“Espero que escribas de fútbol este domingo”, me dijo un buen amigo, seguidor de esta columna, durante la celebración del cumpleaños de nuestro compañero vicentino León Roldós. Le pedí de favor que no me dañara el buen momento que estábamos pasando. ¿Por qué malgastar el valioso espacio que me brinda Diario EL UNIVERSO en unas ligas malas, de las más aburridas del planeta, elogiadas solo por los comentaristas del canal dueño de los derechos de transmisión? Pregunto a mis lectores: ¿Les interesa saber algo de futbolistas nacionales y extranjeros que cobran sueldos suculentos y no saben ni parar un balón? ¿O que caminan sobre el césped sin ningún interés ni compromiso por la camiseta que visten? ¿Quieren saber de equipos que antes llenaban las graderías y hoy juegan en estadios vacíos porque ni gratis quieren acudir los aficionados?

Mientras este panorama desolador no cambie, no voy a referirme al Campeonato Nacional de Fútbol. Elegiré temas históricos sobre hechos gratos que están en el recuerdo de quienes los vivimos, aunque nos califiquen de románticos o líricos todos los que odian un tiempo que no los tuvo de testigos, o crean que el fútbol es un deporte tan moderno que nació con ellos. Antes, para ellos, fue la nada absoluta. Uno de los deportes más antiguos en nuestro medio es la hípica. El recordado historiador José Antonio Gómez Iturralde aseguró que el caballo llegó a América en el segundo viaje de Colón y que fue muy importante en el proceso de conquista. Agregó que en el último cuarto del siglo XVIII ya eran muy populares las carreras de caballos y las apuestas en la sabana porteña, algunas de ellas muy discutidas, a tal punto de provocar disputas judiciales.

El siglo XIX fue el de afirmación de la predilección guayaquileña por la hípica. Un suceso memorable fue la inauguración del primer hipódromo de Guayaquil en 1887, construido por la Empresa del Sport, que regentaba don Eleodoro Rites, y que se situaba sobre trece manzanas entre Chimborazo, Puná (Gómez Rendón), Santa Elena (Lorenzo de Garaicoa) y Concordia (Francisco de Marcos). Años más tarde se trasladó al sector donde se construyó luego el barrio del Centenario.

Publicidad

En 1923, en los terrenos del proyectado Parque Municipal (ahí está hoy el Centro Cívico), una sociedad privada levantó el llamado Jockey Club. Fue el escenario de la primera gran época de oro de la hípica. Multitudes acudían a observar los duelos de ejemplares inolvidables como Grand Gamin, Sparkle, Timón y Scaramouche. Cuando el Jockey Club empezó a decaer, otra vez los empresarios locales se agruparon para construir un nuevo escenario: el hipódromo Santa Cecilia, inaugurado en 1956. Se inició entonces la segunda e inigualada edad de oro de nuestra hípica.

Como lo recordé hace nueve años en una columna, grandes jinetes como Eduardo Luque, Mario Jaramillo, Abel Vaca, Walter Carrión, César Escobar, Leonardo Mantilla, Patricio Yánez, Luis Cáceres, Jesús Yánez protagonizaban emocionantes carreras en los lomos de los siempre recordados Miss Embassy, Jardenia, Diógenes, Mar Negro, Capo di Monte, Bananita, Peter Flower, Silverio, Moscabado, Serpentín, Farrón, Marrón y otros inolvidables ejemplares. Tal vez el mayor acontecimiento ocurrió el 24 de julio de 1966, cuando corrió en el Santa Cecilia el más famoso jinete del mundo, Irineo Leguisamo, derrotado aquella vez por uno de los jinetes nacionales, el ya famoso en Sudamérica: Leonardo Mantilla.

En ese ambiente de fiesta que se vivía cada domingo, hace 65 años nació la revista La Fija. Era imposible arriesgar una apuesta sin consultar la publicación en la que aparecía la información completa de cada ejemplar. En sus páginas constaban programa de carreras, retrospectos, tiempos, distancias, además de fotografías, resultados, estadísticas, comentarios, entrevistas, editorial y noticias nacionales e internacionales. Y, por supuesto, los favoritos en cada carrera.

Publicidad

¿Quién fue el ideólogo y creador de una revista alejada del fútbol, acaparador del interés de casi toda la gente del deporte, que ha sobrevivido nada menos que seis décadas y media, sin faltar una sola semana? Se llamaba –porque se despidió de la vida en 1986– Ricardo López Manosalvas y fue director-fundador de La Fija por espacio de 25 años. Lo conocí en 1964, cuando yo ya escribía en EL UNIVERSO y él era el cronista hípico. Un día me invitó al hipódromo y fui con varios amigos de la natación, entre ellos Roberto Frydson, Agustín Fuentes, César Barrezueta, Alfredo Mancilla, Ismael Sánchez, Mirko Patrel, Miguel León, entre otros. Nos enamoramos de la hípica y las emociones que nos daba Mar Negro, el ídolo del Santa Cecilia.

Arriba: Richard Jara (i), Luis Ordeñana, y otro periodista hípico de antaño. Abajo: José Bermúdez (i), Ricardo López Manosalvas, fundador de la revista La Fija; María Eugenia López y Luis Hungría. Foto: Cortesía Revista La Fija

López Manosalvas era un ciclón. Tenía la virtud tan rara de igualar la palabra con la acción. Mostraba una personalidad convocante que hoy se llama carisma. No solo engrandeció la revista. Fundó la Asociación de Cronistas Hípicos del Ecuador (ACHE) e impulsó la realización de dos congresos internacionales de periodistas hípicos, considerados entre los eventos más trascendentales en la historia del turf americano. En 1977 fue elegido presidente de la Confederación Panamericana de Periodistas Hípicos. En una crónica un colega suyo lo definió así: “Don Ricardo fue un visionario del periodismo hípico, y realizó una verdadera transformación de la revista; aun en tiempos difíciles, cuando la situación económica amenazaba, asumía los costos para que no desaparezca, dedicando a la afición toda la información imprescindible para los aficionados, con los más mínimos detalles de las carreras, resultados, incorporando el offset, transformándola en la primera revista hípica del país y una de las más conocidas en América”.

Publicidad

El sensible deceso de López Manosalvas no significó el fin de la revista. Pronto tomaron la posta sus hijos María Eugenia y Vicente López Cañarte, quienes desde pequeños estuvieron junto con su padre aprendiendo esta profesión y la mantienen hasta hoy. Revista La Fija siguió siendo conocida internacionalmente y por medio de María Eugenia López, en los últimos años, ha sido acreditada en los hipódromos de Dubái, París, Estados Unidos, Argentina, Chile, Perú, Venezuela y Uruguay para cubrir sus máximos eventos.

Escribo esta columna en medio del asombro que me produce ver una revista subsistir tantos años en un medio de tan poco apoyo a los esfuerzos editoriales. Hoy La Fija es una de las revistas más antiguas de América con circulación ininterrumpida después de Revista Palermo, de Argentina, que tiene 99 años, y Gaceta Hípica, de Venezuela, con 72 años.

Eso merece un aplauso para Ricardo López Manosalvas que llegará hasta la dimensión celeste en que mora, y para María Eugenia y Vicente López Cañarte, a quien daremos hoy un abrazo en el hipódromo Miguel Salem Dibo. (O)