Si alguien decidiera comenzar a contar historias de personajes ecuatorianos en la pantalla grande, uno de ellos sería definitivamente el futbolista Alberto Spencer (1937-2006), cuyo legado sobrevive sobre todo en Uruguay, donde es recordado como una de las figuras icónicas del Peñarol. Esa fue inicialmente la intención de los cineastas Juan Pablo de la Roche y Geovanny Pozo, quienes en un comienzo planearon producir varias biografías de personalidades nacionales, pero, como lo describieron durante una entrevista con este Diario, “la magia de Spencer” hizo que el proyecto se les saliera de las manos. ¡Para bien!

Así, el mes pasado presentaron, en una proyección privada, el corte final de Cabeza Mágica, el emotivo documental de 83 minutos que recoge la trayectoria del deportista y que cuenta con el aval de la familia Spencer, quienes a propósito de la final de la Copa Libertadores viajaron desde Montevideo hasta Guayaquil y pudieron asistir a la muestra.

Al igual que Alberto, Juan Pablo también creció en Ancón (Santa Elena) y esa cercanía y cariño por el poblado costero marcaron definitivamente el interés de los productores en la vida de Spencer. Y el empujón definitivo se dio cuando Walter Spencer, hijo menor del futbolista y quien había escuchado sobre su largometraje, los invitó a la final de la Copa Libertadores del 2011 en Montevideo. En ese primer viaje se quedaron una semana y avanzaron con las primeras entrevistas del proyecto y dos años después, regresarían para recoger nuevo material.

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Todas las entrevistas del documental son originales de los realizadores, a excepción de los momentos con Alberto Spencer y de la entrevista que Pelé mantuvo con el ecuatoriano. Además, el relato se dinamiza con un dramatizado en el que participaron invitados, no actores, pero que sí tenían destreza con el balón como para simular al histórico goleador.

¿Y cómo los recibieron en Uruguay?

Era muy fácil, porque al decir que éramos ecuatorianos ya nos asociaban con Alberto Spencer, luego mencionamos el documental y nos abrieron las puertas hasta del Congreso de Uruguay, con esto te decimos todo, solo pasamos por el detector de metales.

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¿Qué otras anécdotas les regaló el nombre de Spencer en ese país?

Entramos gratis al concierto de Paul McCartney (risas) en Montevideo solo por decir que éramos ecuatorianos. Nos asociamos con Alberto Spencer y nos dejaron entrar sin haberlo pedido, porque habíamos ido a escucharlo desde afuera.

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Comenzaron en 2011 y han logrado proyectarlo en 2022, ¿por qué se extendió su estreno?

Paramos mucho también el proyecto porque como no nos dejaba réditos económicos y teníamos que mantenernos, hacíamos pausas para aprovechar trabajos que llegaban y al hacer eso, se iba postergando y postergando hasta que nos alcanzó la pandemia.

¿Los sorprendió el cariño que guardan en Uruguay por nuestro jugador?

Habíamos escuchado que decían que allá era una figura, pero una cosa es escucharlo y otra cosa es ir allá y vivirlo tú mismo, con la gente de allá, porque él es toda una figura, sobre todo para la gente en esa época, pero la gente joven también lo recuerda.

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El relato documental cobra dinamismo con segmentos dramatizados.

¿Y eso contrasta, por ejemplo, con la memoria de su pueblo natal, Ancón?

Creo que ya no queda rastro de Alberto Spencer, es muy diferente. En Uruguay, la gente joven sabe quién es Alberto Spencer, acá en Ecuador no y en Ancón, la gente de esa vieja guardia ya no va quedando. A Spencer lo ven porque cuando pasas por el club Andes hay unas fotografías de él, pero su recuerdo no lo siente, no está flotando en el aire y es algo que sí debería ocurrir.

¿Qué expectativas tienen con el estreno del documental?

Siempre imaginamos que las nuevas generaciones hablen con sus abuelos o con su padre, o que vayan y le comenten sobre este estreno y hablen juntos de Alberto Spencer. Pero además, él fue un ejemplo de superación personal y ese es también el mensaje principal de lo que contamos. Si alguien, tras ver la película, decide alcanzar nuevas metas y logros, en lo personal o profesional, con eso creo que habremos llegado a buen puerto.

¿Cuál fue la reacción de los familiares?

Se resumió en llanto y creo que tocamos esa fibra a ellos, también porque el final es muy emotivo, entonces eso hace que la gente se emocione bastante al terminar de ver la película e incluso con la canción final se remata esa nostalgia.

La historia contada por los cineastas recoge la infancia de Spencer en Ancón (Santa Elena).

¿Cómo se sumó Héctor Napolitano al proyecto?

