Muchos psicólogos estudian las mutaciones sociales abruptas y desde el análisis del ADN de las sociedades explicar por qué hay núcleos humanos sin identidad –muchas veces masivos– que intentan posicionar como normas conductas que son contrarias al deporte. Al bestializarse ciertos grupos tienen el poder de contagiar a otros y los convencen de que hostigando al rival lo disminuyen en su capacidades. Así justifican estas conductas, con un supuesto fin superior.

Esta ruptura de la armonía social es suficiente para hacer un daño no solo al injuriado, o discriminado, sino en casos como el del deporte al espíritu de esta actividad. Aquello va en detrimento del tan cacareado fair play que invoca la FIFA y la sociedad que lo quebranta está en crisis o en decadencia.

No es coincidencia que la actuación de todo un estadio en España sea calificada como una discriminación estúpida, cuando a un ser humano se grita “mono”, como sucedió con Vinicius Junior, jugador brasileño del Real Madrid.

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Ha existido por años, en un segmento de esa sociedad que todavía tiene un afán colonialista, este fenómeno con parecido al neonazismo, que intenta dar respiración artificial a una ideología retorcida que mortificó a la humanidad con la opresión, el odio racial y la discriminación. Guardando las distancias conceptuales entre una y otra razón de ser de ambos fenómenos, los comportamientos de las masas siguen siendo demenciales.

Lo sucedido a Vinicius Junior en el estadio del Valencia ha sido explicado bajo la perspectiva de intereses irreverentes y materialistas, en su máxima expresión. Está como ejemplo la declaración de Javier Tebas, presidente de LaLiga de España sobre Vinicius: “Ya que los que deberían no te explican qué es y qué puede hacer LaLiga en los casos de racismo, hemos intentado explicártelo nosotros, pero no te has presentado a ninguna de las dos fechas acordadas. Antes de criticar e injuriar a LaLiga es necesario que te informes adecuadamente, Vinicius”.

Esta barbaridad pronunciada por el presidente del organismo rector del fútbol profesional de España nos muestra al catedrático frustrado que sobrepone sus intereses a la gravedad de la causa.

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Carlos Ancelotti, DT del Real Madrid, después de terminado el partido, compareció a la rueda de prensa y ante la pregunta de una periodista sobre la derrota de su equipo fue tajante: “Yo no quiero hablar de fútbol”. La periodista repreguntó: ¿De qué quiere hablar usted? Y el italiano, calmado pero enérgico, le expresó: “Voy a hablar de lo que es más importante. Si todo un estadio grite mono a un jugador es porque hay algo malo en esta liga. Le dije a Vinicius: “Tú no eres el culpable, eres la víctima. Vinicius debe estar triste y no enfadado”. Lamentablemente el árbitro alegó formalidades expulsó a Vinicius. Se convirtió la tarjeta roja en un motivo más para exacerbar el degradante fanatismo ultra del Valencia.

Hay sectores interesados en mitigar la bestialización y arguyen que Vinicius fue, por su reacción, el provocador. Creo que ni la disciplina benedictina hubiese soportado tales agravios. No debió ser cómodo para el delantero del Madrid que en coro le vociferen “¡mono, mono cabrón, vete a recoger plátanos!”. Sobre este bochornoso incidente en el estadio del Valencia el Gobierno de Brasil anunció que estudia aplicar el principio de extraterritorialidad, por los insultos racistas.

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El ministro de Justicia de ese país, Flavio Dino, dijo que si las autoridades españolas no actuaban considerarían esa eventual postura como crímenes contra brasileños en el exterior, de acuerdo con la ley penal de Brasil. Además, el ministro exigió a la FIFA y a las autoridades del balompié español implementar medidas oportunas y severas para evitar que el Gobierno de Lula ejecute esta acción soberana.

Gianni Infantino, presidente de la FIFA, propuso un proceso en tres etapas en partidos en que haya casos de racismo: parar el juego, volver a detenerlo en caso de reincidencia, y luego suspensión, pérdida de puntos y sanciones económicas. Mientras, la Fiscalía de Valencia gestionó en un juzgado la apertura de un expediente para investigación del delito de odio. El Comité de Competición de la Federación española dejó sin efecto la expulsión de Vinicius y hubo sanciones de 36.000 euros al Valencia, medidas tomadas por la presión e indignación internacional que provocó la agresión racista.

En este ida y vuelta de pretextos la sociedad valenciana se siente afectada por la generalización de la acusación racista. Hay voces que con la intención de disimular la gravedad de lo sucedido afirman que esa comportamiento racista en el estadio del Valencia tuvo la intención de desestabilizar al rival, con el fin de obtener ventajas deportivas. Lo dicen los que viven insertados en que se conoce como “cultura del juega vivo”. Tiene razón el pueblo de Valencia en reclamar. Dicen sus ciudadanos que es un caso aislado y que no representa el comportamiento consuetudinario de su comunidad. Pero el diario español Marca es muy claro al exigir que no basta con no ser racista, sino que hay que ser antirracista. El hecho manchó la imagen de España a nivel mundial y ahora debe hacer grandes esfuerzos para revertir esa creencia y convertirse en un modelo de antirracismo.

Vale que España haga ese esfuerzo sobre un problema que es su exclusividad. El racismo se vive en otras latitudes, incluso en Ecuador. ¡Ya olvidamos del caso de Johan Padilla cuando era arquero de El Nacional? Él denunció los gritos racistas que sufría en los estadios. Cuando se conoció el tema la justicia ordinaria ofreció aplicar castigos enérgicos. Muchas voces invocaron a la Constitución, pregonando el artículo 23 que habla de la igualdad sin discriminaciones de etnia, color, etcétera.

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Las autoridades deportivas también prometieron sanciones drásticas. Y los asambleístas se comprometieron a aprobar la Ley Orgánica de Prevención y Sanción en el deporte para sancionar con dureza a las personas que auspiciaran conductas de menosprecio y discriminación racial. ¿Saben en que quedó todo? En nada. No hubo sanciones, investigaciones, ni reformas. Hubo quemeimportismo en el país y hoy todo sigue igual.

España tiene antecedentes de comportamiento racistas. Está el caso del escritor y periodista ecuatoguineano Donato Ndongo-Bidyogo, educado en la Universidad de Barcelona. El autor de Las tinieblas de tu memoria negra contó qué es ser un escritor negro en España. Para finalizar este triste episodio Madrid Sports, describe el cuadro a la perfección: “Los racistas suelen asignar a los negros roles”.

Vinicius sufre porque supuestamente es un “provocador”, por tener en el terreno una actitud combativa, confrontadora. No hay ningún comportamiento que justifique un solo insulto racista. Los racistas le asignan el rol de hombre sumis, pero no toleran su conducta combativa porque lo asumen como insolente.

Vinicius se revela ante los insultos y a los racistas no les gusta, porque los racistas quieren que el afrodescendiente baje la cabeza. Ahí está el problema. Hay una España racista, pero hay otra España que es la que se debe reivindicar. Para mí todo está dicho. (O)