La Federación Deportiva del Guayas, dirigentes y exdirigentes del básquet porteño y nacional y un grupo de amigos encabezados por Álvaro Luque Benites han decidido rendir un homenaje a la memoria de un gigante del deporte: Jorge Mejía Zunino. El miércoles 16 de junio la cancha del coliseo Voltaire Paladines Polo será bautizada con el nombre del inolvidable Chato Mejía. En este tiempo en que la (des) administración de Pierina Correa Delgado llevó a la muerte al deporte guayaquileño y provincial y el básquet pasó a ser una rama deportiva difunta, los jóvenes no saben que en la historia de este deporte hubo jugadores de extraordinaria trayectoria, que el coliseo Huancavilca se llenaba de un público enfervorizado y que el Voltaire Paladines estallaba de júbilo con las victorias de nuestras selecciones y nuestros clubes.

La década de los años 40 alumbró la primera generación de oro de nuestro baloncesto en la que destacaron Juvenal Sáenz, Víctor Caballito Zevallos, Justo Cuto Morán, Fortunato Muñoz, Alfredo Arroyave, Gabriel Peña, Miguel Cuchivive Castillo, Pablo Sandiford, Gonzalo Aparicio (el Doctor del Basquetbol lo llamaron), Samuel Cisneros, Herminio García, Raúl Guerrero, Pepe Díaz Granados, Víctor Andrade y Alfonso Quiñónez. Estos jugadores llevaron a nuestro país al Mundial de 1950 en el que derrotaron a Yugoslavia y España y fueron una fuerza que competía en los Sudamericanos al mismo nivel que Brasil, Argentina, Chile y Uruguay.

Cuando esa generación rindió tributo al tiempo empezó a surgir una nueva camada encabezada por Liga Deportiva Estudiantil y el Colegio Nacional Vicente Rocafuerte, dos fuerzas aliadas históricamente, con un equipo en el que aparecían Pablo Cabanilla, Rafael Mejía, Carlos Valle, Eduardo Alarcón y Mario Cabanilla. A mediados de los años 50, en el colegio San José La Salle, con la mano maestra de Juan Zerega, con nexos históricos con la LDE, estaban naciendo juveniles estrellas que harían grande al básquet criollo: Jorge Mejía, Juan Sala, Luis Landívar, Shyler Nieto, Gilberto Avilés, Rubén Chalela y Christian Dueñas. De la conjunción de los grupos del Vicente Rocafuerte y el San José nació el poderío de LDE que llevó a este club a conquistar cuatro campeonatos provinciales sucesivos entre 1960 y 1963.

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Este último año, con el pase de Liga Deportiva Universitaria en la mano, llegó al equipo el que sería uno de los jugadores más importantes de esta era gloriosa: el aguirrense Abel Jiménez Parra. Era el refuerzo que se requería para embocar en el aro rival las canastas que ideaba el gran constructor de jugadas Jorge Chato Mejía.

El Chato creció en un barrio de grandes deportistas: aquel que quedaba en las inmediaciones del coliseo Huancavilca. Empezó a practicar básquet desde niño jugando los interescolares, hoy desaparecidos, igual que los intercolegiales. Alguna vez, en la Asociación Barcelona Astillero, contó que cuando tenía 13 años, un cura del San José desechó su concurso para el equipo del colegio “porque era patucho”, lo cual provocó una controversia con el real manejador del equipo que era Juan Zerega. Mejía medía 1,75 metros, una estatura baja en relación con sus compañeros gigantones.

“Me hice conductor, una especie de número 10 en el fútbol, por temperamento y por mi talla. Debuté en 1958, con 15 años, en el primer equipo de LDE y con 17 jugué en la selección de Guayas. Compartí la divisa con jugadores venerables cono Pablo Sandiford y Alfonso Quiñónez a quienes, por mi papel de armador, tenía que darles órdenes en sus movimientos”, contó Mejía en Barcelona Astillero.

