Después de 54 años se estrena la continuación de Mary Poppins, la película de Disney de 1964 basada en la novela de Pamela Lyndon Travers. En El regreso de Mary Poppins vuelve la niñera más famosa de Londres.

Incluso quienes no han visto el filme original conocen, a grandes rasgos, la historia: una niñera con poderes mágicos baja del cielo para cuidar a los niños de una familia. Sin embargo, menos conocida es la influencia de Mary Poppins y de otros éxitos taquilleros cinematográficos en la obra de Gabriel García Márquez, sobre todo en su novela Cien años de soledad (1967).

A menudo se asume que la obra más conocida del escritor –la que mejor ejemplifica el género del realismo mágico, que mezcla la narración de la realidad cotidiana con sucesos de magia– fue influida por obras literarias como  El reino de este mundo (1949), de Alejo Carpentier, o Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo. Es una verdad parcial. Aunque el estilo de García Márquez le debe mucho a la literatura, se suele olvidar la gran influencia que tuvo el cine en su obra.

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Feliz coincidencia

Gracias al cine, García Márquez aprendió a unificar magia y realidad. Algunos elementos de Mary Poppins, que se estrenó en México cuando el escritor colombiano comenzaba el manuscrito de Cien años de soledad, tienen relación directa con el realismo mágico de su novela.

Además, con algunas de las películas que triunfaban en el mundo en aquel entonces, como Mary Poppins, el escritor aprendió una lección aún más difícil: combinar la calidad artística con el éxito comercial.

El cine marcó la vida y obra de García Márquez. En 1955 era el crítico de cine del periódico El Espectador, de Bogotá, donde reseñaba los principales estrenos. Ese año se mudó a París, donde escribió su segunda novela, El coronel no tiene quien le escriba, cuya influencia más directa es el neorrealismo italiano de dos películas de Vittorio de Sica, que reseñó con entusiasmo en su momento: Ladrones de bicicletas (1948) y Umberto D. (1952).

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Otros filmes de la época tuvieron una clara influencia en Cien años de soledad. Por ejemplo, en Milagro en Milán (1951), también dirigida por De Sica, los fantasmas son personajes de la vida diaria, como ocurre en la casa de la familia Buendía en la novela. En Los pájaros, de Alfred Hitchcock, se anticipa el súbito vuelo de cientos de aves que se estrellan contra las paredes de las casas en Macondo. Y en Mary Poppins, flores silvestres se transforman en mariposas, muchas de ellas amarillas, como las que siguen a Mauricio Babilonia.

Asimismo, como revelan varias cartas de su archivo personal escritas en los años sesenta, García Márquez se preguntaba a menudo cómo crear una obra artística de alta calidad literaria que fuera también exitosa entre los críticos y el gran público. En su correspondencia escribía con asombro sobre los libros superventas de Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa.

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Conciliar el arte con las ventas era una de las inquietudes de García Márquez. Para lograrlo, se inspiró no solo en clásicos literarios, sino también en la cultura popular y en productos de consumo masivo. Esas diversas influencias las puso al servicio de Cien años de soledad.

Cuando escribía su novela, a fines del verano de 1965, se estrenó Mary Poppins en Ciudad de México. Allí vivía el escritor con su esposa y sus dos niños –de 3 y 5 años–, mientras trabajaba como guionista para productores como Gustavo Alatriste, quien financió tres películas de Luis Buñuel, en las que también aparece la magia: Viridiana (1961), El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1965).

En noviembre de 1965, la revista semanal Siempre!, que García Márquez leía, publicó una nota sobre el éxito taquillero de Mary Poppins: “La euforia, el entusiasmo, la histeria casi que se han apoderado de los niños de México por la película de Walt Disney”. Las colas en los cines, se afirma en el artículo, eran como “las de los repartos de pan” en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Para entonces, cuando el filme protagonizado por Julie Andrews abarrotaba los cines mexicanos desde hacía trece semanas, el escritor admitía en una carta de ese mismo mes que después de varios intentos Cien años de soledad estaba “saliendo como un chorro, sin problema de palabras.

En una entrevista de ese año, el autor afirmó que Cien años de soledad pretendía ser comercial: “La escribo (…) con la firme voluntad de incurrir en todos los lugares comunes tradicionales”, incluidos “el melodrama” y “los amores de folletín”. Y la fórmula fue acertada: su novela se convirtió en la segunda obra literaria en español más leída después de El Quijote, está traducida a 45 idiomas y ha vendido más de 50 millones de ejemplares. Cien años de soledad se volvió en un éxito global.

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Además de reconocer en  Mary Poppins  el feliz encuentro entre gran público y obra artística, el escritor tomó algunos otros elementos creativos para su novela, como transformar la magia en una cuestión cotidiana.  Quizás el mayor parentesco creativo entre la novela y la película esté en la mujer que García Márquez subió al cielo: Remedios, la bella.  El ascenso celestial de este personaje, envuelto en sábanas de bramante, se ha convertido en un ejemplo clásico del realismo mágico de la literatura latinoamericana, mientras que el descenso del cielo de la niñera agarrada de un paraguas,  cuyo nombre en español es María, es una imagen icónica de la cultura popular.

Remedios, como Poppins, es una mujer virginal con cierto desapego hacia los mortales. Las dos mujeres, Remedios y Mary, no son seres “de este mundo”. Igual que la niñera, Remedios actúa como si fuese “prácticamente perfecta en todo” y ambas tienen una lucidez que les permite ver “la realidad de las cosas más allá de cualquier formalismo”.

Similitudes reveladoras

En una versión anterior de la novela, el escritor resaltaba todavía más el aura virginal de Remedios. Su nombre original era Rebeca de Asís, lo que sugiere que su atractivo radicaba más en la espiritualidad que en una belleza que hipnotizaba a los hombres. Al igual que el monje de quien tomó el apellido, san Francisco, Rebeca debió ser una asceta desconectada del mundanal ruido, de la misma manera que Poppins vive aislada en las nubes. Rebeca debía ser tan ermitaña que García Márquez, al revisar una de las versiones de su manuscrito, eliminó unas palabras en las que describía que el personaje no se lavaba el pelo, quizás para que los lectores no la imaginaran sucia y maloliente.

En el mundo de Poppins y Remedios, otros personajes vuelan. Las niñeras fuera de la casa de la familia Banks ascienden arrastradas por un ventarrón, mientras que Poppins baja del cielo. También las personas levitan hasta el techo al no poder parar de reír, como un cura en Cien años de soledad levita al beber chocolate.

Las similitudes entre las bellas, altivas y voladoras Remedios y Poppins, además de la influencia de otras películas de la época sobre el realismo mágico de Cien años de soledad, nos recuerdan que acaso el mayor logro de un artista sea nutrirse de toda clase de influencias artísticas y experiencias personales y, luego, adaptarlas a su propia obra sin dejar rastro de su origen.