Neymar miraba hacia la nada, a un punto inexistente, la vista fija, vidriosa, inquiriéndole al destino: ¿por qué…? ¿por qué a nosotros…? No podía ser cierto, eso no estaba pasando. ¿Eliminados en cuartos de final…? ¿Cómo…? No es posible, si somos el jogo bonito, hay que hablar con la FIFA… Si Brasil estaba para campeón… Ya era campeón en las apuestas, en las predicciones de las pitonisas, en los severos análisis de los periodistas, o sea de nosotros, que sabemos que en fútbol dos más dos son siete, pero insistimos en dar pronósticos. Porque si hay algo que ama el periodista es la previa. “Hacete una previa de Boca-River…” Y el cronista se larga, presuntuoso, y después de media hora de cátedra concluye en que no ve cómo Boca podría ganarle a River. Por supuesto, después gana Boca y el periodista no se desdice en absoluto, y la previa se va al canasto, pero no importa, mañana hará otra previa con el mismo entusiasmo, destilando sabiduría, feliz de la vida.

Europa no hizo falta

Este era el Mundial de Brasil. No se puede tener tantos talentos juntos. Es injusto con los otros. Croacia tiene un ejército de Petkovic, Pavlovic, Petrovic, no un Neymar, no un Richarlison, no un Vinicius, ni siquiera un Rodrigo o un malabarista como Antony. Es una humilde planta de soldados desconocidos que se ponen esa camiseta a cuadritos y luchan como beduinos contra la arena y el viento.

La TV se quedó con él y la mirada del 10 seguía fija escrutando un horizonte que no existe. No hay mañana para Brasil en esta Copa de la vida. Se apostaba si haría cuatro goles o cinco, si le daría a Croacia otro baile como a Corea, si habría otra función de jogo bonito, si quién anotaría los goles… ¿Richarlison…? ¿Vincius…? Este era “mi” Mundial parece estar pensando Ney. El de Brasil, sí, pero el mío. El mundo hablaría de mí, tenía todo para lograrlo, mis condiciones, mis compañeros, Tite, la torcida, la ilusión del país… Era mi tercer Mundial, los anteriores fueron fracasos estrepitosos para mí, este tenía que ser… ¿Por qué no a mí como a Pelé o Garrincha, como a Tostao o Rivelino, como a Romario y Ronaldo…?

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Silencio, genio trabajando

Pero en fútbol dos más dos son siete. Y puede salir todo al revés. Endemoniadamente torcido. Que lo diga Brasil, que en 1950 tenía la copa tan entre las manos que hubo que sacársela para entregársela a Uruguay. “¿Me permite…? Es de ellos…” Tan campeón era que ya habían salido los diarios y se vendían en la puerta del Maracaná con el título BRASIL CAMPEÃO DO MUNDO, con letras tipo SE HUNDIÓ EL TITANIC. Acá también se hundió.

El desconsuelo de Neymar (izq.) por la eliminación de Brasil de Qatar 2022. Junto a él, Dani Alves. Foto: Esteban Biba

Croacia era un trámite, solo había que presentar unos papeles, que te los sellen y listo. Croacia, con su veteranía, con su menor lustre, con su opacidad de juego era, sin embargo, el primer rival verdaderamente serio en el Mundial. No de riesgo, pero serio. Los anteriores no entran en categoría: Suiza, Serbia, Camerún, Corea del Sur. ¿Qué pasó…? Cosas que en este juego genial y apasionante, traidor e ilógico pueden acontecer. Enfrente un equipo de sujetos aparentemente toscos, tipo pescadores de alta mar. Pero con un capitán genial, un viejito de 37 que los conduce siempre a puerto. Y aguantadores, perfectos para la borrasca que desatará Brasil sobre ellos. Y con un arquerito de cara angelical que encima se llama Dominik. Y que es un ángel de la guarda. Se ataja todo. Si le tiran un cuchillo lo para en el aire, igual que en el Dínamo de Zagreb. Ojo que si van a los penales está Dominik Livakovic…

Asia crece, Sudamérica no avanza

Extrañamente, los minutos fueron acumulándose y los goles brasileños no llegaban. Y se fue el primer tiempo. Y el segundo… Y los rostros brasileños se pusieron graves. Pero apareció Neymar con una jugada de sus ilustres antepasados y metió un gol fantástico. Ahora sí las cosas tenían sentido y la vida andaba por su carril. Sin embargo, algún tornillo no estaba del todo ajustado y llegó el empate croata. Un Petkovic. Iban 117 minutos, ya estaba. No faltaba nada. Y fueron a penales. Y se instaló un olor a drama en Brasil y de épica en Croacia. Livakovic le paró el primer tiro a Rodrygo y ahí se vino el techo abajo. Los croatas no fallaron nada, Marquinhos mandó otro remate al palo y fin, cayó un telón de acero. Brasil a casa. Tristísimo adiós.

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Argentina, vencedor en tanda de penales frente a Países Bajos en Qatar 2022. Foto: Noushad Thekkayil

Y luego Argentina, en otra función de extraña similitud. Dos a cero arriba con un Messi extraterrestre que inventa un gol de la nada sirviéndoselo a Nahuel Molina. Y luego marcando un penal. Un choque ya clásico en los mundiales en los que abunda guerra y drama. Estando irremediablemente perdido, Louis van Gaal saca del mazo una carta ganadora; un gigante llamado Wout Weghorst, de 1,97, que entra y mete dos goles. Es empate cuando ya Argentina saboreaba la victoria. Y el dramatismo adquiere ribetes insólitos. Es una batalla. Un periodista sufre un infarto en el palco, a metros de donde escribimos estas líneas. Es que no se aguanta. Los jugadores se empujan, se torean, discuten, el juez español -un clown- saca tarjetas, gesticula, mandonea. La tensión es asfixiante, irrespirable. Y en ese clima de turbulencia se llega también a los penales. Y aparece otro héroe, el Dibu Martínez, que tapa dos penales. Y Argentina es semifinalista. Es un final para Hollywood, aunque ningún libretista hubiese imaginado una historia semejante. (O)