Con el crecimiento poblacional de Guayaquil a mediados del siglo pasado también se desarrolló su expansión urbanística hacia zonas que en la actualidad comprenden el norte.

Es así que comenzaron a formarse diversas ciudadelas como Urdesa, Kennedy, Miraflores, Ceibos, El Paraíso y otras.

Miraflores fue una iniciativa del médico Fernando Lebed Sigall en el año 1957. El arquitecto Félix Henríquez Fuentes desarrolló el proyecto urbanístico de este nuevo espacio.

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Según el arquitecto Javier Castillo, las primeras casas se comenzaron a construir poco tiempo después. “Fue pensada con el modelo ciudad jardín, donde cada casa no poseía cerramientos sino jardines que la volvían un apacible lugar. Se trataba de casas y villas de dimensiones un poco más pequeñas que las de su vecina Urdesa”, manifestó Castillo.

Las primeras casas que se edificaron en el sitio fueron construidas por el arquitecto Enrique Alarcón San Miguel.

Una de las más emblemáticas era la conocida como Casa Araña, por la peculiar forma en que fue construida y que le daba una forma similar a la del arácnido. Esta villa era propiedad de Fernando Lebed, pero hoy forma parte de la Universidad Casa Grande.

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“La ciudadela contaba con parques, colegio y club social. También contó en sus inicios con un cine, el Miraflores, que funcionó por poco tiempo”, indicó el arquitecto Castillo.

El inmueble que albergaba el cine, con varios cambios y adecuaciones, pasó a ser la iglesia San Judas Tadeo, establecida en 1959 con el apoyo del entonces arzobispo de Guayaquil, César Mosquera Corral, quien vivía en la calle Séptima.

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Miraflores posee uno de los espacios deportivos más importantes de la ciudad: la Liga de Béisbol, sitio en el que se formaron cientos de jóvenes.

En noviembre de 1974 se inauguró el torneo infantil. La creación de las canchas fue gestada por el Club Rotario.

En sus primeros años, Miraflores estaba situada lejos del centro de la ciudad. No obstante, el rápido desarrollo de la ciudadela en las décadas siguientes la convirtieron en un sitio de paso hacia otros sectores, explicó Castillo.

“Luego, con nuevas ordenanzas y cambios de uso de suelo, así como la incorporación de corredores comerciales en dos de sus principales avenidas, Miraflores y Central, la ciudadela fue perdiendo su otrora tranquilidad para dar paso al desarrollo de comercios y mucho movimiento, con las respectivas consecuencias como ruido y contaminación”, dijo.

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El Paraíso, ciudadela junto a bosque seco

Las calles de El Paraíso tienen denominaciones de especies frutales. Foto: Archivo.

A pocos metros de Miraflores está asentada la ciudadela El Paraíso, que fue desarrollada por la inmobiliaria Los Geranios, en el año 1962, en las faldas del cerro San Eduardo. Aquellos terrenos seguían siendo haciendas de personas pudientes.

La ciudadela tiene la particularidad de que sus calles tienen denominaciones de especies frutales, como Los Limones, Los Naranjos, Las Palmas, Los Ciruelos, Los Guayabos, Los Almendros, Los Mangos, Las Toronjas.

“Esto porque se dice que antaño en el sector abundaban dichas especies”, sostuvo Castillo. Además, los primeros habitantes del sector manifestaron que antes podían observar animales, como tigrillos, venados...

“Si bien a inicios de los 60 la ciudadela estaba un poco alejada del resto de la ciudad, conforme fue desarrollándose el sector fue integrándose al resto de la ciudad. La creación de Urdesa y Miraflores ya había dado cierto dinamismo al sector”, manifestó Castillo.

La incorporación del desaparecido parque Bim Bam Bum y la posterior creación de Los Ceibos motivaría a la gente a ubicarse en esa zona.

Incluso, durante sus primeros años, mediante un concurso de conocimientos en cultura general, los guayaquileños podían ganar un terreno allí.

En esta ciudadela hay varios accesos directos al cerro San Eduardo, que es visitado en forma frecuente por turistas.

En este espacio también se ubica la Gruta de la Virgen, una formación rocosa en el cerro, a la que acuden feligreses de diversos puntos de Guayaquil, y es el punto más representativo de esta ciudadela, cuyos moradores buscan preservar el bosque seco. (I)