Por: Katherine Villavicencio Mora

Si hubo un día de emociones extremas en la vida de un argentino seguro fue el pasado viernes 9 de diciembre. En el país, que desde el jueves vivía un feriado nacional de cuatro días, era todo euforia futbolística desde antes de enfrentar a Países Bajos por un cupo en la semifinal del Mundial Qatar 2022. En el partido anterior al suyo, su eterno rival, Brasil, quedó eliminado en la tanda de penales frente a Croacia y cada gol de los croatas, que será su contrincante este 13 de diciembre, había sido gritado como propio por los hinchas argentinos que -vestidos con la celeste y blanco o cobijados por su bandera- copaban bares, cafeterías y restaurantes para la previa.

Con Brasil afuera no podía haber mejor panorama futuro para la selección, comentaban sonrientes entre ellos. “Elijo creer”, decían otros, con cara de ilusión, como cada vez que surge alguna coincidencia estadística o circunstancial entre este Mundial y los de 1978 o 1986, los únicos en los que Argentina salió campeón.

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La alegría y la arenga estaban instalados pese a la tensión inicial del partido contra los neerlandeses. El primer gol de Nahuel Molina tras un pase excepcional de Lionel Messi desató los gritos, los saltos, los cantos. Y llegaron a su máxima expresión cuando el capitán de la selección argentina convirtió otro gol de penal. Argentina disfrutaba la victoria. Quedaba aguantar los últimos 10 minutos del partido para salir a las calles, hacer caravanas hacia las plazas, concentrarse en el obelisco o en cualquier sitio emblemático que haya en cada pueblo de esta nación para celebrar el triunfo. Desde el revés en su debut mundialista, tras perder 2-1 frente a Arabia Saudita, para los argentinos cada partido se vive como si fuera una final. De hecho, es común que en la televisión local los partidos se presenten así: “una nueva final para la Argentina”. Y se celebren como tal. Por cábala. Por ilusión. Por pasión. Por el orgullo que la selección le da a cada habitante de un país en crisis, ataviado por la inflación, dividido por la política, pero unido férreamente por el fútbol.

Croacia ganó los últimos cinco alargues que jugó en mundiales de la FIFA

Parecía que todo estaba dicho cuando el primer gol de Wout Weghorst al minuto 83 dejó un sabor amargo generalizado. La ansiedad se instaló en la cara y las acciones de todos. Manos sobre la cabeza, acariciando con fuerza la cara, gente que no dejaba de sentarse y pararse, de gritarle al árbitro cerca del televisor como si el mensaje pudiera llegar a Qatar.

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Los minutos siguientes se convirtieron en ansiedad, en desespero y arengas para que llegue el silbato final. Pero el árbitro decretó 10 minutos más y lo que llegó fue otro gol de Weghorst, decepción, alargue y finalmente penales.

“Ya está, ya está, vamos, concentrados”, “A no aflojar que ya es lo último”, “Nadie dijo que era fácil, vamos, tenemos que poder”, decían los hinchas. Hubo quien se paró para no verlos, los que bajaban la cara frente a la pantalla, los que permanecieron estoicos y los que aplaudían dando el último aliento. Las dos atajadas de Emiliano Dibu Martínez dieron una primera bocanada de aire para toda esa compresión que se sentía en el ambiente. Y en el pecho. Desde que vivo en Argentina y miro de cerca todo lo que genera el fútbol he comprendido lo importante que es para su gente: no se trata de un encuentro más, o de soberbia o de no saber perder. Es un asunto de sentimiento, de familia, de ceremonia y se defiende así, con vehemencia e intensidad.

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Cuando parecía que los penales ya se definían a favor de Argentina, un error de Enzo Fernández volvió a poner la presión en la garganta. Había que jugarse otro más y rogar, así literal, persignándose o poniéndose de rodillas, que el delantero Lautaro Martínez, que venía presionado por sus últimas actuaciones, finalmente convierta.

Ese gol fue como una dinamita. El alivio llegó. Los gritos y la euforia volvieron a estallar como al principio. Se sumó el llanto. Una alegría inmensa se apoderó de las calles entre niños, jóvenes y adultos que no dejaban de cantar Muchachos, la canción de La Mosca, que se ha convertido en un himno para la hinchada y los jugadores en esta copa del Mundo: “Muchachos, ahora nos volvimo a ilusionar... Quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial”.

Los desconocidos se abrazaban con fuerza y entre los conocidos el comentario recurrente era: “siempre Argentina sufriendo”, “parece que no podemos ganar si no sufrimos”, “nosotros, toda la vida al límite”, “hasta el último con el corazón en la mano”. Ese sentimiento se trasladó a las redes sociales para reírse un poco de ellos mismos. Uno de los más sentidos fue el del usuario @lauforever: “Quién sufrió más Jesús o el pueblo argentino”. Y el de @MichiFuzzy: “Ser argentino es esto: sufrir y pagar impuestos”.

Y así, sufriendo, están desde ya frente al encuentro de este martes con Croacia, a las 14:00 de Ecuador. Los programas de deportes intentan descifrar la alineación del técnico Lionel Scaloni, si habrá bajas por lesiones de algún jugador, si Messi seguirá con ese estilo ‘maradoniano’ y ‘picante’ que mostró en los últimos partidos dentro y fuera de la cancha para reclamar por su equipo. Se ilusionan con dar un paso más, con dejar de llorar finales fallidas, como dice esa canción que es furor, y levantar por fin la Copa Mundial. Por Messi, por el Diego y por sus héroes de Malvinas que jamás olvidarán.

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