Juan Manuel Basurko llegó a Ecuador en 1969, sin hacer ruido. Cuando se marchó, casi un año después de anotar el gol con que Barcelona Sporting Club derrotó a Estudiantes en 1971, en La Plata, el joven sacerdote católico “se iba cubierto por una gloria que desde entonces sería como su segunda piel”. Y aunque la sentencia del escritor argentino Tomás Eloy Martínez no se refería al cura vasco, esta calza a la perfección con el destino que el padre Basurko encontró a través del fútbol, sin proponérselo: el de eterno héroe deportivo de un país ajeno al suyo.

Desde su natal San Sebastián, el segundo de los dos hijos del exdelantero canario, Adur Basurko Pérez de Arenaza, conversó con EL UNIVERSO. Esta segunda parte de la entrevista se centra en varias anécdotas que vivió su progenitor, legendario en Barcelona SC, y recordado como clérigo de la parroquia San Camilo, del cantón Quevedo.

Además, Adur (39 años) reafirma cuál era la postura de quien, pese a alcanzar la celebridad como autor del memorable gol contra el vigente tricampeón de la Copa Libertadores, prefería colocarse él mismo en un segundo plano como protagonista de la inolvidable hazaña de La Plata.

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Seguramente, el 29 de abril de 1971, entre los hinchas barcelonistas que en Guayaquil, pegados a sus radios, escucharon la transmisión de Atalaya y Mambo alguno debe de haber gritado “¡aleluya!” en lugar de “¡gooooool!” cuando el padrecito Basurko hizo el gol contra Estudiantes. El tanto, conseguido en el minuto 62, estremeció a los amarillos, pero también a los aficionados de otros clubes del país (aunque solo lo aceptarán en secreto de confesión). Por eso, aquello de ‘Delirio colectivo en Ecuador’, como tituló este Diario la nota en que se informó acerca de enloquecidos festejos en el país por el triunfo 1-0 de Barcelona SC.

Juan Manuel Basurko, abajo, tercero de izquierda a derecha, cuando jugaba en el club vasco Mutriku. El fútbol siempre fue parte de la vida del cura. Foto: Cortesía Adur Basurko

“Fuerte de físico, macizo de mente, como buen vasco”. Así es definido Basurko en el tomo 1 del libro Copa Libertadores de América 1960-2010. El periodista manabita Fernando Macías Pinargote, en su obra Verde y Blanco. Historia de Liga de Portoviejo, lo describe de esta manera: “Tenía fuerza, visión y entrada. Era aguerrido a la hora de pelear arriba con defensas más fuertes. Y cuando estaba frente al gol, no se ofuscaba. Cuando los arqueros salían desesperados a enfrentarlo, casi siempre les pasaba la pelota por encima”.

Cuenta Adur Basurko, con base en las narraciones que le hizo su padre, quien por pudor de hombre sencillo evitaba hablar extensamente de su papel en La Plata, algunos datos originados por el partido jugado por la ronda de semifinales de la Libertadores:

