Mientras en las Grandes Ligas hay preocupaciones porque los propietarios de los equipos y el sindicato de peloteros no logran ponerse de acuerdo para firmar un nuevo contrato laboral que permita el inicio de la pretemporada, por estas praderas se lamenta el fallecimiento de varias personas relacionadas con el béisbol porteño. Los personajes que mencionaremos a continuación, por su influencia y accionar, dejaron gratos recuerdos en el deporte que la historia perennizará.

En días pasados nos llegó la información de la partida en Panamá de Ernesto Tuñón, uno de los mejores beisbolistas que llegaron a Ecuador, donde tuvo destacada y brillante actuación en la pelota local. Fue un gran lanzador, con muy buen control. Contaba con una recta poderosa que llegaba muy bajita en la zona de strike, lo que hacía muy difícil que le conectarán de hit.

Tuñón llegó a Guayaquil en la temporada de 1963, contratado por Emelec. Al año siguiente pasó a Oriente hasta 1966. Sin embargo, sus mejores presentaciones fueron con Barcelona, donde se ganó el cariño de los fanáticos desde 1967. Su primer campeonato con los toreros lo logró en 1969, cuando hizo batería con Hugo Wiesner; los amarillos obtuvieron nueve victorias y sufrieron solo dos derrotas. Repitió en 1971, cuando tuvo como receptor a Eloy Guerrero, y otra vez en 1973 con el catcher Washington Fiallos. Ese año Tuñón tuvo muy bajo promedio de carreras permitidas: 0.72, con siete triunfos y tres caídas en lo que fue su mejor rendimiento individual. En total ganó 48 veces y perdió 22, con promedio de partidos ganados de .686. Lo llamaron Caballo de Hierro porque estaba disponible para lanzar todos los juegos que fueran necesarios. Nunca se rehusó Tuñón a subir a la loma, aunque fuera a día seguido.

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Juan Tuñón. Foto: Cortesía

Por sus brillantes actuaciones a Tuñón le agilizaron la nacionalización para que integre la selección de Ecuador que participó en los Juegos Bolivarianos de 1965.

Formó su familia en Guayaquil, aunque con ellos luego retornó a su ciudad natal, Coclé, en donde siguió jugando hasta retirarse y convertirse en entrenador de lanzadores. Falleció en su país, pero antes había enviado mensaje de voz para agradecer las muestras de cariño a toda la afición y compañeros.

Otro que dejó la vida terrenal fue Edmundo Figurita Viteri, quien se desempeñó como jardinero. Era muy rápido y seguro en la tarea defensiva y destacó en el corrido de las bases. Fue bateador de contacto, más que de poder. Debutó Viteri en primera categoría con Emelec y fue declarado mejor novato. Pasó por las filas de LDE, Bravos de las Américas y otros clubes. Fue parte de la selección que ganó el Sudamericano de 1966.

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Edmundo Viteri, exjardinero de Emelec. Foto: Cortesía

Un deceso que causó conmoción fue el de Gustavo Ramírez, considerado uno de los mejores árbitros en la historia de nuestro béisbol. Debutó en los tiempos del Reed Park, siguió su carrera en el Capwell, y en el viejo y luego modernizado Yeyo Úraga. Fue testigo, como juez implacable, de las décadas más brillantes de la pelota local. Ramírez fue umpire en Sudamericanos, Bolivarianos y Panamericanos.

También produjo fuerte impacto la muerte de Juan Maridueña. Un hombre sencillo que se dedicó a la venta de maní salado en un balde enlozado. Anunciaba su producto con un prolongado grito, que se hizo clásico: “¡mmm...ceeeero!”. Me quedo con las frases del abogado Pedro X. Valverde en su columna en este Diario: “No era jugador, no era umpire, anotador, coach, dirigente ni padre de familia. Pero la historia del béisbol guayaquileño no se entiende sin Juanito Maridueña”. Su muerte produjo mucha tristeza. Un personaje muy apreciado por peloteros, amigos y familiares que concurren a las canchas.

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Juanito Maridueña (d), un personaje del béisbol de Guayaquil. Foto: Cortesía

Las generaciones beisboleras de los últimos 20 años recibieron la sonrisa con la que atendía y en muchas ocasiones entregaba su producto a crédito. Antes de ser sepultado, Juanito Maridueña fue paseado por todos los escenarios de la pelota chica. (O)