la determinación de la fiscal general, Diana Salazar, que es un ejemplo nacional, de los funcionarios y de algunos jueces, y de los demás que están al pie del cañón, pese a todos los riesgos. Son ellos y somos muchos los que creemos en el país, pese a todas sus tragedias.

La paz como tarea

Están allí los que persisten tercamente en invertir, los que preservan los puestos de trabajo y pagan honradamente los impuestos, quienes soportan la incertidumbre que crece cada día, y los que enfrentan las inundaciones, las sequías, los absurdos burocráticos y los disparates políticos. Están los que cuidan la ilusión pese a todas las negaciones, y que siguen aquí, sin irse, venciendo los temores y afirmando la posibilidad de salir adelante, aunque todo parezca obscuro y negativo.

Difícil pelear con el desaliento cuando llega el aluvión de las malas noticias, y si además prospera el veneno que nos inoculan “personajes inteligentísimos”, analistas y otros sabios, que tienen el talento suficiente para acrecentar las angustias, cerrar todas las puertas y argumentar sin cansancio que nada es posible, que no hay salida, que la Constitución no permite, que la doctrina..., etc.

Fuera del radar

Difícil pero no imposible, si la familia, la profesión, el trabajo, nuestros afectos y aficiones nos acompañan y hacen posible que cada día sea un reto para seguir y no claudicar. Y para decirles No a los gestores del desaliento absoluto. La incertidumbre y el miedo son desafíos.

Hay días en que las negaciones nos abruman y las mentiras nos confunden. Entonces, la vida parece una cuesta brava, de esas que abundan en la cordillera. La única opción, y pese a todos los desalientos y fatigas, es dominarla.

Los países no se acaban; se caen los gobiernos. Las repúblicas como en la que vivimos, y que es la nuestra, no se liquidan cuando la población es capaz de entender que el mandato moral es no abdicar ni rendirse.

La determinación de cada uno es, además, el mejor mandato para la autoridad que sabrá entonces que la gente a la que gobierna está en la línea de la resistencia a la barbarie; que el poder debe estar invariablemente al servicio de las personas, que no hay lugar a proyectos partidistas que sean distintos de aquel que define que estamos en el mayor atolladero de la historia, y que la única opción es salir con la dignidad y la prestancia que imponen las circunstancias. (O)