Antes que las tácticas, mucho antes que los cronistas deportivos y los entrenadores, desde luego primero que la televisión y el negocio, nació la pasión por el fútbol. Está junto al juego desde que el juego empezó. En el mismo instante en que se formaron dos bandos para confrontar con una pelota de por medio, ya hubo hinchas de un lado y del otro. De modo que hagamos una reverencia al personaje que, junto con el futbolista, representa la casta más antigua de esta cultura: el hincha.

Ni soñado: cuatro goles al Real Madrid

Después de cincuenta años de estar en esta cuerda del periodismo, tengo un orgullo invicto: sigo siendo tan amante de Independiente como el primer día. Es decir, tan hincha del fútbol como puedo serlo. Con rubor, debo confesarlo: es posible que ni como esposo ni como padre ni como hijo ni como ciudadano ni como periodista haya tenido la nobleza que sí he observado en mi carácter de hincha. En ello, mi foja es inmaculada: nunca un doblez, jamás un renuncio, broncas pasajeras, amor eterno.

La Liga de granjeros

El 10 de noviembre de 1963 asistí por primera vez a la cancha de Independiente, un estadio viejo y feo que para mí era un templo. Entré a un mundo fascinante que desde esa tarde me atrapó por completo. Al volver a casa mi mamá nos preguntó: “¿Y... cómo les fue?”. “Ganamos 2-1″, dije, agrandado. Ya era hincha. Y todo lo que había hecho en el estadio era juntar tapitas de Coca Cola, mirar los carteles publicitarios, ver por primera vez de cerca la multitud.

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¿Haaland, Mbappé, Vinicius…?

Cuando me fui de El Gráfico redescubrí el domingo y la incomparable sensación de ir al estadio nuevamente como un aficionado. No la cambio nunca más. Fue como el preso que reconquista la libertad: cuando sale de la cárcel, mira al cielo, da tres pasos, se para, cierra los ojos y respira profundo.

Nunca un gol facturó tanto

Uno tiene el orgullo inmenso de ser hincha de fútbol (también del fútbol; son tópicos diferentes), blasón que no pueden esgrimir —por supuestos decoros, recatos e hipocresías— dirigentes, periodistas, entrenadores, futbolistas y otros sectores “serios” o culturosos de la sociedad. Un altísimo dirigente del fútbol mundial frecuentaba el hábito, convertido en latiguillo, de decir despectivamente y con notorio desprecio: “Fulano actúa como un hincha”. ¡Perdónalo, señor! No sabe lo que dice. Ignora que no hay condición más noble. Ni cuenta se daba de que, en su intención de menoscabar, alababa. Fue el creador del FIFAgate.

Los hinchas no funden clubes. Todo lo bueno que hace un dirigente de fútbol es por el hincha que lleva dentro. Lo demás lo perpetra el individuo contaminado, el hombre de negocios, el sujeto inescrupuloso que habita en él.

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El hincha verdadero jamás le robaría un centavo a Independiente. Ni compraría un tronco en dos millones de dólares para quedarse con uno y medio, lo cual es el último grito de la moda. Lo que dicen después es sencillo: “Era buen jugador, pero no se adaptó”.

Naturalmente, el hincha dice barbaridades futbolísticas. Algunos van a insultar, otros entienden muy poco. Pero es absolutamente lógico: es un consumidor, compra el producto y lo bebe o lo come, aunque no sabe con certeza de qué está hecho ni cómo. Por otra parte, no le sirve de mucho saberlo. Es el único estamento que no es consultado para nada. Nadie le pregunta si está de acuerdo con el precio de las entradas ni con el entrenador que contrataron (con su plata) ni con el número nueve ni con el horario de los partidos. El socio de cualquier club que desea un cambio en su institución tiene dos caminos: comprar el paquete accionario en el caso de los privados o formar una agrupación y ganar las elecciones en una sociedad civil. Es muy complicado.

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Siempre queda la ilusión, desde luego. La esperanza de que un hincha genuino, esto es, un individuo a corazón abierto, se haga cargo de nuestro club y nos permita soñar y ser futbolísticamente felices.

Desde el ángulo material del tema, el hincha es el único gremio del fútbol que no cobra por estar: paga. Eso, para empezar. Hay, naturalmente, otros valores, menos mercantiles, más románticos, donde el hincha saca ventajas abismales sobre los demás gremios vinculados a la pelota: en el amor, en la fe, en la pasión, en la fidelidad, en esa consecuencia por los colores que no admite renuncios. En todos estos rubros, el hincha corre con la Ferrari, los otros van en un Minardi con tres vueltas menos.

Por estos días, Independiente, el Rey de Copas, es el rey de las deudas y los pesares. Atraviesa una delicada situación económica y deportiva. Producto de desquiciadas administraciones anteriores, debe 22 millones de dólares, muchos de ellos exigibles de manera perentoria, so pena de ser penalizado por la FIFA con pérdida de puntos. Como es habitual, un vaciamiento consumado mediante la compra irracional de jugadores. Lo que siempre definimos como “pases raros”.

En diciembre del 2017, el Rojo de Avellaneda se consagró campeón de la Copa Sudamericana ganándole la final a un Flamengo fuertísimo, con Diego, Juan, Everton Ribeiro, Lucas Paquetá, y donde empezaba a brillar Vinicius Junior. Todo era sonrisas y rock and roll. Ahí mismo comenzó el desguace del magnífico equipo dirigido por Ariel Holan y se puso en marcha un viejo y ruinoso método directriz: vender a los buenos para comprar a los malos. Llegaron a precios alocados jugadores que no daban la talla. Muchos. Un fracaso tras otro y, como lógica consecuencia, sobrevino el derrumbe futbolístico. Tras nueve años de oscura administración, hubo elecciones y entró una directiva fresca, que intenta sanear la institución, pero en medio de un asfixiante panorama financiero.

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Para bajar costos, la nueva dirigencia eliminó todos los contratos altos, subió chicos de inferiores y contrató media docena de jugadores libres de clubes menores. Ergo: armó un plantel de Primera “B”. El equipo marcha 27.º entre 28 competidores; lleva 12 partidos sin ganar: 7 empates y 5 derrotas. Ya lo asusta el fantasma del descenso. La gente acude en masa a alentar, pero el equipo no da, no puede. Si le cayera una sanción de la FIFA, sin duda perdería la categoría. En ese páramo anímico, institucional y deportivo, renunció el nuevo presidente. Más desolación.

En esa noche triste apareció una luz insospechada. Santiago Maratea, un joven de 30 años, influencer dedicado a reunir dineros para causas diversas, lanzó la idea de abrir una cuenta para ayudar a Independiente, el amo de la Libertadores. Estimado en cinco millones de personas, el pueblo rojo se movilizó conmovedoramente y en menos de 48 horas se juntaron 2,5 millones de dólares. Y sigue aumentando… Paralelamente, cien exfutbolistas se unieron y abrieron otra cuenta para reunir fondos. Y las 285 peñas que el club tiene en todo el país y el mundo instalaron una tercera vía de recaudación.

Unos aportan 9 dólares, otros 18, unos más 70... En la hora amarga, afloró el sentimiento de hincha. El club que jugó siete finales de América y ganó las siete sigue latiendo fuerte en millones de corazones. Es el misterio insondable del amor para siempre que provoca el fútbol, esa unión indestructible que sí acata el mandato religioso: hasta que la muerte los separe. (D)