Cuando se impuso la cuarentena y todos tuvimos que confinarnos, pensé que tendría más tiempo para hacer las cosas para las que siempre reclamaba tiempo. Y así fue al principio: lectura, escritura, revisión de proyectos. En los trabajos se dio la opción de que los empleados tomaran vacaciones y yo lo hice. Pero las vacaciones terminaron y tuve que incorporarme al teletrabajo, en tanto que la persona que me asiste en casa se acogía a la cuarentena. Dejé mi cuarto de estudio, la biblioteca, los libros, y me mudé con mi laptop a la mesa de comedor, el lugar que me permitía estar cerca de la cocina, que en adelante sería mi reino, y echarle ojo a mi madre anciana, quien en la sala lee la Biblia o algún libro que concite su atención.

La enfermedad, la muerte; el dolor, en suma, es el sino de estos días. En Guayaquil la tragedia está fresca. Es difícil vivir la vida otra vez fuera de casa, pero toca".

Reuniones mediante videollamadas, revisión, corrección o elaboración de textos, preparación de desayuno, almuerzo y cena, limpieza de casa, limpieza de alimentos, lavado, otra vez limpieza, es la rutina. Leo que el quedarse en casa ha significado para muchas mujeres un doble trabajo. Converso por teléfono con una amiga y me dice con cierto humor que no deja de tener un fondo de verdad: “después de esta cuarentena necesito vacaciones”. Claro está que en el día a día también hay pequeños espacios para, pese a la distancia, estar en contacto con la gente que una quiere. Familiares, así como amistades, me llaman a preguntar cómo estoy y cómo está mamá. Es como un ritual en el que cada uno se reporta para contar cómo va la vida. Es como si ahora se valorara más el conocer del otro y alegrara más el solo hecho de saberlo sano.

La enfermedad, la muerte; el dolor, en suma, es el sino de estos días. En Guayaquil la tragedia está fresca. Es difícil vivir la vida otra vez fuera de casa, pero toca. El pasado sábado me cubrí la cabeza, me puse mascarilla, gafas y guantes y me fui para la calle, luego de dos largos meses de confinamiento. Fue un viaje alrededor del barrio. Vi pocos carros, un buen número de personas en bicicleta y otras que, como yo, preferían caminar. Hice compras en el supermercado cercano a mi casa. Al ingreso me tomaron la temperatura. Me rociaron desinfectante de las rodillas hacia abajo y alcohol en las manos, que en este caso fue en los guantes.

Publicidad

Así acepto que esta es la ‘nueva normalidad’ y que durará para rato. Pronto volveré a hablar de libros".

No hubo apremio ni tumulto. En la caja que elegí estaban tres personas delante de mí. Las jóvenes cajeras, luego de atender a cada cliente, limpiaban el espacio y solo después llamaban al siguiente. Si no fuera por estos nuevos protocolos, por los atuendos que todos llevamos, por los carteles con la frase ‘Servicio a domicilio’, que ahora cuelgan en muchos de los negocios, y por lo que, dolorosamente, sé ha sucedido y aún sucede en Guayaquil, diría que en la calle, como dice la canción, la vida sigue igual. Que hay normalidad. Pero enseguida me corrijo y a la palabra normalidad le antepongo otra. Así acepto que esta es la ‘nueva normalidad’ y que durará para rato. Pronto volveré a hablar de libros. (O)