Sin conocerlo, nadie lo hubiera elegido para número 9. Era rechoncho y no muy alto. Gordito, le decían. Pero sus piernas eran dos árboles. Su colocación, su velocidad mental y sobre todo sus cuádriceps de acero fueron determinantes para el fútbol alemán. Cuando él clavaba la zurda en el suelo para darle espacio al derechazo, contra esa estaca podía chocar un pueblo: no la movería un centímetro. Y con la diestra facturaba. ¡Sesenta y cuatro centímetros de cuádriceps le midieron los médicos…! Solo con eso ya podía ser futbolista. Sin embargo, tenía mucho más… Un instinto casi animal para el gol, la fuerza y el carácter indomable de un jabalí. Así defendía la pelota. Luego giraba y pum, adentro…

“Lo pondría al nivel de Van Basten, aunque Müller desequilibra por ser campeón mundial”, nos escribió un amigo peruano desde Canadá. Error: Müller tal vez fuera menos elegante que el holandés, pero casi lo triplica en goles y lo aplasta en títulos. Van Basten fue un artillero excepcional, Müller además era feroz. Vivía pastando en el punto del penal hasta el momento de entrar en acción. Allí liberaba la fiera montañesa que llevaba dentro, anticipaba con impresionante decisión de cabeza o con el pie y definía con potencia y justeza. Poseía, como los muy grandes, un grado de concentración absoluto. Marcado por auténticos carceleros, a veces tocaba dos pelotas en todo un partido. No obstante, seguía al acecho, atento, esperando una bola. Y en esa definía el pleito. Todo ello a pesar de que, cuentan, padecía un problema crónico: sufría de insomnio; no dormía bien antes de los partidos.

Gerd Müller es, posiblemente, el máximo goleador de la historia del fútbol si computamos cantidad de goles, torneos donde fueron marcados, importancia de los mismos, títulos que posibilitaron y promedio por partido. Solo un puñadito de próceres está en condición de discutirle el trono: hablamos de Pelé, Di Stéfano, Puskas, Eusebio, Romario, Messi, Cristiano Ronaldo.

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En muchos otros países hubiese recibido funerales de estado, en Alemania su partida no mereció ni una tapa de los grandes diarios nacionales. El popular Bild al menos le dedicó un recuadrito con una foto en portada y la leyenda “Gracias por todo, Gerd”. Y algún que otro periódico regional publicó su foto en la primera plana. Son menos pasionales. El domingo falleció el verdadero Müller, los demás son copias. En atletismo y en cuestión de goles es difícil contrariar a los números. Pero, aunque otros marcaron un poco más, Gerd Müller fue el más extraordinario hombre de área que este cronista haya visto. No malgastaba un segundo en hacer un amague o una finta, era simple, práctico y letal. Asolaba defensas

La media vuelta, el cabezazo y el remate punteado eran su marca. Era imposible marcarlo. Si había que volar para conectar una pelota de aire, literalmente volaba. Y si había una remota posibilidad de llegar a la pelota un centímetro antes, era gol de Müller. No se acomodaba ni demoraba una milésima de segundo en patear al arco, lo tenía claro, pronto es más efectivo que lindo: “Hay que hacerlo rápido, o ya no lo haces”, decía. Nadie reaccionaba con más presteza. Con zurda, con derecha, de puntín, desde el suelo, cayéndose, con perfil o desacomodado, si pescaba la pelota, esta iba al arco. Y entraba, era más rápido que la reacción de los arqueros y los defensas. Recomendamos un video para apreciar su virtud: bit.ly/3CYmglt.

Beckenbauer lo adoraba. Lo va a sufrir mucho. Siempre ha dicho: “La grandeza del Bayern no me la deben a mí, todos se la debemos a él, a sus goles”. Y es cierto. Fue una máquina goleadora, marcó 735 tantos en 793 partidos, a un asombroso promedio de 0,93 por juego, exactamente el mismo que Pelé. “Aunque ya hace tiempo lo veíamos venir, la noticia me cae como un rayo. Era un tipo fino y mucho más sutil de lo que muchos piensan. Gerd y yo éramos como hermanos”, comentó el Kaiser al diario Bild. “Antes de los partidos, Gerd me pasaba a buscar para después irnos en el micro con el equipo. Si me retrasaba me decía ‘apúrate que llegamos tarde”. Y yo le replicaba: ‘Gordito, sin nosotros el Bayern no va a ninguna parte’”.

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La revista Kicker publicó una larga entrevista a Rummenigge acerca del Bombardero de la Nación: Dice Karl-Heinz: “Cuando lo vi a Müller por primera vez, me salió tratarlo de usted, pero él me dijo ‘chico, jugamos en el mismo equipo. Soy Gerd’”. También él recordó las palabras de Beckenbauer: “Franz dice que si no fuera por Müller, el Bayern todavía estaría jugando en su viejo estadio de tablones”. Y agrega: “Nunca voy a olvidar su positivismo, su sonrisa, su sentido del humor y por supuesto sus grandiosos goles. El área era su lugar. Un paso adelante, uno para atrás, otra vez para adelante, otra vez para atrás, hasta encontrar los pocos centímetros que necesitaba para meterla en la red. Eso, además de las paredes que hacía con Beckenbauer”.

Todos sus compañeros lo idolatraban, incluso por encima del gran capitán. Rainer Bonhof es contundente: “La importancia de Gerd es gigantesca. Él convirtió a Alemania en una potencia del fútbol mundial. En la final del 74 le di el pase para que haga el gol del triunfo, y después le dije en broma: ‘Vos eras el único que podía hacer algo con esa pelota’. Típico gol de Gerd, de la nada”. Günter Netzer, aquel gran centrocampista que brillara en el Real Madrid, lo mismo: “El mejor jugador alemán de todos los tiempos fue Beckenbauer, pero Gerd Müller fue el fenómeno más grande. A veces hacía cosas que ni él mismo entendía. Era puro instinto”.

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Paul Breitner se emociona al evocarlo: “Para mí, Gerd Müller fue el más grande jugador de mi vida. El fútbol pierde a un goleador único, capaz de hacer desde la nada los goles decisivos. Gerd es el cimiento sobre el que está construido el Bayern de nuestro tiempo. Lo llevó al nivel de los clubes más grandes. Jugar con él fue lo máximo que me pasó como jugador”.

Y era cero marketing, cero prensa; nunca hablaba. Solo abría la boca para gritar “Goooollll”. (O)