“No veré ningún partido de este Mundial, al diablo con la FIFA y esos árabes…”, nos dice, a manera de represalia, Juha, entrañable amigo finlandés, fotógrafo de los grandes, con varios Mundiales en su alforja, de esos que corrían cincuenta metros a Maradona o a Romario con treinta kilos de equipo fotográfico encima para hacerles la foto de tapa. No lo cuestiono, su estructura mental, completamente eurocentrista, le indica que todo lo que tiene lugar fuera del Viejo Continente está mal, es corrupto o, simplemente, un impresentable organizativo. Como él piensan unos setecientos millones de europeos.

Pompa y minimalismo

“No veas, Juha”, le respondemos. El Mundial se jugará igual, y posiblemente sea excelente. Con la temporada futbolística disputada apenas en un 40 % y con temperaturas de 26 grados –gracias a la refrigeración de los estadios– podemos pensar en espectáculos vibrantes, hermosos. Eso, en cuanto al juego, que siempre es el eje central. Sobre la organización, no dudamos que será óptima. Este es el Mundial más caro de la historia, las estimaciones hablan de 220.000 millones de dólares (Brasil 2014 costó 18.000). Claro, en la cuenta entran autopistas, aeropuertos, el flamante metro y otras infraestructuras que harán de Qatar un país cero kilómetro. En verdad, todo parece flamante. Y todo funciona.

Nos preguntamos: ¿merece Europa ganar un Mundial al que repudia…? Alemania, Francia o Dinamarca, por ejemplo, naciones que se sienten en una cumbre moral y han denostado tanto este evento catarí, ¿por qué no retiraron a sus selecciones…? ¿Si logran el título lo celebrarán en las calles…? Los medios que han hablado del Mundial de la polémica o de la vergüenza ¿exaltarán la conquista…? Ya veremos. Ojalá Brasil o Argentina hagan todo lo posible por ahorrarles el disgusto de tener que festejar.

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La miniatura donde todo es gigante

Todas las adjudicaciones de los Mundiales como de los Juegos Olímpicos han merecido críticas y denuncias. Incluso Alemania 2006 está aún bajo sospecha. Sudáfrica tenía virtualmente ganada esa elección, pero una extraña maniobra de último momento con el delegado neozelandés le dio el Mundial al país de Beckenbauer. Y el Kaiser quedó manchado. Desde entonces casi no aparece, lo guardan en un cofre, es un símbolo nacional.

Qatar no se salva de la censura. Después de echar unas cuantas paladas de tierra sobre Nicolás Sarkozy y Michel Platini (o sea, sobre Francia), Joseph Blatter señaló una verdad: “Con el primer pitido del árbitro, ya no hablaremos de todos estos problemas, solo de deporte”.

¿Mundial de la polémica o mundialazo?

Esperamos que pueda ser el mejor torneo de la historia no por las instalaciones (que también), y no tan siquiera por el clima o por la frescura física de los protagonistas sino porque este es el mejor momento del fútbol. Nunca fue tan bueno. Desde luego hay una evolución natural de todas las actividades y este deporte no escapa a dicha regla. Se está jugando a un nivel fantástico. Han mejorado la técnica, las tácticas, la preparación, el conocimiento del adversario, el cuidado de los atletas, el rendimiento físico. Hoy es un deporte de alta competencia. Antiguamente, el cuerpo técnico de un equipo lo componían un entrenador, acaso un ayudante y un preparador físico. Y dos de ellos, empíricos. Hoy son ejércitos de veinte a veinticinco miembros, todos profesionales con paso académico además de tener un pasado futbolístico. Hay un grado de excelencia notable. La nota disonante es el hincha de fútbol, una piedra. Vive anclado en el ayer, considera superiores los Mundiales de los años 50, 60, 70 u 80. Aquello fue hermoso en su momento, aunque nada que ver con esto.

