Ya casi nadie recuerda. Apenas si de repente nos viene a la memoria el hoy demolido gimnasio de la Federación Deportiva del Guayas en la calle Capitán Nájera, bautizado en su homenaje. La maquinaria de un enemigo del deporte cargó contra los escenarios de la calle Los Ríos para borrar del recuerdo los nombres señeros de Salazar, Ramón Unamuno y Abel Jiménez. La hermana del depredador sonreía satisfecha en una oficina climatizada de Fedeguayas en la que lucía una foto suya de tamaño gigante como una muestra del culto a su personalidad (¿?).

El nombre de César Salazar vive hoy solo en algunos de sus ancianos contemporáneos que lo sobreviven y unos cuantos de sus pupilos a los que dio lecciones de boxeo, caballerosidad y nobleza. Y pensar que César Salazar fue el primer pugilista ecuatoriano en conseguir un título latinoamericano. Y que jamás los organismos deportivos reconocieron su grandeza, pese a que prolongó sus días en el mundo de fistiana llenando de gloria a los clubes a los que sirvió como profesor, a los organismos provinciales y nacionales a los que dio grandes títulos.

Fue campeón como boxeador y como maestro, pero era un hombre sencillo, sin poses, sin charlatanería barata. Por eso vivió una vida modesta, pero digna. Y así murió. Aunque está perennizado en el recuerdo de los pocos amigos que quedamos y de sus pupilos que van escaseando también en definitivas ausencias, como la de Gastón León Roldán, campeón latinoamericano como su mentor, fallecido en el tiempo del Covid agresivo.

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Gastón León, campeón latinoamericano como su maestro. Foto: Archivo

Era primero futbolista César Salazar y dicen que se movía bien como half en las terrosas canchas del estadio Guayaquil y en las ligas de novatos. El 1940 lo ficharon en el Berlín y en ese club cambió poco después polines, camisa y botines por los guantes y las peras para iniciar su carrera de boxeador. Era una época de grandes peleadores y estilistas como Diógenes Fernández, Lucho Robles Plaza, Pepe Barriga, Eloy Carrillo, Carlos Guapala Paladines, Luis González, Galo Alvarado, Enrique Che Palma, entre otros. En 1941 fue campeón de Guayaquil del peso mosca y a finales de 1942 se ganó el derecho de representar al Ecuador en el Campeonato Latinoamericano de Boxeo que debía llevarse a cabo en el Coliseo Huancavilca.

A fines de diciembre de 1942 ya se hallaban en Guayaquil las delegaciones. Argentina venía metiendo miedo con sus estrellas entre las que destacaba el olímpico Alfredo Carlomagno, Salvador Giangrasso, Pedro Nerio, Luis Crespi y Mauro Cia. Los uruguayos traían consagrados peleadores: Pedro Carrizo, Alfredo Fernández, Basilio Alvez, Héctor Cataldo, César Jara, Herbert Livingston y Ángel Silveira. Chile contaba con un equipo experimentado: José Castro, Héctor Aguirre, Francisco Bahamonde, Nicolás Talve, Sebastián Arévalo, Orlando Schiaffino, Oscar Avendaño y Emilio Espinoza.

Ecuador ponía un equipo que mezclaba juventud y veteranía: Carlos Muñoz, Miguel Carrión, Diógenes Fernández, José Marín, Pepe Barriga y Enrique Palma. Con ellos, en el peso mosca, el más joven: César Salazar Navas.

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No le fue bien a Salazar en el debut. El 6 de enero de 1943 se midió con el uruguayo Pedro Carrizo quien había sido derrotado en marzo de 1940, en el Sudamericano de Buenos Aires, por ese gran boxeador porteño que fue Diógenes Fernández Borrero. Gracias a su boxeo de gran técnica Salazar consiguió ventaja en el primer round. Carrizo acortó diferencias en el segundo asalto para quitarse el hostigante jab del nacional que se trenzó en un furioso intercambio de golpes con el uruguayo en el centro del ring, equivocando la táctica ordenada desde su esquina por Ruffo López. En el tercer round Salazar trató de llevar el combate a distancia, pero Carrizo lo cercaba y no lo dejaba abrir.

