Por Fernando Endara | Antropólogo y docente de Literatura

La vida se juega sobre una cancha inclinada, con la afición en contra, con lluvia, con un hombre menos; y ante rivales invencibles: la tragedia de existir y el aciago paso del tiempo. No More Tears es una novela de realismo trágico, publicada en el 2018 por el narrador y periodista quiteño Esteban Michelena Ayala, protagonizada por Marlon Harley de Jesús Cangá, conocido como No More Tears, que en español significa “no más lágrimas”, “como el champú para niños”.

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Para Esteban, el realismo trágico es la ficcionalización de la cotidianidad latinoamericana: un sueño convertido en pesadilla, un rincón de alegría en medio de la desolación, un abismo de vulnerados que se levanta cada mañana “a inventarse la vida”, a expensas de la desigualdad, la marginación, el racismo y la pobreza propiciada por unas élites corruptas, ciegas e impunes. No More Tears es una tragicomedia crítica y honesta de la negritud ecuatoriana, ambientada en la Esmeraldas de los años 70, que resalta por la ternura de sus personajes aplastados por una realidad implacable.

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La novela acompaña a Nomor desde la infancia hasta su temprana senectud. Nomor, o más bien, Marlon de Jesús, fue abandonado en un orfelinato a los 10 años. Escapó, junto con sus amigos mayores: Ausencia, Calladito, Invisible, Malas Noticias y también Rápido y Furioso, gracias a un “tesoro bañado con sangre” hallado en una gasolinera. Este percance les permitió fugarse a Quito, para vivir sus primeras e inesperadas aventuras: camuflados con calentadores del Barcelona Sporting Club de Guayaquil, disfrutaron de un paseo inolvidable que incluyó la Plaza Grande y el Estadio Olímpico Atahualpa, en compañía de Morochito, un carismático taxista y la figura paterna que les mostró la ciudad.

Sin embargo, la realidad los devolvió al barro enseguida: después de enrumbarse, se desató la pelea con los aniñados quiteños, que lograron, tras una ardua batalla, herir de muerte a Rápido y Furioso en el parque del Ejido. Esta sería la primera de las muchas tragedias en la vida de Nomor.

Después de perder a su líder, la pandilla de fugados se refugió en Atacames, donde prosperaron en el negocio de los “carretones”: triciclos movidos a pedal con un cochecito para turistas equipado con hielera, música e iluminación. Sin embargo, las alegrías son pasajeras en la vida de Marlon (y en la nuestra): un accidente de tránsito se cobró la vida de sus amigos, dejándolo en un agujero de miseria y soledad.

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Ante las nulas perspectivas, Nomor se refugió en la Iglesia: encontró en el padre Silvino y en el mensaje del evangelio la motivación para salir del hoyo y empezar a brillar. Marlon ejecutó una amplia labor pastoral con el padre Silvino: difundieron el evangelio en misas cantadas y bailadas con ritmos esmeraldeños, con marimbas, coros y gritos, que enfurecieron a la cúpula de la Iglesia católica e indignaron a los fieles y beatas más puritanas; escribieron oraciones e himnos musicalizados por la novel agrupación musical Voces que Alegran al Señor; organizaron un equipo de fútbol para evangelizar a través de la pelota, llamado Séptimo Cielo Sporting Club. Pronto, Marlon conoció el amor de la mano de Amarilis.

Las olas de la tragedia surgieron de nuevo y el sueño se convirtió en pesadilla para volverse a ensoñar después. En una tarde de rumba, Marlon y otros negros fueron sorprendidos por el ejército ecuatoriano en busca de nuevos hombres para sus batallones. Los conscriptos más habilidosos con el balón eran trasladados a las formativas del Club Deportivo El Nacional.

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Marlon destacó en boxeo y en fútbol, fue convocado al plantel El Nacional, y al poco tiempo se convirtió en figura y referente: fama, entrevistas, designios; goles, victorias, trofeos. Como es de esperar, la tragedia estuvo a la vuelta de la esquina cuando lesionó su rodilla para siempre, sepultando sus sueños de alegría una vez más. El negro comprendió que la alegría es muy corta en medio de tanto dolor.

Marlon regresó al servicio regular del Ejército cumpliendo una brillante trayectoria, hasta que fue convocado a la Guerra del Cenepa, conflicto armado que enfrentó a los Ejércitos de Ecuador y Perú en 1995. Marlon se convirtió en héroe de guerra; junto con su escuadrón derribaron a Damián, el más temido de los helicópteros peruanos, inclinando la balanza a favor de Ecuador. Sin embargo, tras la durísima hazaña, Nomor pisó una mina antipersonal: perdió las dos piernas, un golpe del que no se recuperaría jamás.

Llegaron los honores y homenajes, pero pasaron rápido; quedaron los temores, la invalidez, el mal humor, la vejez. Su mujer, avergonzada, asediada por patanes, humillada por su carácter, terminó por fugar llevándose al niño. Quedó Marlon en el agujero de miseria, vejez, podredumbre y soledad, y al fondo Leo Marini, Rolando, Julio y Daniel Santos en el tocadiscos.

La historia de Marlon de Jesús, por supuesto, podría ser la de cualquier joven promesa futbolística, o la de un anónimo soldado caído en la escaramuza, o la de cualquier negro, luchando por sus sueños en medio de una realidad de pesadilla. La novela nos cuenta la vida de Marlon como si fuera una película, con una narración sencilla pero vibrante, repleta de referencias al fútbol y a la música popular, aderezada con jerga local y cubierta con un velo de esperanza/desesperanza que nos lleva “del quinto infierno al séptimo cielo”, que nos conmueve y nos pregunta: ¿cómo será la vejez de una exgloria deportiva?, ¿cómo será mi propia vejez?

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Esteban Michelena es un periodista completo, lo respalda una dilatada trayectoria en donde se destacan sus interesantísimas crónicas que exploran el underground del fútbol y la negritud ecuatoriana con estructuras y recursos de la literatura y el cine. En 2002 publicó su primera novela, Atacames tonic, un “thriller tropical”, “un reportaje novelado” que fue ampliamente leído y difundido.

No More Tears es mucho más que una evocación de los dramas del pueblo negro; es, además, un canto de amor al fútbol, a la pasión desbordada de hinchas y jugadores, a la magia inexplicable de un corazón atravesando un arco en forma de pelota, a la espectacular batalla de 22 cuerpos en el campo persiguiendo su redondo sueño, a la contagiosa fiebre de la victoria y al sinsabor de la derrota, a lo efímero de sus héroes y a lo que queda después del estadio, el uniforme y los aplausos.

Es una obra que nos hace mirar al estadio, a esa carne de ébano sudorosa que “canta el himno nacional como si fuera un bolero”, que toca la bola como un paso de salsa, que dribla la marimba, y anota con el pie andarele o la cabeza bailando bomba. Cada gol ecuatoriano es negro, es un pedacito de memoria, una porción de alegría, una entrada momentánea al Edén. Michelena nos convoca a la reflexión: ¿cuándo le devolveremos el regocijo a nuestra negritud? (O)