La relación entre padre e hija contiene una magia que se reserva para ellos y que pocos logran descifrar. Pero la noche del sábado 19 de marzo, los asistentes a la sexta edición de El Carrete Literario, organizado por el Instituto Cultural Nuestra América, pudieron aproximarse a los cálidos recuerdos paternales que conservan las hijas de los escritores Fernando Artieda (1945-2010) y Jorge Velasco Mackenzie (1949-2021), además de aproximarse a su obra a través de los ojos de quienes los vieron trabajar, reescribir, imaginar y partir.

El conversatorio alrededor de ambos autores se realizó con el objetivo de resaltar un trabajo narrativo que dio voz y visibilizó el Guayaquil suburbano, de la calle, con sus ruidos, personajes, lenguaje e identidad.

Cristina Velasco, licenciada en Comunicación, reveló durante su intervención que su padre no tenía una rutina de escritura. “Siempre tenía que nacerle una idea”, dijo. “Y para eso, desarrollaba la observación, salía mucho. Veía lo que ocurría en los parques, se pasaba conversando con las personas en las calles, en el Malecón, con las personas en el mercado”, comentó. “De hecho, he regresado al mercado y mucha gente me reconoce y me preguntan por mi papá y se admiran al saber la noticia porque él era amigo de todo el mundo, era una persona muy conversadora”.

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Maestro Hernán Zúñiga, Cristina Velasco (centro), hija del autor y la docente e investigadora Mónica Murga (d).

Una vez cumplida ese primera etapa casi espontánea, continuó Velasco, “entonces sí tenía esa costumbre de escribir en todos lados, como él ya lo había dicho algunas veces”, recordó. “Escribía en la fila para pagar la luz, en el cine, donde le daba el ánimo y encontraba la inspiración para hacerlo”.

Velasco es también la heredera (”porque así lo decidieron también mis hermanos”) de la biblioteca de su padre y espera a futuro encontrar el mejor lugar para conservar y compartir los hallazgos literarios que alimentaron en vida la mente del autor. “Nunca dejaron de llegar libros a la casa”, admitió. “Antes eran solo libros de mi papá, pero ahora es algo invaluable que recibí de mi padre y abrirlos es, por ejemplo, leer sus notas y es algo muy emotivo que es difícil de entregar así no más, siempre encuentro algo que él me dice a través de sus libros”.

Asimismo espera sacar a la luz obras no publicadas de su padre: un libro de cuentos y dos novelas. Recordó además que Velasco Mackenzie también escribió dos obras de teatro, una de ellas, ‘Tatuajes en el alma’ aún no se ha puesto en escena. “Esa sería otra manera de conservar su legado, que un grupo teatral venga y nos pida representarla”.

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En ese primer panel participaron también Mónica Murga, docente universitaria y directora de Humanidades de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; y el maestro Hernán Zúñiga, reconocido artista plástico de la ciudad y quien fue amigo cercano a Velasco Mackenzie.

Al recordar a Fernando Artieda, su hija Renata, quien es poeta y narradora, se acogió al prólogo que escribió para su ‘Antología Seco y Volteado’ (2009), por pedido de su padre.

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Renata Artieda fue una de las invitadas al sexto Carrete Literario del Instituto Cultural Nuestra América.

“En ese tiempo él ya estaba enfermo, todavía podía caminar, pero ya usaba andador y ya lo movíamos con silla de ruedas. Pero en ese tiempo me pidió, primero, que yo transcriba los textos que él había elegido para su antología, del libro a la computadora, y luego que a partir de ese trabajo yo escribiera algo”, recordó. “Yo debería haber hecho un ejercicio de análisis, pero se me salió el romanticismo por mi padre”.

En ese espacio recorre la obras seleccionadas para la publicación intercalada con una voz muy personal: “porque me enseñó a ser pobre, a tenerlo todo sin pedirlo, es decir, a soñar y leer, a leer los sueños de otros y, a punta de paranoia, sentirme culpable por intentar ser libre (...)”, narró durante su lectura. “Ahora entiendo que nuestros primeros nexos con él, además de salir corriendo a abrazarlo cuando llegaba del trabajo y volar en su bicicleta de flores, lo fueron Rafael Escalona y Rubén Blades”, continuó. “¿Y quién me va a decir ahora ‘dientecito de ajo?’ y vuelvo a su primer libro como el círculo que deseo que sea la vida, porque me falta pecho es que asfixio, porque me sobran manos no me canso (...)”.

El 15 de abril se cumplirán doce años del fallecimiento del autor, quien siempre se mostró disponible para compartir con los autores más jóvenes. “Él siempre tuvo esa buena predisposición y ayudarlos más que en curaduría, aconsejarlos con lecturas, ‘sigue leyendo y escribe’, que es la única forma de seguir mejorando”.

Renata también destacó la faceta periodística de su padre. “Contar historias desde la redacción es mucho más complicado que desde lo audiovisual, en cuestión de noticias. Tenía un foco interesante en el periodismo porque comenzó a hacer crónicas (...) Siempre tuvo ese romance con Guayaquil, de leer al guayaquileño, pero no al ciudadano burgués, sino al de la pelota de trapo y zapatos Kit”. (I)

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