Aunque no buscaba protagonismo en medio de la tragedia, su rostro inevitablemente se convirtió en uno de los más reconocidos luego del terremoto en Ecuador en abril de 2016. Su reacción ante el desastre despertó el llamado de solidaridad en múltiples actores, desde lo público y lo privado, hasta en el más común individuo a pie. Una labor que arrancó con un poderoso tuit y con un centro de acopio improvisado fuera de su casa.

Y ese suceso, tal vez, la hará ser recordada por mucho más tiempo, incluso luego de estos tres años tras la catástrofe. “Es verdad, nuestro trabajo se visibilizó más en ese momento. Pero no empezó ahí”, aclara Karla Morales Rosales, jurista y activista por los derechos humanos.

Desde muy joven estaba convencida de que podría impulsar cambios en la sociedad, en el mundo, recuerda. Esa es una de las razones por las que decidió convertirse en abogada y por consiguiente, tratar de especializarse en derecho penal, para poder “defender inocentes; tenía una sed de justicia por causas en las que yo creía que el sistema no era eficiente”.

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Esa brújula la condujo a participar, a los 20 años, en una pasantía en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en Washington, y posteriormente conformar un voluntariado en Acnur (Madrid), la agencia de la ONU para los refugiados.

“Me di cuenta de que quería dedicarme a esto a nivel técnico y profesional”, agrega. “La empatía y el valor humano de la solidaridad te lo siembran en casa, pero no siempre llega a ser tu oficio”.
Estas experiencias moldearon una vocación de ayuda y servicio, y finalmente motivaron la creación de Fundación Karla Morales, en 2014. “Aunque trabajando tras el escritorio podía conseguir estadísticas de casos importantes e impulsarlos, mi visión (en la fundación) busca ser preventiva, en vez de perseguir una reparación cuando el daño ya está hecho”.

Con esta organización, donde trabaja con su esposo, Ezequiel Castro, ya había armado grupos pequeños de voluntariado para programas de educación y desarrollo comunitario.  “Antes de 2016 no éramos un país con desgracias naturales tan fuertes, como un terremoto, hasta ese momento nuestro trabajo no tenía la escala que consiguió después”.

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Luego del terremoto

Karla, de 32 años, destaca que el trabajo de su equipo siempre se enfocó en el territorio de acción —“somos una organización de territorio”—. Tras el terremoto, las zonas más afectadas corresponden a Manabí y en la actualidad es la región donde más han abocado sus esfuerzos. “Somos conscientes de que la recuperación y reconstrucción serán largas”. Esto, explica la activista, incluye proyectos que garanticen la resiliencia de esas comunidades, desde lo educativo hasta lo económico, impartiendo capacitaciones, entre otros esfuerzos.

“Tenemos cinco centros comunitarios en Manabí, donde las mujeres reciben diversos talleres; estos sirven también como espacios de esparcimiento para los niños y como salas multiusos”. El sexto centro está en Palenque y uno nuevo ha sido inaugurado recientemente, esta vez en Jama.
“En  Jama, las mujeres se han dedicado a la costura, son las principales proveedoras del cantón, sus productos llegan a todas partes, incluso proveen al Estado”, resalta. Esto contribuye en muchos niveles, describe: no solo en enseñar o perfeccionar un talento; una mujer que sufre violencia doméstica ahora adquiere independencia, puede romper círculos de violencia y de pobreza.

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Por los niños

La Fundación Karla Morales emprende dos programas: Kare, de asistencia humanitaria, que moviliza ayuda y voluntarios a los centros comunitarios. El otro es Let girls rise (Deja que las niñas vuelen), con planes que promueven la educación para ellas.  “El acceso a la educación para las niñas tiene más desafíos, los niveles de embarazo adolescente afectan el promedio de niñas que no terminan escuela y colegio”.

En ese sentido, el programa lideró este año una colecta de  mochilas y útiles escolares en buen estado para 800 niños waoronis, en la Amazonía. Ahora buscan donar libros a niños de escasos recursos, mediante la conformación de bibliotecas  en comunidades donde los pequeños “nunca han leído un cuento”.

“Con libros podemos educar, ayudarlos a que su imaginación vuele y estimularlos para que aprendan a procesar la información con mayor eficiencia”.

Política, sí y no

Al preguntarle si la política ha tocado su puerta, sin rodeos responde que sí. “Desde antes del terremoto, pero más después. Incluso me acusaron de moverme por política,  ataques que vinieron de las redes sociales”.

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Pero ella no le huye a esta potencial carrera. “Es un papel en suspenso, hasta cumplir mis objetivos en la fundación... creo que me falta preparación, y no me refiero a lo académico, sino en conocer al país. Ese es el primer paso para gobernar: conocer las necesidades de primera mano”. Actualmente, espera su segundo hijo,  una nena que se llamará Julieta. El mayor, Alonso, acaba de cumplir un año. “Ahora quiero estar con ellos, sería una irresponsabilidad de mi parte entrar a la política para dejarla a medio camino”.

Hasta eso, recalca, seguirá uniendo cadenas de ayuda y solidaridad en la sociedad civil. “Hay herramientas que están a nuestro alcance, solo se trata de que alguien asuma la responsabilidad de coordinar el trabajo en equipo. Decidí aceptar el reto de ser el eslabón entre el que sabe y el que quiere aprender”, entre quien quiere ayudar y el que necesita ayuda urgentemente.

“Incluso la empresa privada encuentra en organizaciones como la nuestra un puente hacia las comunidades vulnerables”. Pero su meta final, enfatiza, no será posible sin voluntad política y políticas públicas eficientes, con decisiones profundas en materias de educación y trabajo. Para seguir cambiando al mundo.