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La selección brasileña es una de las favoritas en Qatar 2022. Foto: Sebastiao Moreira

En las casas de apuestas internacionales Brasil es claro favorito al título, paga 4,50 euros, segundo está Argentina con 6,50, tercero Francia (8 €), le siguen Inglaterra y España (9 €) y sexto marcha Inglaterra (12 €). Puede invertirse el orden, pero está claro que son los seis que apuntan a la corona. A un sabio entrenador (Tite), la Verdeamarilla le suma la cantidad de talentos. Lleva ocho delanteros, a cual mejor: Neymar, Vinicius, Richarlison, Raphinha, Antony, Gabriel Jesús, Rodrygo, Pedro, Gabriel Martinelli. Los dos peores serían sensacionales para cualquier rival. No obstante, el venerable Tostão se permite dudar de tanto favoritismo brasileño: “Hace años no jugamos contra una selección europea de las potentes”. También en Argentina sucede algo similar. La ilusión ha escalado quizás demasiado. El momento estelar de Messi, el sólido y estético andamiaje de conjunto y los 36 partidos invicto subieron la espuma hasta el exitismo, la gente cree que ya está. Se calcula que 38.000 hinchas argentinos, vinieron o vendrán a Qatar. La mayoría viaja desde el país, otros de Estados Unidos, Europa y demás continentes. No es fácil explicar la Argentina.

Sensaciones al pie del avión

Puede que ambos hayan mejorado mucho, sin embargo, tendrán adversarios temibles. Uno es Francia, el campeón vigente y el medio con mayor cantidad de figuras en las grandes ligas. Solo el pensar un ataque con Giroud, Benzema y Mbappé genera temor. Deschamps, su entrenador, es un prestamista, un fenicio de este juego, se mueve bien en aguas defensivas, cediendo la iniciativa para luego explotar los espacios con Mbappé arriba. Y ahí, mata. Otro es Alemania. Alemania es el tren fantasma, todos gritan y sienten miedo mientras están ahí dentro. El alemán es un jugador de siete puntos que en los Mundiales pasa a ser de nueve. Alta confiabilidad, cero miedo escénico y generosidad en el esfuerzo. Peligrosísimos. Esos cuatro debieran definir el título.

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Luego vienen, un escaloncito abajo, Inglaterra, llena de buenos elementos (cuando me dicen Harry Kane me pongo de pie), pero peca de candor táctico. Los otros son más astutos, le buscan la vuelta enseguida. Bélgica, porque en un partido bueno puede tumbar a un elefante (echó a Brasil en el 2018). Y por sus individualidades: Courtois, De Bruyne, Hazard, Lukaku… Holanda (prometo nunca decir Países Bajos) por su juego de calidad. Y… Uruguay. Nunca conocí a nadie que dijera “¡Qué suerte, en la próxima fecha jugamos contra Uruguay…!” Con ellos es meterse de noche en un callejón, no recomendable.

Si por ahí se entromete un Dinamarca, bueno, será cosa de Dinamarca, no tendremos nada que ver. Pero lo celebraremos seguro, los daneses son como Holanda, los violines de la orquesta, suenan bien: pelota al pie, técnica depurada, clase para jugarla….

Un dato que nos golpea: las ligas de Sudamérica solo aportan 19 de los 831 futbolistas anotados para la Copa. Un escuálido 2 %. Y de ellos, la mayoría es de Uruguay: 8. O van arqueros de acá: Armani, Weberton, Sosa, Domínguez, Galíndez, Ramírez. Habla de los flacos que son nuestros torneos.

El caso de Ecuador

Ecuador arranca en la inauguración defendiendo la ropa del continente. No en condiciones ideales. Hubo convulsión interna por el caso Byron Castillo. Sus dirigentes primero cacarearon y ahora no les quedó otra que excluirlo porque saben mejor que nadie que el muchacho está flojo de papeles. Y eso generó un terremoto. Choca contra el local, Qatar. Que se juega el honor en la contienda. Doscientos veinte mil millones de dólares puso el emir. Digamos que los muchachos están obligados. Hay una estadística interesante: hubo 21 Mundiales y 22 anfitriones (en 2002 fueron dos, Corea del Sur y Japón). Nunca perdió el local en el debut: 16 ganaron, seis empataron. A ver si Ecuador hace historia rompiendo esa marca.

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Hay dos fútbol, el jugado y el hablado, hermosos los dos, pero ahora sube el telón y se acaban las palabras: ¡Jueguen, muchachos…! (O)