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Inteligente, acrobático

Se granjeó la idolatría popular desde que apareció en la cancha. Era vivo, ingenioso, inteligente, acrobático, certero para habilitar a sus compañeros y para embocar. Un digno sucesor de los magos históricos de la LDE: Juvenal Sáenz Gil, Caballito Zevallos, Cuchivive Castillo y Bolita Mejía.

Los jugadores de LDE estaban entre los mejores del país. Era imposible imaginar una selección nacional en la que no estuvieran Carlos Valle, Abel Jiménez, Jorge Chato Mejía, Juanito Sala y Luis Cholula Landívar. Luego del tetracampeonato, muchos imaginaron que el gran ciclo había terminado. LDE fue subcampeón en 1964 y en 1965. Vino entonces el torneo de 1966.

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Se había incorporado al equipo Enrique Zevallos Avellaneda, hijo del famoso Caballito Zevallos, de quien heredara el apodo. La base del equipo era la misma del inicio de la década: Valle, Jiménez, Sala, Landívar, Mejía, Chalela, Nieto, Zevallos y Eduardo Alarcón. Nadie pudo frenar a Liga en ese año en que se forjó el primer eslabón de la cadena del pentacampeonato entre 1966 y 1970, algo jamás igualado en la historia de nuestro baloncesto. Quedaron en la historia sus actuaciones victoriosas con LDE ante el All Stars norteamericano, la Universidad de Brigham Young y los famosos Denver Truckers en las que brindó un espectáculo maravilloso.

“Feliz captador del momento propicio, del hueco donde puede colarse, el Chato deja en el espectador esa sensación de ver a un jugador que no sabe de renuncias”, publicó la revista Estadio sobre la actuación de Mejía con Guayas en los partidos ante las selecciones de Pichincha y Costa Rica, a propósito de la inauguración del coliseo Voltaire Paladines Polo en 1963. En 1969, LDE logró el subtítulo sudamericano de clubes campeones en una épica jornada frente a grandes equipos como Corinthians, de Brasil; Atlético Almagro, de Argentina; Tabaré, de Uruguay; Unión Española, de Chile; y Regatas Lima, de Perú. Nuestro equipo, conducido en la cancha por Mejía, llegó a la final y cayó con todos los honores ante los brasileños de Corinthians, uno de los mejores equipos del mundo, con jugadores de asombro como Vlamir Marques, el famoso Platillo Volador; Ubiratán Pereira y Amaury Passos.

Fama continental

La fama del Chato Mejía rebasó las fronteras. En el Sudamericano de 1963 fue considerado, junto con Nicolás Lapentti, uno de los diez mejores jugadores del sur del continente. Precisamente Lapentti dijo una vez a EL UNIVERSO que Mejía era “un jugador extraordinario”. Este columnista escribió en 1999, luego de ver jugar a John Stockton, el armador de los Jazz de Utah (protagonistas de las finales de 1997 y 1998, perdidas contra los Bulls de Michael Jordan), que nuestro Chato Mejía podía haber brillado en la supercompetitiva NBA de Estados Unidos. Con mayor autoridad Lapentti declaró a nuestro Diario el 18 de diciembre de 2016, día del sepelio de la estrella de nuestro baloncesto, que “Mejía habría podido jugar a nivel internacional sin problemas, pero desafortunadamente en esa época la liga americana no ponía sus ojos en el básquet sudamericano, ni siquiera en el europeo, como ahora, pero el Chato era excepcional”.

Fui su consocio en la LDE y su amigo desde la adolescencia; lo vi en sus comienzos y en sus grandes momentos triunfales; lo admiré y disfruté de su calidad excepcional y me entristeció su partida. Hoy Jorge Mejía Zunino vive perennemente en el recuerdo como uno de los más grandes basquetbolistas nacionales y de Sudamérica. El homenaje que se le hará al Chato contribuye a eternizar su imagen de deportista y de caballero. (O)

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