En un inicio, aprender a hacer ladrillos de adobe fue el método de Rafa Esparza para evitar los silencios en su familia. Su relación con su padre, Ramón, había sido tensa desde que le reveló que era queer en 2005. Años después, cuando se graduó de UCLA, le pidió a su padre que le enseñara a hacer los ladrillos de adobe, en un intento de unir lo fracturado. 

A lo largo de una tarde, Esparza y su padre, quien había sido alfarero en México, combinaron agua con tierra, estiércol y heno en su patio trasero e hicieron un molde de madera. Ramón le enseñó a su hijo cómo proceder: “Échale más agua, no dejes que se seque”. 

Desde entonces Esparza, artista multidisciplinario que vive en Los Ángeles, ha estado replicando lo que aprendió esa tarde para su arte. Invita a otros a construir ladrillos y los usa como lienzos. En 2017 lo invitaron a participar en el Whitney Biennal, exposición de arte contemporáneo, en la que construyó una rotonda de adobe dentro de la cual mostró las obras de otros artistas. Su padre lo acompañó de Los Ángeles al Whitney, en Nueva York, y le dijo: “Nunca me imaginé que los ladrillos de adobe que hacía en México fueran a terminar del otro lado del mundo”. 

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Sucedió porque para muchos artistas y personas creativas latinas es cada vez más orgánico incorporar la historia cultural y personal a sus obras, además de que lo consideran una responsabilidad.  

Mario Ayala, pintor que vive en Los Ángeles, comparte el interés de Esparza de explorar la mano de obra en el arte. El padre de Ayala era un camionero al que le gustaba hacer garabatos con un bolígrafo en pequeños momentos de descanso. Cada día llegaba a casa con pequeños dibujos de lo que veía desde su camión, como perros o autos. Ayala tuvo sus inicios con intentos de replicar esos dibujos y terminó estudiando en el Instituto de Arte de San Francisco, lo cual dijo que le abrió “todo un mundo nuevo” para ampliar y profundizar sus prácticas artísticas. 

Ahora Ayala intenta rendirle honor a su crianza de clase obrera en su arte. “Uso mucho el aerógrafo en mis pinturas”, expresó, “que involucra mucha mano de obra”. Los aerógrafos también son usados para pintar autos de capota baja, que suelen ser marca cultural de personas chicanas en Los Ángeles. 

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Por mucho tiempo el tipo de arte que hacen Ayala o Esparza no era visto en galerías ni en museos; si acaso era cultivado por organizaciones pequeñas de personas latinas, dijo E. Carmen Ramos, subcuradora jefa del Smithsonian American Art Museum. Los grandes museos estadounidenses, agregó, “no invertían en obras de personas chicanx ni latinx, lo cual es notorio porque son subrepresentadas en las colecciones permanentes”. 

Eduardo Díaz, quien dirige el Smithsonian Latino Center, dijo que su granito de arena es combatir la percepción de que el arte latino es un interés de nicho.

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“Siempre parto de la idea de que el arte latino es arte estadounidense”, afirmó Díaz.

Díaz añadió que ha habido cierto progreso en algunas instituciones, como el Smithsonian, que han contratado a curadores que no son blancos en la última década. Destacó que Ramos, del American Art Museum, ha aumentado la colección de artistas latinos en 62 por ciento, con centenares de piezas. Ha habido inversiones en otras partes, como el Museo de Arte de Dallas, que estableció un fondo de un millón de dólares para adquisiciones de arte latinoamericano y para tener una persona encargada específicamente de esa curaduría. 

Y hay avances dentro de los museos, pues los propios creadores de ascendencia latinoamericana están enalteciendo ese historial con artefactos culturales y referencias en sus obras. 

El diseñador de modas Víctor Barragán también ha incorporado temáticas prehispánicas en sus colecciones más recientes, pues afirma que ese tipo de referencias suelen ser rechazadas hasta en su nativo México en favor de influencias europeas. Barragán, quien creció en Ciudad de México y se mudó a Nueva York, comentó que se ha sentido muy inspirado por la “interacción entre los dos idiomas, lugares y culturas”. 

Guadalupe Rosales colecciona fotografías y artefactos porque indicó que con ese trabajo de archivos puede “actualizar la historia” que se piensa tiene la comunidad latina e hispana en Los Ángeles. Empezó su colección porque “no sabía cómo hablar” de su experiencia única de crecer en Los Ángeles sin sentirse reflejada en muchos aspectos de la educación en salones de clases. La colección “es una manera de conectarnos. Historias, materiales, todas son maneras de vincularnos y relacionarnos y poder decir: ‘Sí te veo’”. 

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