La Sudamericana siempre fue la hermanita menor de la Libertadores, pero ha crecido, está linda y todos la quieren. ¿Por qué…? Porque los rivales son menos poderosos que los de la Libertadores y las recompensas que otorga son múltiples y demasiado atractivas. Para empezar, el título. Toda corona internacional proporciona reconocimiento (Independiente del Valle es un fresco ejemplo), aporta grandeza, valoriza a los futbolistas del campeón, levanta la autoestima de su gente. Y luego por los suculentos premios que reparte. Que en esta edición se aumentaron un 30%. El campeón se llevará, en total, 8.600.000 dólares. Que pueden trepar a nueve o más porque, desde este año, cada partido ganado en la fase de grupos tiene un premio adicional de 100.000 dólares. Y las taquillas como local, desde luego.

Pero el efecto multiplicador es vasto: el ganador clasifica directo a la Libertadores siguiente, y entra en fase de grupos, con lo cual se asegura otros 3 millones de dólares. Pero además juega la Recopa Sudamericana con el vencedor de la Libertadores. El que levanta la Recopa se lleva otra alforja con 1.800.000 dólares y el perdedor 900.000. Y está la J.Jeague-Sudamericana Cup, que no es otra que la vieja Suruga Bank, que se disputó en Tokio hasta 2019 y luego quedó interrumpida por la pandemia. Si se reanuda, también la juega el campeón de la Sudamericana. De modo que la hermanita menor garantiza un tupido 2024 internacional.

Hay un efecto secundario interesante: el aumento de interés en los campeonatos locales por conseguir un cupo. La Sudamericana comenzó anteayer estrenando nuevo formato: de los 44 competidores que arrancan la competencia, 16 ya quedan fuera hoy, en la primera semana de disputa, pues se enfrentan a un único partido eliminatorio frente a un connacional. El caso de Liga de Quito, que cortó de cuajo el sueño de Delfín. Y el próximo miércoles 22 comenzará la fase de grupos, ya con el agregado de argentinos y brasileños. En total, 56 equipos tomarán parte de la competencia, los 44 clasificados directamente por los torneos de su país y 12 que bajan de la Libertadores al ser eliminados de ésta. Que la tornan más difícil, porque se supone que los que juegan Libertadores están un escalón arriba, tienen una actualidad superior. Y ha quedado demostrado: en 2020 y 2022 se coronaron Defensa y Justicia e Independiente del Valle respectivamente, que provenían de la competencia mayor.

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Uno ve nombres ignotos como Academia Puerto Cabello, de Venezuela, o Sportivo Ameliano, de Paraguay, pero también mucha prosapia: compiten seis campeones de Libertadores: Estudiantes, San Lorenzo, São Paulo FC, Santos, Peñarol, Liga de Quito, tres subcampeones: Newell’s Old Boys, Universidad Católica de Chile, Universitario, y dos campeones de Sudamericana: Cienciano e Independiente Santa Fe. La Conmebol se propuso jerarquizar los torneos y lo ha logrado en base a conseguir patrocinantes de máximo nivel internacional como Qatar Airways, Amstel, MasterCard, Ford, EA Sports, Gatorade, Santander, Rexona, Bridgestone, BetFair, Nike, DHL y el flamante y quizás más poderoso: Coca Cola. Esto permitió aumentar considerablemente los premios y con ello elevar el nivel de autoexigencia de los participantes. Los dólares son la zanahoria.

El ordenamiento de los 21 campeones hasta el momento resalta 9 de Argentina, 5 de Brasil, 1 de Perú, 1 de México, 1 de Chile y 1 de Colombia. Mérito del fútbol argentino porque no fue que un club monopolizó los títulos, tuvo siete campeones diferentes: Boca Juniors (2 veces), Independiente (bicampeón también), Lanús, River, San Lorenzo, Arsenal, Defensa y Justicia.

Quienes darían un brazo por inscribir su nombre en el cuadro de vencedores son los clubes uruguayos: Peñarol, dominador de América en los años ‘60, lleva 36 años sin una conquista internacional. Y eso que, dada la estructura del campeonato uruguayo, clasifica casi siempre, a Libertadores o a Sudamericana. Y Nacional, último uruguayo campeón, celebró en 1988. Fotos amarillentas. Los charrúas tropiezan año a año con dos obstáculos insalvables: menor presupuesto que una gran mayoría de países que les dificulta hacer contrataciones de fuste y, en segundo término, la emigración cada vez más temprana de valores, lo que les impide usufructuarlos en las competiciones internacionales. Cualquier prospecto de crack que aparece en Montevideo se va a los 18 años. Incluso son transferidos antes de esa edad, pero por las normas de FIFA se espera que cumplan 18 para cederlos. Es el caso de Federico Valverde y Facundo Pellistri. Darwin Núñez y De Arrascaeta se fueron a los 20. Ningún elemento con buenas condiciones emigra más allá de esas edades. Esto les quita un alto porcentaje de competitividad.

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Ningún equipo de Paraguay se coronó en 21 ediciones de Copa Sudamericana. Y Olimpia fue el último en consagrarse en la Libertadores (2002, van 21 años), lo que ratifica el pronunciado bajón de los guaraníes en clubes y selecciones, ya que tampoco clasificaron a los tres últimos Mundiales. Los uruguayos al menos siguen procreando futbolistas, los paraguayos casi nada. Subiendo hacia el norte, es muy difícil que un representante peruano dé un sartenazo de campeón. En 224 certámenes internacionales en el continente ganaron dos, ambos a través del llamado “milagro de Cienciano”. No se espera mucho de bolivianos y venezolanos. Tampoco de chilenos, flaquísimos en materia de clubes, entre los más pobres de la región, sobre todo en este milenio. Tampoco los colombianos pueden presumir de conquistas a lo largo de la historia. Lo mejor del fútbol colombiano es su periodismo, masivo, informado. Deportivamente no sobresalen pese a ser un medio importante.

De tal forma que quedan tres con posibilidades grandes de título, obviamente argentinos y brasileños y, al margen de ellos, los ecuatorianos. Liga de Quito siempre es un buen aspirante y, si se cayeran de la Libertadores, Barcelona e Independiente del Valle (ya el año pasado lo hizo y dio la vuelta olímpica). En cuanto a clubes, Ecuador sí puede ufanarse de ser tercero de Sudamérica. Al menos en los últimos quince años. Si se suman las participaciones de todos los equipos, deja muy atrás a los otros siete. (O)