Existen varios estudios que demuestran que el precio del vino puede definir la percepción de la persona sobre la calidad del producto. Asimismo, se tiende a juzgar que algo es mejor cuanto mayor es su precio, y puede ser aplicado a varios productos.

La investigación de la Universidad de Basilea (Suiza) se desarrolló en entornos de laboratorio, en los que se han realizado resonancias magnéticas del cerebro de los catadores durante la prueba. Sin embargo, en esta ocasión se ha simulado una cata de vino real. Los resultados del estudio fueron publicados en Food Quality and Preference.

La hipótesis de la investigación se remonta a 2002, cuando cuatro trabajadores de Wall Street acudieron a comer a uno de los restaurantes más afamados de Nueva York. El precio no les preocupaba, por lo que pidieron el vino tinto más caro de la carta, un Mouton Rothschild de 1989, cuyo valor era de 2.000 dólares la botella.

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Sin embargo, luego de la cena el mesero reconoció que se había confundido y que les había servido el vino más barato de todos los que disponían, un Pinot Noir de 18 dólares. A unas pocas mesas más allá, la pareja que había pedido el Pinot Noir estaba degustando el Mouton Rothschild de 1989.

Ante esta situación, los cuatro clientes lo consideraron gracioso y no se disgustaron, aunque reconocieron que, para ellos, podría haber sido perfectamente el carísimo Mouton Rothschild que solicitaron.

Tras el incidente, en 2008 y 2017 se elaboraron estudios sobre el tema, pero nunca se había desarrollado por medio de una simulación de cata real.

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Este estudio se realizó en un evento público, celebrado en la Universidad de Basilea. Entre otras actividades de entretenimiento, se ofrecía una cata de vinos. Era un total de 140 personas, quienes se sentaron en mesas individuales, sin interactuar ninguno con el resto de participantes.

Cada mesa contaba con seis copas de vino, tres de ellas sin etiqueta. Sin embargo, las otras tres sí que tenían una en la que constaba el precio del producto, pero estos valores eran falsos, es decir, hubo personas que bebieron de una botella de vino carísimo creyendo que era muy barato y al revés.

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Los resultados indicaron que la intensidad y el disfrute del vino no tuvo diferencias en los que estaban sin etiquetar, pero sí en los que contaban con una etiqueta con el precio.