Sentado frente a la computadora me encontré ante un dilema: escribir, como tema de esta columna, sobre la final del campeonato nacional 2022, o encarar la vergüenza universal que nos ha hecho pasar la Federación Ecuatoriana de Fútbol con el caso de Byron Castillo. Después de ver con desazón el partido de ida entre Barcelona y Aucas (0-1), y de advertir desesperanzado los movimientos intrascendentes de los futbolistas, decidí que este domingo comentaría solo de refilón lo sucedido.

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Me impresionó la mirada atormentada de algunos amigos, como Mario Aguirre, Braulio Galarza y Jorge Rivadeneira, quienes no concebían que quienes representan a Barcelona no pusieran en la cancha aquello que debe ir en la sangre, en el corazón de quienes que tienen la fortuna (¡y cuánta fortuna contante y sonante, además!) de vestir la camiseta oro y grana: el coraje, la valentía, el amor propio que convirtió al club del Astillero en ídolo de la afición futbolera. De ello no quedan ni retazos, porque al sentimiento y el honor se lo devoraron la industria y la hipercomercialización, que cambiaron la etiqueta de los jugadores, que pasaron a ser trabajadores. Tal vez una ráfaga de pundonor lleve al desangelado Barcelona a ser campeón.

Soy un soñador, pero no un iluso. Sueño que el balompié vuelva a ser una fiesta de futbolistas honrados y comprometidos con su profesión. Un médico entra al quirófano convencido de que su ciencia salvará la vida del enfermo. No importa si cobra mucho o poco. El deber es el mismo. Igual en todas las profesiones. Cuando vemos los partidos de las ligas europeas, ningún jugador camina desentendido del balón y, más bien, está presto siempre a auxiliar a un compañero en apuros. Y son millonarios que se han salvado ellos y cinco generaciones, pero tienen un alto sentido del honor.

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En nuestro medio se corre más que antes, pero pocos saben dónde se halla el esférico. Y he visto fútbol por largos 70 años, he charlado con verdaderos maestros connacionales y del extranjero, he leído centenas de libros. Sobre esa base, no pueden convencerme imberbes comentaristas de que lo que vemos es fútbol. Subsisten solo despojos (hablo del país) de lo que fue un bello espectáculo. La tribu tacticista que ha tomado por asalto radios y canales de TV se empeña en decirnos a quienes lucimos canas que Paternoster, Gradym u Otto Vieira no sabían nada al lado de los técnicos defensivistas y medrosos de hoy, a los que llaman “inteligentes y equilibrados”.

Algunas veces me extiendo demasiado en la introducción y le quito espacio al tema principal. El caso Castillo es un bochorno total, y la sanción a Ecuafútbol ($ 101.595 de multa y “la deducción de 3 puntos” en las eliminatorias al Mundial 2026) es una afrenta como la del Fifagate y los manejos de Luis Chiriboga Acosta, expresidente de esa entidad. Pocos medios afrontaron el tema con la sobriedad y rectitud de EL UNIVERSO.

Nos limitamos a informar los sucesos relacionados con la reclamación, como corresponde a un rotativo centenario. Acostumbrados a un periodismo adicto a la adulación, ese que teme entrar en conflicto con los que detentan el poder, aspiraban a que el Diario no incluyera una sola palabra del caso. Redactores y columnistas se limitaron a informar y a opinar (en ese orden); y, en ocasiones, a defender a Castillo. No les bastó. En dos columnas critiqué la medida represiva que se adoptó contra EL UNIVERSO: negarle las acreditaciones para la cobertura del Mundial 2022.

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Una conducta embarrada de hipocresía, pues los miembros de la FEF nunca dieron la cara y se valieron de una empleada para transmitir la sentencia: si no te alineas, quedas fuera de Qatar. Un bochorno más.

El fútbol nacional luce un traje harapiento y manchado de triquiñuelas. Basta recordar a los niños con bigotes, los muertos vivientes, el episodio Chila-Cheme y lo que ocurrió con el arquero Alexander Domínguez. Este fue suspendido en el 2007 por alteración de sus documentos de identidad. Luego la FEF le rebajó la pena y un juez validó su partida de nacimiento, y así siguió actuando en nuestro fútbol. Un caso similar al de Castillo.¿Ignoraban los dirigentes de la FEF los entresijos sinuosos de la inscripción de este jugador? Que no se hagan los inocentes. Ya había sido sospechoso de tener una partida falsa. El 11 de enero de 2017 el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social acusó de adulteración de documentos a la Selección sub-20 que iba al Sudamericano. El 19 de enero de 2017, como consecuencia de la denuncia, pocas horas antes del inicio del torneo, la FEF retiró a Byron Castillo y John Pereira debido a una sospecha de irregularidad en su documentación.

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En el 2015 fue transferido a Emelec, club que devolvió a Castillo al Aucas al advertir el problema. El 2 de enero de 2019, Jaime Jara, coronel retirado de la Policía (expresidente de la Comisión de Investigación de la FEF), al presentar un informe a la Comisión Disciplinaria de la Federación, abundó sobre Castillo: “Nosotros no podemos asumir: es o no es. Entonces, recopilamos la documentación en Colombia y del Registro Civil de Ecuador para determinar que el jugador tiene la nacionalidad colombiana. Tenemos todos los respaldos y documentación necesaria para pronunciarnos de esa manera. Igual, él tiene el derecho de defenderse”. Y era tan incriminatoria la cuestión que no lo citaron para el comienzo del premundial 2022.

Diligentes abogados acudieron a un procedimiento judicial y lograron que el Registro Civil lo inscribiera como ecuatoriano. El periodismo adicto respaldó al juez y a los dirigentes, y castigó a todo aquel que se atreviera a dudar de la nacionalidad de Castillo. El calificativo más usado era el de “traidor a la patria”. Y como suele suceder cuando se obra con servilismo, hoy esos mismos “periodistas” opinan que la situación de Castillo “es dudosa”. Esto después de que el TAS destapara la alcantarilla.

¿Se debe mezclar el fútbol con el concepto patria? Resulta indigno y ruin hacerlo. El sentimiento patricio no reside en la camiseta sudorosa, los suspensorios húmedos ni los polines chorreantes de un futbolista. Y esto vale para todos los deportes. Lo importante es lucir la divisa nacional con honor y buscar la victoria con respeto a los rivales, a los árbitros, a las disposiciones del reglamento. Eso hace grande a un deportista y promueve el orgullo de sus conciudadanos.

El periodista Gonzalo Peltzer opinó así en La Revista en 2014, antes de la Copa del Mundo de Brasil: “El Mundial no es el campo de batalla de Pichincha, Riobamba o Ayacucho, ni los estadios son el Palacio de Carondelet. Aunque cantemos el himno nacional con tonos épicos antes de cada partido, aunque alguien suelte un lagrimón o se le escape un pucherito, no está en juego la patria, ni la bandera, ni nuestra libertad. No es una buena idea someter a la patria a la posibilidad de ganar o perder por una gran jugada o una zancadilla artera, o quizá por un golpe de suerte o una sustancia prohibida en el pis del arquero. Se lo digo ahora que empieza el Mundial. No está en juego nada más que una copa que va y viene. No es un drama perder, ni ganar es la gloria inmortal; es apenas un deporte y es tan buen deportista el que gana como el que pierde. Y déjeme que le diga una cosa más. Mientras dura el Mundial hay que seguir trabajando: eso sí que es por la patria”. (O)

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