Para el brasileño Osmair Candido, sepulturero hace 30 años, la pandemia de coronavirus ha sido “horrible, más que una pesadilla”, pero aprendió a sobrellevarla con la ayuda de grandes pensadores como Kierkegaard, Kant o Nietzsche.

Además de sepulturero en el pequeño cementerio de Penha, en la zona este de Sao Paulo, este sexagenario de gestos suaves es un erudito, un filósofo.

“Antes solo teníamos un funeral por semana”, pero en el peor momento de la crisis sanitaria “eran hasta 18 por día”, señala. “Eso solo puede verse en un libro de Dante Alighieri”, agrega.

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Confiesa que lloró alguna vez durante el período más crítico, pero la filosofía, asegura, lo ayudó a no desmayarse cerca de las fosas como sus compañeros.

Con Heidegger, Kierkegaard, Kant, Hegel y Diderot, supo “aceptar la muerte”.

Pero son sobre todo “los aforismos y el pensamiento” de Nietzsche y “la catarsis de los griegos” lo que le “ayudó mucho en los momentos más difíciles”.

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Foto: AFP

Cuando salía de su casa por la mañana, Candido no sabía si volvería del cementerio “vivo o muerto, contaminado o no”. Y por la noche, se tomaba “una, dos, tres o cuatro duchas”.

Hace seis meses, “llegaban los coches fúnebres y había 100 o 200 ataúdes apilados esperando. Nadie quería tocarlos ni arriesgarse”, recuerda el sepulturero, que nunca se contagió de COVID-19.

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La peor prueba fue el funeral de un adolescente. “Al otro lado del muro, escuché el llanto de una mujer. Su llanto llegó antes del cuerpo de su hijo”. Luego se aferró al ataúd para intentar evitar el entierro.

Maestría en filosofía

En tres décadas, Candido ha enterrado a más de 3.000 fallecidos. “Durante todos estos años, he visto a muy pocas personas preparadas para la muerte. La muerte exige mucho respeto, cuidado y silencio”, dice.

Bajo el canto de los pájaros, el sepulturero desenrolla el hilo de su vida mientras camina entre las tumbas del cementerio arbolado, vírgenes de yeso descolorido, arcángeles desgastados y fotos amarillentas de un padre desaparecido.

Aprovecha la calma en el cementerio, que no espera otro funeral ese día, para rehacer un poco de cemento sobre las viejas tumbas cubiertas de clivias anaranjadas.

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Nietzsche, el superhombre

Todo comenzó, cuenta, cuando tomó clases de alemán en su juventud en la facultad de Uniban en Sao Paulo, después de haber sido boxeador y limpiacristales.

Pero, sin un centavo, tuvo que dejar sus estudios y se convirtió en sepulturero. Ahora gana alrededor de 3.000 reales al mes, unos 550 dólares.

“Me gustaba mucho la literatura, pero no podía leer tanto como quería porque no podía comprar libros. Leía los que me daban”, recuerda. “Luego decidí estudiar filosofía y me gustó mucho”.

Osmair Candido, conocido como Fininho, enseña a futuros profesionales de necropsias en una escuela en Sao Paulo. Foto: AFP

Obtuvo una beca en la Universidad Mackenzie de Sao Paulo, de la que se graduó con una maestría en 2007, período en el cual llegó a comunicarse por correo electrónico con el filósofo francés Jean Baudrillard.

Si Candido pudo domesticar la muerte es porque tiene una segunda vida: este hombre esbelto de pelo blanco y gafas de montura, que no quiere decir su edad exacta “por vanidad”, es profesor de filosofía.

Por la noche, sobre sus jeans y camisa polo se calza una túnica blanca con la insignia de la Asociación Nacional de Forenses. Citando a Aristóteles, enseña ética a jóvenes técnicos en autopsias.

Foto: AFP

El sepulturero, que suele despertarse a las tres de la madrugada, también está terminando de escribir un libro de pensamientos filosóficos en tres volúmenes, dos de los cuales están dedicados a la pandemia. Varias editoriales quieren publicarlo.

“Adoración” por Kant

“La filosofía me hizo crecer, salir de mí mismo, comprender y tener en cuenta a otras personas y otras ideas. Fue un gran paso”, explica.

El sepulturero “adora” a Kant, pero admite que tuvo dificultades para entender su Crítica de la razón pura. “¡Lo leí hasta 100 veces, hasta que entendí! En portugués, pero algunos pasajes en alemán”, cuenta, soltando una carcajada.

Candido cree que fue su cercanía con los filósofos lo que lo mantuvo lejos de “tratamientos en hospitales psiquiátricos” como los que precisaron sus compañeros del cementerio.

“Estudié filosofía, disfruto la filosofía y así moriré”, dice con una gran sonrisa. (I)