  • “A él le hacía gracia eso de ‘botines benditos’. Decía que era una ocurrencia propia de la forma de ser de los ecuatorianos, hábiles para imaginar ese juego de palabras. Le gustaba lo de ‘botines benditos’”.
  • “Mi padre sentía un cariño grande por Guayaquil, pero nos contó que un día fue a la casa de un amigo y al salir de ella se percató de que le habían robado las ruedas del automóvil. En el barrio (donde se cometió el delito) se corrió la voz del robo. ‘No sabemos quién fue, pero le han robado las llantas al carro del padrecito Basurko’, comentaba la gente. Sin embargo, al cabo de media hora, aparecieron todas las ruedas robadas, y alguna más”.
  • ”Según mi padre, el partido en La Plata fue muy complicado, porque Estudiantes jugaba con la defensa muy adelantada, casi en el medio del campo. Para él, como delantero, eso era una cosa nueva; ellos aplicaban el fuera de lugar. Era dificilísimo, y por eso cayó en off-side varias veces; debía partir de su propio terreno para evitarlo. Nos contaba que el entrenador (Otto Vieira) le dijo: ‘Padrecito, usted quédese arriba’. Él único que estaba un poco suelto era mi padre”.
Jorge Bolaños (i) y Alberto Spencer, autores intelectuales del gol de Barcelona SC en La Plata, junto a Juan Manuel Basurko, verdugo de Estudiantes. Foto: Archivo
  • “Mi papá recordaba que en Ecuador les gustaba mucho más jugar fútbol a ras de piso. Preferían jugar la pelota más al pie, por abajo. Aquí somos más de balón largo, porque en esta zona (País Vasco) las canchas están más con barro que con otra cosa. Allá les gustaba hacer paredes; y, cierta vez, él, en lugar de tirar paredes, tomó la bola, disparó al arco. Eso enojó a sus compañeros en el entrenamiento. Le decían: ‘Devuélvemela’. Mi papá respondía: ‘Pero tenemos que meter gol’. Todos esperaban la pared y él chutaba a la portería”.
  • ”La curiosidad sobre lo que hizo mi padre en Ecuador, como futbolista, nos surgió a mi hermano (Izaro) y yo cuando éramos niños. Había amigos de mi papá que nos decían: ‘¡Joder, lo que tu padre hizo!’. Nunca nos dijo ‘yo hice esto’ o ‘hice lo otro’. De todo nos enteramos por la conversación de algún amigo suyo, que nos decía: ‘¡Tu padre ha hecho esto!’. A partir de esos comentarios le preguntábamos, y mi padre ya nos contaba”.
  • “Mi madre (Rosa Pérez de Arenaza) ya sabía todo eso del gol en La Plata (cuando se conocieron en Ecuador). En 1991, cuando fuimos a Ecuador, yo tenía 8 años. En ese viaje nos dimos cuenta de que era algo extraordinario lo que él había hecho. Pero como mi padre se lo tomaba como una cosa tan normal, nosotros también. Era nuestro padre, pero allá en Ecuador era una personalidad”.
Juan Manuel Basurko (i), en el estadio Monumental, en una visita a Guayaquil en 1991. Lo acompañan Bosco Mendoza, médico torero; su hijo Adur y un hermano del exdelantero. Foto: Cortesía Adur Basurko
  • “Mis padres, mi hermano, un tío muy parecido a mi papá y yo estuvimos un mes en Ecuador, en 1991. La gente paraba a mi padre en las calles, y también a mi tío, porque lo confundían con él. A mi papá le decían: ‘Padrecito, padrecito, ¿cómo así anda por aquí, padrecito Basurko?’. Le hicieron varias entrevistas”.
  • “Cierta vez salió a caminar por las calles de San Sebastián y se encontró con un ecuatoriano que residía aquí. Ese señor, al principio un poco cohibido, le preguntó: ‘¿Usted es el padre Basurko?’. Mi padre le contestó que sí. Se trataba de un barcelonista que, ilusionado, lo besó. Le pidió a mi padre que lo esperara. El señor subió a su casa y bajó con una camiseta de Barcelona SC y se la regaló. El señor le contó que su papá apreciaba mucho al mío, que le hablaba mucho de él. Mi padre llegó a la casa con esa camiseta, que era moderna, con publicidad de un banco y de un refresco. Mi padre le dijo al señor que no hacía falta que le obsequiara la camiseta, pero tuvo que llevársela porque el ecuatoriano insistió”.
  • ”A la gente de Barcelona SC le digo que mi padre recordaba al club con mucho cariño. Me consta que cuando fue a Guayaquil, en 1996, él estuvo muy contento de rencontrarse con viejos amigos y revivir todo. Estaría muy agradecido del reconocimiento que hay para él”.
Basurko en sus últimos años de vida, en San Sebastián. Foto: Cortesía Adur Basurko
  • “Ecuador siempre estuvo presente en casa de mis padres, porque en su juventud vivieron allá. Adoraban al país por la calidad humana de la gente que encontraron en el país”.
  • “No hemos hablado de ir a Ecuador, pero a veces lo pienso. Soy padre desde hace poco y mi hermano también, y por eso estamos dedicados a otras cosas. Pero sería muy bonito ir allá. En 1991 entramos a la cancha con mi papá, le dieron una placa, y tuvimos la oportunidad de conocer el estadio de Barcelona SC”.
  • ”Diría que mi padre no era seguidor de ningún club español. Le podía gustar la Real Sociedad o el Athletic de Bilbao, pero mucha veces él se sentaba a ver por televisión al que mejor jugaba y creía que ese merecía ganar. En sus últimos años le agradaba el Barça de Josep Guardiolao y el Villarreal de Manuel Pellegrini. Los equipos que atacaban y daban espectáculo eran los que le gustaban. Iba, por lo de La Plata, por los que pudieran hacer hazañas. Los descarados que juegan de tú a tú con los grandes eran los que más le gustaban”.
  • “Mi padre daba clases de filosofía en el Instituto de Educación Secundaria Xabier Zubiri Manteo (de San Sebastián). Era dialogar mucho y plantear problemas filosóficos a sus alumnos; conversaba bastante con ellos. Muchas veces venía a casa y nos contaba: ‘Hemos discutido de esto y de lo otro’, porque estaba muy contento con su trabajo. A veces yo me preguntaba hasta dónde habría llegado si se dedicaba profesionalmente al fútbol. Pero él no tenía ni remordimiento ni preocupación por eso. Fue una parte de su vida, la disfrutó, y luego siguió disfrutando de otras cosas”. (D)