En 1990, en la semifinal de vuelta de Copa Libertadores, Barcelona eliminó al poderoso equipo argentino River Plate en una definición por penales en la que Carlos Luis Morales le atajó uno a un especialista: José Tiburcio Serrizuela. Por primera vez un equipo ecuatoriano llegaba a una final de esa competición, lo que provocó gran emoción entre la mayoritaria hinchada torera, mientras en Buenos Aires se desataba una oleada de críticas al plantel millonario y de manera especial a su técnico, Daniel Passarella.

El que fuera capitán de la selección albiceleste, campeona mundial en 1978, tenía una polémica personalidad como jugador, que se agravó cuando empezó a dirigir y terminó muy mal cuando decidió pasar a dirigente y presidir River. Quedó en el folklore argentino su catálogo de excusas, la mayoría de ellas celebradas como verdades por un periodismo deportivo complaciente. En las radios de Guayaquil, y nada más volver a Buenos Aires, declaró que su equipo había sido objeto de agresiones en el hotel; que los escándalos nocturnos les habían impedido un descanso normal a sus jugadores y que les habían servido agua mineral adulterada, entre otras muchas sandeces. Lo raro es que antes del duelo no se quejó de nada; toda su distorsionada imaginación brotó apenas Morales atajó el disparo que marcó su fracaso.

En la edición de EL UNIVERSO del 14 de septiembre de 1990 publiqué un artículo titulado ‘Los virtuosos de la queja’, en el que desnudaba el carácter avinagrado de Passarella y el extenso catálogo de pretextos después de una derrota de algunos dirigentes, periodistas y jugadores argentinos.

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Seguí desde niño la revista El Gráfico, una de las más importantes del mundo de habla hispana, y fui –sigo siéndolo– un admirador ferviente de las notas de Ricardo Lorenzo (Borocotó) y Félix Daniel Frascara, quienes hicieron de la crónica deportiva una forma de literatura. Igual admiré, ayer y siempre, a Dante Panzeri, indomable fiscalizador de las imposturas; y a Emilio Lafferranderie (El Veco), maestro del idioma y alma sensible a todos los temas profundamente humanos del deporte. Tuve una hermosa amistad con Kike Escande, tempranamente desaparecido, y la tengo con Jorge Barraza. Hay, en fin, un grupo de periodistas del deporte respetuosos del juego limpio y la ética que son también profesionales cultos y excelentes manejadores del idioma.

La entrada del gran dinero, la exagerada mercantilización y el auge de los medios electrónicos hicieron crecer el periodismo comprometido. Gente poco diestra en los secretos de la comunicación, pero ávida de fama y fortuna, empezó a zumbar como avispones alrededor del panal repleto de miel de los dirigentes. Con poca formación profesional mostraban sin pudor diplomas en las funestas ‘ciencias’ del adulo y el piropo hacia los poderosos y acaudalados directivos. Y no solo hay imberbes que descalificaban el ‘fútbol de antes’, algunos de mediana o larga data en los medios también están en ‘el mundo del sabor’ con premios, canonjías y viajes todo pagado, a cambio del adulo y la incondicionalidad. Todo esto ocurre en Ecuador y en muchos lugares del mundo. Sergio Levinsky, periodista deportivo argentino de prestigio, también sociólogo y autor de excelentes libros sobre nuestra profesión, decía en un artículo hace dos años: “(El de hoy) es un periodismo que opina fácil e investiga poco. Que no maneja background, que no tiene datos, pero mucho peor aún, considera que la historia solo comenzó cuando nació. No hay archivo ni interés por el pasado. Fulano de tal, autor de cinco goles en el torneo, es ‘el mejor de la historia’. Ya no de su equipo, o de este torneo, o de este año. sino ‘de la historia’”. La derrota de Boca Juniors ante Barcelona, el pasado martes, desató un diluvio de explicaciones enrevesadas y mentirosas en unos cuantos medios argentinos, especialmente en programas de TV.

En prensa extranjera se explica derrota de Boca Juniors ante Barcelona Sporting Club con la ‘altura’ de Guayaquil

Con arrogancia los comentaristas radiales afirmaban que Boca tenía asegurada la victoria en Guayaquil. “Habrá goleada, se los aseguro”, fue la predicción de un panelista de ‘Presión alta’, de apellido Cingolani, en TyC Sports. En su criterio Boca era el insuperable candidato para ganar el grupo y calificó al Ídolo del Astillero de “equipo débil”. En ‘Superfútbol’, otro programa del mismo canal, cuyos panelistas dividen su fanatismo hacia Boca o River sin ruborizarse, solo los exfutbolistas Cristian Traverso y José Chatruc se abstuvieron de trepar al carro triunfalista que lideraba Daniel Fava, un aparente vocero del directivo Juan Román Riquelme que reacciona furioso ante cualquier crítica a los xeneizes. Hasta en ESPN Mariano Closs y Sebastián Vignolo auguraban una victoria boquense.

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El gol de Garcés y la derrota del favorito provocaron el tránsito a la soberbia y el ridículo. Hugo Balassone, de TyC Sports, atribuyó la caída a la alineación de ocho suplentes. “Con sus titulares Boca le metía al menos tres goles a Barcelona”, vociferaba. Todos sindicaban al técnico Miguel Ángel Russo por “no haber llevado a los titulares” y “haber alineado muy tarde a Carlos Tévez”. Si revisamos la nómina de los futbolistas usados por Boca en los últimos cinco partidos, solo tres jugadores faltaron en el compromiso en nuestra ciudad: Frank Fabra, Sebastián Villa y Agustín Almendra.

El colmo de la audacia en el empeño de encontrar una excusa válida fue alegar que el peor enemigo en el rendimiento de Boca fue la “altura” de Guayaquil, una muestra de ignorancia, intolerable en gente que tiene la misión de informar y orientar la opinión pública.

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Boca llegó afectado de un prejuicio triunfalista. Al parecer los traspiés no han modificado esta conducta. El compromiso lucía fácil de resolver. Tuvo Boca el balón en el primer tiempo porque Barcelona –es la modalidad impuesta por Bustos– se lo cedió. Ninguno de los dos equipos mostró ganas de vencer. En el segundo tiempo, por al menos 15 minutos, Barcelona se animó a llegar al arco de Rossi. En una oportunidad el arquero salvó un cabezazo que se colaba. Pocos minutos después vino el gol gracias a la única jugada rescatable de Díaz, la visión de Molina y Pineida y la arremetida de Garcés. Recién despertó Boca y estuvo a un tris de empatar cuando un tiro de Marioni chocó en un poste. Partido discreto, pero victoria torera para cifras perfectas en tres juegos.

Hoy el inmenso favorito de un sector de la prensa encadenada a favores dirigenciales debe vencer como visitante a Santos para reencontrar la senda de la clasificación. Barcelona debe superar el escollo brasileño como local. Las victorias son trascendentes, pero también vale analizar cómo se logran. El fútbol tiene dos arcos, encerrarse en el propio sin mirar el de enfrente puede resultar –a veces– productivo si se cuenta con figuras expertas en el contragolpe y con artilleros eficaces. El triunfo llega cuando se lo busca con valentía, sin apostar al azar. (O)