El 10 de diciembre  de 1987 la canción ecuatoriana se quedó sin la voz de esta mujer que siempre fue alma y corazón del pasillo. Esa música que alguna vez se cantó alegremente, pero que al llegar a Ecuador adquirió un tono melancólico.

Considerada por los amantes de este género como inmortal, María Isabel Carlota Jaramillo Jaramillo nació en Calacalí, en la provincia de Pichincha, el 9 de julio de 1904, y murió en Quito el 10 de diciembre de 1987, producto de traumatismos cerebrales ocasionados por una caída, cuando tenía 83 años.

Esta cantante, que heredó de su familia la afición por la música, y que su tío Timoleón Jaramillo le enseñó a tocar la guitarra, es la más popular del Ecuador. Ella se enmarca dentro de los cantantes de pasillos más famosos, como Julio Jaramillo y su hermano Pepe, Héctor Jaramillo, Enrique Ibáñez Mora, los hermanos Miño Naranjo, Carlos Rubira Infante y Nicasio Safadi.

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En el libro Lo mejor del siglo XX de Oswaldo Carrión, se lee que en 1922 por conmemoración de la Batalla del Pichincha se organizó un concurso de canto para aficionados en el Teatro Sucre, el primer premio era una guitarra. Carlota y su hermana Inés, que en ese tiempo estudiaban para convertirse en profesoras en el Normal Manuela Cañizares, ganaron el primer premio entre 19 participantes, siendo ellas las únicas mujeres, luego se convirtió en animadora principal del espectáculo en la ciudad de Quito.

Grabó su primer disco en 1938 en los estudios de radio El Prado de Riobamba, el pasillo Amor grande y lejano de su cuñado Ángel Leonidas. Los 1.000 discos que se editaron se agotaron rápidamente. Luego siguió con Honda pena, autoría de Carlos Villafañe y Guillermo Garzón. En 1942 grabó junto a Luis Alberto Valencia el pasillo Sendas distintas, que compuso su esposo Jorge Araujo, en el sello Odeón de Argentina, que luego sería editado por Ifesa de Ecuador.

Grabó aproximadamente 20 Lp. a lo largo de su carrera y solía decir: “Interpretar una canción es como rezar una oración cuando hay paz en música y letra”.

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Carlota simboliza el espíritu de la música ecuatoriana, con un timbre de su voz hasta hoy inigualado. Esta conmovedora intérprete recogió en su repertorio lo más caracterizado de la canción urbana, particularmente del pasillo, y se lo regaló al mundo entero.

UNA CANCIÓN

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Sendas distintas
Qué distintos los dos, tu vida empieza
y yo voy ya, por la mitad del día;
tú ni siquiera vives todavía
y yo, ya de vivir tengo pereza.
Sin embargo, cual busca la tibieza,
del sol la planta, que enflorar ansía,
persisto con afán tu compañía,
para que des calor a mi tristeza.
Qué cerca y qué lejanos,
yo soy el viejo soñador
tú la niña apasionada
que cantando en la luz vas como el ave
más al mirarte,
cerca me figuro,
que yo soy un castillo abandonado,
y tú un rosal
abierto junto al muro.