Con todos los estilos se gana, con todos los jugadores no. Y todos los estilos son válidos dentro del reglamento. Sin trampas, un técnico puede alinear once defensas en torno a su arco si le parece adecuado para obtener un resultado. Debe respetarse. De ahí a vanagloriarse de esa táctica es otra canción. Viene a cuento del choque entre el Manchester City y el Atlético de Madrid, ganado finalmente por el conjunto inglés por 1 a 0. Como todos sabemos, el City de Pep Guardiola domina y ataca los noventa minutos buscando el triunfo de ese modo, intentando conseguir el objetivo con la mayor cantidad de goles posible. Todos sabemos del esquema ultradefensivo del Atlético, con el cual ha conseguido grandes resultados. Pero, a ver… desmenucemos.

El partido del martes era el duelo de dos formas completamente opuestas de ver el fútbol. Durante décadas se habló de líricos (los guardiolistas o menottistas) versus picapiedras (cholistas o bilardistas). También se los identificó como pechos fríos a los primeros y aguerridos a los segundos. Cualquiera que se haya puesto un pantalón corto en su vida sabe que lo más valiente de este juego es tomar la bola y llevarla hacia adelante. Y lo más difícil es crear juego, romper la barrera defensiva rival. A su vez, lo simple es meterse atrás, resistir, tirar la bola a cualquier parte. También es la antítesis del coraje. Cuando un equipo se sabe menos que su oponente o es muy superado por este, se refugia en su área o pegado a ella. No obstante, si el aguante consigue el empate, o a veces el triunfo mediante un afortunado contraataque, se enarbola la teoría del coraje y la inteligencia.

Cuando se trata de un club chico, con chequera pobre y plantel modesto, se suele ser indulgente y decir, “bueno, son las armas que tiene, hay que disculparlo”. Cuando es el caso del Atlético de Madrid no hay defensa posible. Es uno de los clubes con mayor inversión en jugadores. Solo por João Félix pagó 127 millones de euros. El valor total de su nómina es de 660,5 millones de euros. El argumento de la humildad no le cabe. Es un club hipermillonario. Practica un fútbol arratonado y avaro porque es de preferencia de su entrenador, no por su situación financiera. Y porque los hinchas le disculpan las formas en tanto los devolvió al primer plano después de décadas sombrías, en las que incluso descendió de categoría (año 2000).

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Hemos celebrado los triunfos del Atlético de Simeone porque se trata de una institución histórica, que un día ingresó en un oscuro túnel de decadencia y se convirtió en perdedor. Y el Cholo lo exhumó de ultratumba, lo devolvió a los títulos, al primer plano europeo y, sobre todo, recuperó la alegría para su gente, que es, seguramente, la hinchada más encantadora de España por seguidora y alegre. Pero no adherimos a su fútbol, no es fácil entender cómo alguien neutral puede invertir dos horas de su vida para ver un partido ordinario del Atleti en liga. En Champions es diferente, los rivales ilustres dan sentido al partido.

Frente al City, Simeone dispuso un planteo extremo para aguantar el cero en su arco: dos líneas de cinco defensores, todos bien pegados en las inmediaciones de sus 18 yardas. Y no lo logró. Hubo una posesión de balón de 70 % a 30 en favor del elenco inglés, el colchonero no remató al arco y no tuvo córneres ni tiros libres a favor. Muchas veces este planteamiento le dio magníficas utilidades, esta vez se fue con las manos vacías.

Frente a tal grado de oposición, el local jugó con la grandeza que es marca registrada de los equipos de Guardiola: tener la bola, tocar de un lado a otro esperando el hueco por donde meterse y atacar sin pausa, contra los que fueran. Y tuvo la fortuna de poder ganarlo, por la mínima, pero al menos dejó sin premio la mezquindad adversaria. Sin embargo, no cabe lloriquear. El “se metieron todos atrás” no es más excusa hace años en el fútbol. Si el rival espera con los once, hay que tratar de romper el cerco. En tanto sea legal, cualquier táctica es admisible. Puede que no agrade, pero se debe aceptar. Cada quien elige la estrategia que mejor le calza.

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En Inglaterra, el fútbol más vertical que existe, donde los hinchas celebran que su equipo vaya al frente, aunque pierda, acusaron al Atleti de juego sucio. No es tal. Jugar sucio es pegar, hacer tiempo, ser mañero, buscarle pelea al contrincante. Y el Atleti no lo hizo. Simplemente, opuso una defensa exagerada. Incluso para aquellos males hay una herramienta: el reglamento. Sin embargo, ninguna de las 17 reglas prohíbe defenderse.

Lo que hay es, como dice Ángel Cappa, “una degeneración del gusto”. Cuando apareció el Estudiantes de Zubeldía en 1967, que además de tener excelentes jugadores defendía, pegaba, demoraba el juego y exponía todas las mañas imaginables, la opinión pública lo condenó. Hoy sería idolatrado. Millones de jóvenes, alentados por cierto periodismo, aman ese fútbol rácano, pequeño y especulativo. Se supone que obtener un empate, o una victoria, colocando dos líneas de cinco a defender “es un planteo inteligente”. Y, aunque pierda, sigue siendo inteligente para sus enarboladores. Y el que busca ganar atacando y dando espectáculo es un tonto que no sabe nada, que no entrena, que hace asados. Está todo dado vuelta. Para cientos de millones “Guardiola no ganó nada” (desde luego es el técnico más éxitos y revolucionario). Lo que agrada es ese fútbol elemental y prehistórico de atrincherarse atrás. Se valora la falta de audacia e ingenio dándole los calificativos inversos: valentía y astucia. Ser especulador es sinónimo de triunfador.

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Pero defender va contra el espíritu con que se inventó este juego, que es ir con todo en busca del objetivo: el gol, el triunfo. Lo demás es válido y respetable en tanto sea limpio, pero no deja de ser una expresión menor. (D)