Los números poseen misterio, y sus correspondencias se adivinan en cada fenómeno natural, que si las caras de los cristales, o el ángulo de reposo en una montaña, o el número de Dios que varias religiones buscan, y que rige construcciones edificadas en su nombre.

Hoy yo juego con los números y sus coincidencias. El número veintisiete, por ejemplo, si sumo el dos y el siete obtengo uno mágico. Se dice que el nueve tiene íntima relación con los hechos y evolución humana, y que los ciclos del hombre se miden en nueve años. Veintisiete son tres veces nueve.

El siete y el dos son números primos, pero el dos es tanto o más extraordinario. Una pareja es de dos, dos que caminan, que se encuentran y desencuentran, dos que sueñan. El dos es el uno y el otro, haciendo una entidad.

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Hoy los números y sus hechizos conjuran para hacer de mi caminata en Española la confirmación de una profecía.

El viento me transporta veintisiete años atrás; el mismo viento de siempre, que agita las suculentas hojas rojas de Sesuvium, enmaraña mi cabello y alborota mi espíritu.

Vivimos en ciclos, se repite el lugar, el amado es el mismo. Y en la conspiración de este prodigio yo retrocedo veintisiete años, de dos y de siete.

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El mar, los pinzones y el eco de olas reventando contra lava antigua se presentan con el frescor de un primer día y un primer amor de isla.

El mar, los pinzones y el eco de olas reventando contra lava antigua se presentan con el frescor de un primer día y un primer amor de isla".

Dos gavilanes cuidan su nido.

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Y aquí están los albatros, seguramente los mismos, por monógamos y longevos.

Observo una pareja en cortejo. Ninguno aparenta querer ser el primero en sucumbir de pasión, y al descuido del otro se acarician en picoteos; yo desespero, ¿por qué no se lanzan al amor, de una, sin miedos? Pero es parte del ritual, así lo designa la selección natural. Son los protocolos del galanteo desde los principios del tiempo.

Y aquí están los albatros, seguramente los mismos, por monógamos y longevos. Observo una pareja en cortejo. Ninguno aparenta querer ser el primero en sucumbir de pasión, y al descuido del otro se acarician en picoteos; yo desespero...".

Cada año la pareja se separa para adentrarse en el océano y buscar alimento. Aprenden a sobrevivir solos, cultivan sus experiencias individuales, se enriquecen de mundo, o digamos, de mar, y sin embargo, sus caminos vuelven a coincidir. Retornan el uno al otro, porque las islas los juntaron, y ellos, además, se han elegido.

Los albatros recorren hasta 800 millas para reencontrarse, se identifican en sus danzas, aromas y sonidos.

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Así vuelvo yo a esta isla y a este amor, como albatros. Española, con sus aproximadamente cuatro millones de años, ha cambiado imperceptiblemente en veintisiete, tal como mis sentimientos de entonces. Aquí nos cruzamos él y yo muchas veces. Uno subía por el sendero cuidando que el otro no pisara los nidos de iguanas, en una competencia tácita por ser el más conservacionista, o quién sabe, en un ritual silencioso que entonces no habíamos descifrado.

Tal vez ocurre solo una vez cada veintisiete años y luego el conjuro se rompe. La verdad eso ya no me importa. Así es el amor, como el viento, incierto, va y viene, en ciclos, como los temporales y las tormentas. Hoy lo celebro, lo gozo y lo despido. Tal vez el ciclo se repita, y yo alcance a vivir tanto como un albatros. Y si no se replica exacto, en el aire vive, siempre, el amor; es solo cuestión de respirarlo. ¡Feliz 2020! (O)

nalutagle@yahoo.com