Geovanny fue a entrevistarlo como parte de un nuevo documental en el que está trabajando, pero olvidó su juego de luces y, mientras esperábamos que volviera, comenzamos a hablar con el hijo de ‘Napo’ sobre el proyecto de Alberto Spencer, al que aún le faltaba una canción (...) Y entonces él lo comprometió a componerla, aunque le advertimos que no teníamos presupuesto. Pero Héctor dijo que él lo vio jugar y que lo conversemos. Y así se dio el tema que aparece en los créditos.

Opinión: Sir Alberto Spencer (Por Jorge Barraza)

Poseía una flema británica que no era oriunda de Londres ni de Liverpool ni de Manchester. Era de Ancón y venía con él de fábrica. Acaso esa compostura, ese aire caballeresco tuviera origen en el apellido Spencer y haya viajado genéticamente de los ancestros hasta él. Rozaba los 69 cuando el corazón le dijo “hasta aquí llegamos”, pero nadie se hubiese atrevido a llamarlo viejo. Conservaba la estampa del veterano intacto. Mantenía el peso de sus años de oro. Siempre de traje cruzado impecable, esbelto, digno. Era la contrafigura de la mayoría de los futbolistas que, tras el retiro, engordan, se deterioran, encanecen rápido.

La renovada estatua de Alberto Spencer Herrera en el estadio homónimo, en Guayaquil. Foto: Fedeguayas

A su retiro fungía como cónsul general y permanente de Ecuador en Uruguay. Y no solo era un diplomático, lo parecía. La diplomacia no la estudió, la traía incorporada. Serio, medido, austero, despertaba admiración unánime en las reuniones y cocteles en los que el fútbol convoca a las antiguas glorias. Alberto Spencer fue lo que los norteamericanos llaman un self made man, un hombre hecho a sí mismo. Poseía la grandeza de los que remaron desde abajo y, sin perder la noción de su origen, progresaron en la vida, sabiendo acomodarse a las distintas situaciones que su fama le imponía.

No llegó a viejo, pero alcanzó a ver a Ecuador crecido futbolísticamente. “Se les pasó el miedo”, decía. Antes sufría las derrotas de la Tricolor. “Juegan bien, pero en algún momento se acuerdan de que son ecuatorianos y ¡zas! se viene todo abajo”, se lamentaba. “No se tienen confianza”.

Justo lo que a él le sobraba: personalidad, empuje. Había que tener grandes atributos anímicos para triunfar en el fútbol uruguayo a comienzos de los 60. Una entrada rauda al área podía costar un planchazo en la cintura, ir a buscar un centro a la olla quizás representaba un codazo en pleno rostro. Las defensas jugaban a achicar al delantero rival. El arbitraje lo permitía.

No funcionó con Spencer. Derramó toneladas de goles desde el primer día que pisó el estadio Centenario. Entraba como una ráfaga, sin miedo, y estirando la punta del botín o con su temible cabezazo estremecía la red.

Compartimos muchos momentos con Alberto, en el estadio Centenario, sobre todo, y recibía a cada momento saludos respetuosos, pletóricos de afecto. Muchos de hombres maduros, hinchas de Peñarol. Otros incluso de Nacional, el rival de siempre.

Vemos que la relación con la gente de Nacional es buena, hasta de aprecio, le deslizamos.

Ah, sí, es que yo nunca fui un jugador pesado. Hasta cuando hacía un gol, más que festejar me condolía por el arquero vencido.

“Parecía un puma agazapado y expectante en el bosque de zagueros de las defensas adversarias –escribió un viejo cronista uruguayo–. De pronto, como impulsado por un mágico trampolín, salía como un filoso cuchillo de su vaina buscando la inmensidad del cielo. Y, cuando estaba en lo más alto, cuando ya había superado en el salto a todos sus rivales, aplicaba el feroz zarpazo…”. Bella y literaria descripción.

“Yo tenía una cualidad natural que me ayudó en toda mi carrera: me elevaba mucho desde el lugar donde estaba, en cambio, los defensores tenían que tomar impulso para hacer lo mismo”, confesó en la última entrevista que le hicimos, en mayo del 2004.

Fue ídolo de dos banderas e hizo todos los goles que un equipo, un hincha, un entrenador le puede pedir a su bombardero. Goles para ganar partidos, copas y campeonatos: fueron 510 anotaciones oficiales.

El récord de 54 tantos en la Libertadores no podrá ser batido más. Se lo llevó con él. El Ecuador no otorga títulos nobiliarios. Caso contrario, como a Bobby Charlton, como a Bobby Moore o a Alex Ferguson, deberíamos llamarle sir Alberto Spencer. Es el único título que le faltaba. Y hubiese sido justicia.