Con su habitual lucidez, José Ortega y Gasset advirtió tempranamente, en La rebelión de las masas, sobre el fenómeno del “lleno”, que caracterizó a la formación de la sociedad moderna. Desde los años treinta del siglo XX, la multitud –antes realidad episódica que se formaba en torno a acontecimientos extraordinarios, para después disolverse– se transformó en hecho permanente y fundamental. Así, las masas copan espacios, determinan doctrinas, imponen conductas. Las masas habían llegado para quedarse. Rompieron esquemas, alteraron la cultura y trastornaron los modos de ser sociales y políticos.

Las masas –y ahora el tumulto– se imponen. La música de moda apunta al tumulto. No hay concierto sin gente frenética. El deporte dominante es multitudinario, necesita escenarios que concentren miles de personas, vive de la adrenalina de las barras bravas y de la euforia de individuos que disuelven su personalidad en el comportamiento de la hinchada. La “cultura” se mide por la gente que convoca y llena los escenarios. Libro bueno es el que vende millones de copias, aunque sea novelón de mala calidad.

En Europa, el apogeo de las masas generó el socialismo, el fascismo y el nacionalsocialismo, doctrinas políticas totalitarias que endiosaron al pueblo, promovieron el colectivismo y suplantaron la racionalidad de los sistemas liberales con el carisma de caudillos y el autoritarismo del Estado. Al mismo tiempo, un sui géneris sentido misionero empapó a la política. Los discursos y doctrinas se contagiaron de conceptos y ritos cuasi religiosos. Las tesis inoculadas a los movimientos de masas se transformaron en dogmas, y sus “iluminados” dirigentes se creyeron asistidos del derecho a perseguir a los “herejes”, silenciar a los disidentes, someter, suprimir o cancelar a la oposición considerada como enemigo por los fanáticos e intransigentes.

En América Latina, el apogeo político del “lleno” –el reino de las masas– generó, como subproducto, el populismo, que es la lógica de caudillos con intuición y capacidad de manipulación para amaestrar, en su beneficio, a multitudes movilizadas al calor de venganzas coyunturales y desquites históricos, alimentados por el clientelismo y por viejas necesidades insatisfechas.

Al fenómeno del lleno, característico de la sociedad de masas, se suma el “hecho del tumulto”, esto es, la presencia de masas movilizadas, agresivas y militantes, que se imponen, aplican sus reglas, aclaman hasta el paroxismo a sus líderes y suprimen, con la intimidación, cualquier diferencia e inauguran nuevos despotismos. Las deformaciones de la democracia mediática y el populismo tienen que ver con multitudes adoctrinadas para satisfacer consignas, eliminar discrepancias y arrasar lo que se les ponga delante.

El tumulto organizado para imponer los mandatos del caudillo, o del partido, hace de la democracia el vestuario de nuevos despotismos.

La “democracia tumultuaria” y su aliada la manipulación mediática de la opinión pública son el telón de fondo del sacrificio de las libertades ciudadanas. (O)