Protegida por la ley prusiana desde el siglo XIII, esta resina fosilizada era una sustancia codiciada para la elaboración de objetos reales y religiosos en toda Europa del Este.

La Cámara de Ámbar, una habitación con las paredes cubiertas de paneles elaborados con seis toneladas de ámbar y adornadas con láminas de oro, mosaicos y espejos, fue un himno a la belleza y una celebración del material.

Diseñada para la realeza en Prusia y Rusia, perdida en la guerra con la Alemania nazi y finalmente renacida en un palacio de San Petersburgo, la habitación sigue siendo un misterio tan cautivador como el propio ámbar.

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Su historia

La Cámara de Ámbar fue diseñada a principios del siglo XVIII como una opulenta sala de 16 metros cuadrados para Federico I, el rey de Prusia.

En 1716 donada al zar ruso Pedro el Grande y finalmente se trasladó al Palacio de Catalina, cerca de San Petersburgo.

Para combinar con las espaciosas habitaciones del palacio, se le solicitó al arquitecto italiano Francesco Bartolomeo Rastrelli ampliar la sala.

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Bajo su guía, los paneles originales se incorporaron a una sala de 55 metros cuadrados decorada con más ámbar, candelabros, mosaicos y figuras doradas.

La opulenta obra del barroco ruso se hizo conocida como la “octava maravilla del mundo”.

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La sala fue colocada en el Palacio de Catalina la Grande en San Petersburgo. Foto: getty images

Cuando los nazis invadieron Rusia en 1941, desmantelaron la cámara y la trasladaron al castillo de Königsberg, en lo que era el estado alemán de Prusia.

Según Anatoly Valuev, del Museo de Historia y Arte de Kaliningrado, Königsberg era una “base de transferencia de objetos culturales [saqueados], que se almacenarían en la ciudad para su posterior transporte a otras partes de Alemania”.

Pero cuando el Ejército Rojo se apoderó de la ciudad en 1945, no se encontraron rastros de la Cámara de Ámbar.

Destino desconocido

Algunos pensaron que la habitación pudo haber sido destruida por el fuego.

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“Pero no se encontraron rastros de ámbar quemado”, dice Valuev.

“Así que se asumió que la (los paneles) sobrevivieron y que estaban escondidos en el sótano del castillo o que fueron llevados a otro lugar”, agrega.

Y la búsqueda de la legendaria cámara continuó.

En 1946, Koningsberg pasó a formar parte de Rusia y pasó a llamarse Kaliningrado.

Dos investigaciones importantes no arrojaron rastros de la habitación.

Así se veía la sala en 1917. Foto: Getty Images

Los especialistas soviéticos continuaron indagando en cientos de lugares alrededor de la ciudad y entre las ruinas de su castillo.

En la década de 2000 se utilizaron equipos más avanzados para la búsqueda y se encontraron obras de arte y joyas en una parte oculta del sótano del castillo, pero nada de la Cámara.

Preocupación por su estado

Con los años, los expertos comenzaron a tener la duda de que, incluso si se encontrara la Cámara de Ámbar, probablemente sería una sombra de lo que había sido.

“El ámbar es un material complejo; es bastante frágil y cambia con el tiempo”, dice Tatyana Suvorova del Museo Regional del Ámbar de Kaliningrado.

La Cámara estaba llena de detalles de ámbar. Foto: Getty Images

Según la experta, si la cámara fuera redescubierta, “supondría una gran alegría, [pero] sería un hecho histórico”, no un acontecimiento artístico, por el estado en el que probablemente se encontraría.

Suvorova explica que obras de este tipo están hechas de un material frágil y necesitan un manejo muy delicado. “Requieren un ambiente de museo”, explica.

La nueva sala

A medida que se desvanecía la esperanza de que se encontrara la Cámara de Ámbar, surgió una nueva idea.

En 1979, la antigua URSS comenzó a reconstruir la habitación guiada por dos elementos originales restantes: una única caja de reliquias de la habitación; y 86 fotografías en blanco y negro del espacio tomadas justo antes de la Segunda Guerra Mundial.

La Cámara era considerada una de las mayores obras del barroco ruso. Foto: Getty Images

La reconstrucción tomó 23 años, pero hoy la imitación de la Cámara de Ámbar se exhibe en el palacio de Catalina en el Museo Estatal de Tsarskoye Selo en San Petersburgo, considerado Patrimonio de la Humanidad.

Con paredes que brillan en naranja y oro, esta nueva sala de ámbar da vida una vez más al antiguo encanto de la resina fosilizada. (I)