La vida está llena de pasado y de presente. En los dos tiempos existenciales puede hallarse el camino del futuro. Con más de seis décadas de fútbol en la memoria, guardo el recuerdo de goles que me emocionaron intensamente. Ejemplos: los de chilena de Elías Tumbaco a Barcelona (1953) y de Simón Cañarte a Tigre de Argentina (1956), que tenía en el arco a Miguel Rugilo, al que llamaban “el león de Wembley”; el de palomita de Chalo Salcedo a Tigre en el mismo año; el slalom de Jorge Bolaños y su “gol imposible” a Paraguay (1965); el de Wacho Chanfle Muñoz de tiro libre a Independiente, por Copa Libertadores (1971); y el de chilena de Pedro Perico León en el Clásico del Astillero (1972).

Tal vez se me escape alguno, pero concuerdo con lo que publicó Mario Canessa en su columna: el gol más bello de la historia de los campeonatos nacionales es aquel del 14 de enero de 1981, anotado por el brasileño Víctor Ephanor al Técnico Universitario en el estadio 9 de Mayo de Machala. En una entrevista realizada por dos jóvenes e inteligentes periodistas, Andrés Donoso Loor y Antonio Romero Saldarreaga, de EL UNIVERSO, Ephanor reconoció que el de Machala era su gol favorito: “Es el que ha quedado en mi memoria, porque fue por un campeonato”. Y eso que perforó 73 veces las vallas rivales en 145 partidos con la camiseta oro y grana.

Hace casi dos años el Artista, como se lo recordará siempre, llegó a Guayaquil invitado por Barcelona. Recién conocieron su historia los veinteañeros “opinadores” de hoy que hablan “del mejor de la historia” sin haber visto jugar, ni leído o escuchado sobre los que fueron actores de épocas mejores. A diferencia de algunos afortunados futbolistas de hoy, Ephanor había militado con éxito en el Botafogo de su país, en el que estuvo por cuatro temporadas. En 1972 se marchó al Atlético Junior, de Colombia, y un año más tarde se incorporó al Flamengo, el club más famoso y popular de Brasil. En 1974 regresó al Junior para ser actor de una temporada que lo llevó a la idolatría. Fue el máximo anotador del torneo con 33 goles. Fichó en 1975 por el Deportivo Independiente Medellín y fue el segundo mejor goleador, con 29 tantos.

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‘Gambeta fantasiosa’

Ese era su currículum cuando Barcelona lo contrató en 1977. Era un futbolista cotizado en Brasil y un ídolo en Colombia. Javier Castell López, exjugador y hoy columnista de El Heraldo, periódico de Barranquilla, escribió de Ephanor el 30 de septiembre de 2017: “En 1972 arribó a Barranquilla el más espectacular jugador de fútbol que he visto con la camiseta de Junior: Víctor Ephanor da Costa. Un electrizante zurdo de pegada incontenible y gambeta fantasiosa. El de un escapulario que se salía de su camiseta, y él metía, mientras corría y desairaba —ridiculizaba— a sus oponentes, todo al mismo tiempo, el de los 86 goles, se transformó en mi ídolo (...) Víctor fue, sin duda, la simbiosis perfecta de eficacia y estética. Su estilo combinó goles y gambetas en dosis similares. Frenos y aceleraciones embaucadores de impotentes defensas. Saltaba para cabecear, pero no, inflaba su pecho y la pelota se rendía y se acurrucaba en esa especie de colchón. Los teledirigidos que salían de su pie izquierdo contenían tanta fuerza como engaño; el chanfle perfecto”.

Mario Canessa, en la columna que hemos citado, describe así al astro brasileño: “Ephanor era un mago con la pelota en los pies, capaz de hacer cualquier jugada en una sola baldosa; gambeteador exhibicionista, pero con garra y temperamento para convertirse en el dueño del equipo. Magistral cobrador de tiros libres, cuando colocaba la pelota al borde del área con perfil de izquierda, era medio gol. Lo que patentó fue la inédita forma de cobrar los tiros penales: corría, paraba, amagaba y la tocaba para anotar. Apenas falló tres tiros desde los once pasos”.

Casi se va

Algunos problemas con los dirigentes toreros de entonces hicieron que dejara la divisa y se volviera brevemente a Río de Janeiro. Pero en 1978 Barcelona eligió presidente a un socio de los de antes, con un espíritu lleno de la hidalguía y el sentido del honor que habían sembrado en el Astillero próceres como Victoriano Arteaga, Wilfrido Rumbea, Rigoberto Aguirre, Julio Martín Jurado, Miguel Salem, Luis Guerrero, Miguel Salem: José Tamariz Crespo. Conversó con el jugador, lo convenció y le dio una alternativa: si las cosas no lo satisfacían, podía volverse a su país. Todo el acuerdo fue de palabra, como corresponde a los caballeros. Para 1980, con la contribución de Galo Roggiero como presidente de la Comisión de Fútbol y el manejo táctico de Otto Vieira (bicampeón en 1970-1971, que reemplazó a Paolo Poletto), Tamariz armó un gran plantel con Manga, Alberto Andrade, Pepe Paes, Flavio Perlaza, Juan Madruñero, Mario Tenorio, Jorge Chica, Wilson Nieves, Galo Vásquez, Ney, Emeterio Vera, José Tenorio, Escurinho y otros renombrados jugadores.

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Con esa gran compañía Epanhor deslumbró en esa temporada. Imposible hallar en esta época un futbolista que lo iguale. Muy lejos están esos a los que nadie conoce en su país y que, por esas raras contrataciones que vemos a diario, ganan sueldos dignos de Europa, en injustificado derroche que ha llevado a un club a las puertas de la quiebra.

Una fiesta en cada pueblo

La magia de la tecnología ha permitido que en YouTube podamos revivir ese gol, lo que no podemos hacer con los que hemos mencionado al inicio de esta columna. Ese gol abrió el marcador que al término del partido señaló un 3-0 que rubricó el título nacional para Barcelona. El retorno a Guayaquil, desde Machala, fue épico. Miles de fanáticos salían al paso del bus que traía al plantel del ídolo. En cada pueblo había una fiesta, una algarabía irrepetible. La corona 1980 y la de 1981 (esta ganada por el DT Héctor Morales, para el último bicampeonato amarillo) llenan de orgullo la estadística triunfal del ídolo del Astillero. Pero el gran recuerdo, el que alegra la memoria de mejores tiempos, lo copa el estupendo golazo de Víctor Ephanor, “el último ídolo del ídolo”, como lo llamó el que fue el periodista más calificado para hablar de fútbol: Mauro Velásquez Villacís.

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No estaba en el país cuando llegó a nuestra ciudad Víctor Ephanor en su última visita. Me habría gustado darle un abrazo de gratitud y hablar de los años en que ennobleció nuestro fútbol. Le dediqué, eso sí, una columna. Fueron tantos los momentos gratos que nos hizo vivir en su paso por Guayaquil y por el Ecuador entero que los amantes del buen fútbol estamos obligados a pedirle a la Real Academia de la Lengua que empiece a explorar la posibilidad de encontrar una palabra más honda y expresiva que esta de siete letras que no contiene toda la grandeza del afecto: gracias. (O)