En 2001 Diego Maradona, uno de los más grandes futbolistas de la historia, dejaba las canchas de modo definitivo. Una multitud lo despedía en la Bombonera, el estadio de Boca Juniors, club del que siempre dijo ser hincha. Respaldado por estrellas que le acompañaron en aquel partido, tales como Pelé, Enzo Francescoli, René Higuita, Calos Valderrama, Éric Cantona, Davor Suker y Hristo Stoichkov, el ‘10′ dijo una frase que ha quedado en la historia: “No sé cómo pagarles por esta alegría. Yo traté de ser feliz jugando al fútbol y de hacerlos felices a todos ustedes y creo que lo logré (…). El fútbol es el deporte más lindo y más sano del mundo. Porque se equivoque uno, no tiene que pagar el fútbol. Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”, dijo un Maradona visiblemente emocionado y con los brazos alrededor de su cuerpo, como si abrazase a todo aquel que estuviese viéndole en aquel inolvidable momento.

Maradona, fallecido hace poco más de un año, muy pocas veces se equivocó en la cancha. Hacía allí todo lo que razonablemente se puede hacer con un balón, pero, dotado de un ingenio singular, también hacía bien lo que nadie más podía hacer en su época de futbolista activo. ¿Qué quiso decir el Pelusa con eso de que la pelota no se mancha? Su vida fuera del césped estuvo llena de controversias que se prolongan hoy a despecho de su muerte. Jorge Valdano, quien fue su compañero en el Mundial de México 1986, lo definió así: “Maradona era una personalidad indiscutiblemente adictiva y eso lo hacía especialmente frágil”. Con escasa formación intelectual, el jugador argentino dejó muchos titulares de primera página y frases emblemáticas. En su corto discurso de despedida quiso decir al mundo que lo más inocente en el fútbol después de la pelota son los jugadores.

Como pocos Maradona sabía todas las artimañas, tretas y maquinaciones que se tejen en los elegantes y climatizados despachos de los dirigentes que hoy mandan, hacen y deshacen en el fútbol. Solo Loretta Lynch, la exfiscal general de Estados Unidos, sabía más que el crack y con sus investigaciones destapó el mugriento y maloliente mundo en que se desenvolvían los dueños de la FIFA, la Conmebol y otras organizaciones regionales y nacionales. Alguno murió muy oportunamente, antes que llegara al hotel suizo el FBI; otros fugaron y se ampararon en la no extradición para evitar los calabozos en Estados Unidos. Con protección oficial cumplieron su ‘sentencia’ en lujosos condominios y hoy, en libertad, aguardan volver al universo dorado y lujoso de los congresos internacionales.

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El miedo de los árbitros

La pelota sí se mancha, Diego Maradona. Si usted estuviera vivo y hubiera presenciado lo que ocurrió el domingo 12 de diciembre de 2021 en el estadio Capwell, seguro usted cambiaría su sentencia y diría conmigo: la pelota, en manos de árbitros y dirigentes, sí se mancha cuando se digitan resultados, se manipulan réferis o se los induce al miedo y al error.

Aquel domingo caía sobre Guayaquil un verdadero diluvio. Solo faltaba el arca de Noé navegando sobre el inmenso lago que llenaba la cancha. Se trataba de la definición del torneo nacional de fútbol, no era un encuentro cualquiera.

LigaPro, desde una suite

Con varios centímetros de anegamiento, el balón no picaba, no rodaba. Los jugadores tenían ganas de cambiar sus botines por botas de pescador. El público pedía la suspensión del partido. Todos, menos los dirigentes de la LigaPro, dueños del campeonato, que miraban muy cómodos desde una suite lo que ocurría, el juez Augusto Aragón que nunca cumplió con su deber de comprobar el estado del campo, y un coro jubiloso de ‘periodistas’ adictos al poder que para opinar en algo que puede rasmillar levemente a los directivos de la Ecuafútbol y de la LigaPro, primero dicen: “Voy a expresar mi criterio sin ánimo de ofender”, “No me malinterpreten los dirigentes, pues lo digo con todo respeto”, “Nosotros estamos para opinar sobre lo que pasa en la cancha, fuera de ella busquen a otros”. Son una vergüenza.

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Si Guayaquil hubiera sido sede de una definición del campeonato mundial de Fórmula 1, ¿se habría corrido la carrera sin peligro de la integridad y la vida de los pilotos? Si se hubiera tratado del último encuentro de una Serie Mundial de béisbol, ¿se hubiera jugado el partido? Y en caso de que la definición de la final de 100 metros planos en unos Juegos Olímpicos, Panamericanos o Sudamericanos, ¿se habría dado la largada a los atletas?

Hubo un beneficiado

¿Quién resultaba beneficiado de la absurda y antirreglamentaria decisión de Aragón? Pues Independiente del Valle. Emelec luchaba contra el agua, el lodo, las decisiones del árbitro, la imposibilidad de coordinar un pase por la detención del esférico en los charcos que crecían porque el diluvio no cesaba, las interrupciones del encuentro por los jugadores de Independiente que reclamaban constantemente al juez. Imposible intentar un desarrollo normal del juego. El hacer jugar la definición del título en esas condiciones perjudicó al equipo que iba a buscar el partido. Y al público que fue a ver un compromiso normal en el que debía ganar el mejor y no el equipo favorecido por una resolución constitutiva de estafa. Se pagó por ver un partido de fútbol y los que adquirieron los boletos fueron estafados.

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Lo que me avergüenza como periodista es la conducta de los científicos de la táctica y estrategia, los directores técnicos de micrófono y pantalla. Me puse a sintonizar algunas emisoras el día de la final y eran escandalosos los gritos con que celebraban, en Guayaquil, la derrota de Emelec. Las flores verbales y adulatorias que lanzaban al éter en favor de un odiador regionalista y un entrenador que intentó ultrajar al deporte de nuestra ciudad.

La anegada cancha del Capwell, en la final entre Emelec e Independiente. Foto: API

Somos –seguimos siendo– muy escasos –entre jóvenes y no tan jóvenes– los que tomamos la bandera de la decencia, la integridad y la independencia que nos entregaron Miguel Roque Salcedo, Ralph del Campo, Rafael Guerrero, Voltaire Paladines Polo, Manuel Chiken Palacios, Manolo Mestanza Pacheco, Arístides Castro, Pancho Doylet, Otón Chávez Pazmiño, Ricardo Chacón. No importa, esa bandera flameará más alto que los harapos con que los súbditos trapean los despachos de los que mandan.

Nostálgico, el formidable maestro Ryszard Kapuscinski (1932-2007) recordaba esas características de los buenos periodistas de antaño, como si se tratara de un esplendor apagado: “Antes”, escribía, “se vivía del periodismo como una noble vocación a la que los periodistas se entregaban plenamente y para toda una vida”. ¡Cuánto ha cambiado el periodismo de hoy en la mayoría de los que lo ejercen! (O)