El fallo fue favorable al visitante. El 13 de enero Carrizo venció al argentino Giangrasso y Salazar enfrentó al chileno José Castro. El combate se caracterizó por la forma desenvuelta en que se desempeñó el porteño en contraposición a lo que hizo en el debut. Su movilidad fue un problema para el chileno que trató de igualar la ventaja usando los cabezazos.

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Los golpes de Salazar llegaban netos, claros al rostro de su rival. El chileno lucía agresivo, pero el pequeño gladiador guayaquileño hacía sentir sus puños. Salazar, contragolpeando y guapeando, con excelente estado físico, se llevó de calle el fallo, estruendosamente aplaudido por el público. El 20 de enero de 1943 José Castro dio la gran sorpresa al derrotar sin atenuantes a Carrizo.

La audiencia saludó la decisión de los jueces porque abría la posibilidad de que Salazar ganara la corona en una pelea definitoria ante el argentino Giangrasso. Fue un combate espectacular. Un Salazar crecido se lucía en el intercambio de golpes y mostraba una esgrima hábil y elegante, precisa y contundente en el golpeo con ambas manos. En el tercer asalto la euforia en las graderías era incontenible para aplaudir a Salazar, entusiasmada por su coraje y su técnica.

La pelea terminó entre una gran algarabía. Los aficionados, sin desconocer la clase y el valor del argentino, vitoreaban al púgil del patio que acababa de escribir una página de oro que se cerró al ser proclamado Salazar Campeón Latinoamericano del Peso Mosca. Paseado en hombros por la fanaticada, Salazar declaró a EL UNIVERSO: “Digan a mis conciudadanos y compatriotas que el triunfo que conseguí no es sólo mío. Es de todos los de esta tierra querida por la que nos esforzamos para conseguir mejores días y mejores triunfos”.

“Yo nunca podré pagar lo que hizo por mí don César. Él me enseñó a boxear y me aconsejó como un padre. Él era pobre como yo, pero iba conmigo al Mercado de las Almas. ‘Dame algo para mi campeón’, les decía a los barraqueros. Y recibía carne, huevos, pollo. Todo me lo daba para que yo prepare mis alimentos. Tenía amigos médicos y les pedía vitaminas para mí. Gracias a eso pude comer bien y llegar a campeón local, nacional y Latinoamericano. Después del boxeo erré el camino, pero volví a ser un hombre de bien gracias a don César y a Dios que me iluminó y me lo puso otra vez en mi camino”, nos contaba el exmonarca latinoamericano Gastón León Roldán, a quien tuve como consocio de Liga Deportiva Estudiantil (LDE) y amigo admirado que llegó a ser pastor evangélico y licenciado en Ciencias Teológicas.

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Quienes aprendieron boxeo con él y se hicieron famosos lo recuerdan como un auténtico maestro, lleno de calidad humana y de sapiencia. Los mejores días de César Salazar Navas como forjador de campeones los entregó a Liga Deportiva Estudiantil, divisa a la que llevó a ser la más poderosa del país. Vicente Cassagne, Luis Vera, Edison Reyes, Isaías Otoya y Pepe Farra formaron una escuadra que hizo historia dentro y fuera del país.

También Elí Mackay, Mantequilla Viteri, Pepe Julio Moreno, César Maquilón, Alberto Herrera (disputó un cinturón mundial), y el formidable Miguel Herrera (combatió en cuatro continentes ante los mejores del planeta) fueron pupilos de César Salazar, a quien recordamos en estos días en que se cumplen 80 años de su título latinoamericano y ningún organismo deportivo nacional se ha dado cuenta. (O)

LDE imbatible campeón de boxeo en los años 50. Desde la izquierda Vicente Cassagne, Luis Vera, Edison Reyes, Isaías Otoya, José Farra y César Salazar (DT). Foto: Archivo