Son las seis de la mañana y voluntarios de diferentes edades, profesiones y lugares del país llegamos a las oficinas administrativas de Manglares Churute. Un grupo de estudiantes de la Universidad de Guayaquil y de Santa Elena ha pernoctado en carpas; otros salimos muy tempranito desde varias ciudades para cumplir con la convocatoria del primer conteo de aves del 2023.

Los parqueros nos han recibido con la mejor disposición. Parecen muchos, porque hoy están todos aquí, y hemos acudido un aproximado de veinte voluntarios; pero, en realidad, son apenas nueve personas para atender una reserva de 50.000 hectáreas, con cinco ecosistemas muy distintos. Evelyn Barona, jefa del Área de Manejo de la Biodiversidad, nos recuerda los grupos a los que pertenecemos, reparte refrigerios y hasta un hermoso buff de cortesía. El líder de mi equipo es Jairo Lara, guía experimentado, que puede reconocer a las aves por sus sonidos. Nos han asignado la laguna Canclón, que lleva el nombre del ave insigne del lugar. Dayana Barzola toma notas; María Fernanda Franco es la fotógrafa; mientras que Melina Martillo, Kevin Tapia, Edwin Acosta y yo ayudamos en los avistamientos.

Grupo de recorrido a través de Manglares Churute.

Una camioneta destartalada nos acerca hasta el sendero. Solo cuentan con dos medios de transporte, además de una lancha recientemente donada por Conservación Internacional.

Me impresiona escuchar, apenas iniciado el sendero, monos aulladores, y con el avistamiento del primer individuo estoy supercontenta. Semanas atrás visité parques naturales en Colombia y en Panamá; no era fácil hallarlos, y siempre estuvieron lejos. A lo largo de nuestro recorrido nos topamos con dos tropas, unos veinte en total, de diferentes edades, alimentándose de hojas frescas, plácidamente, a pocos metros del camino.

El sendero Canclón es una joya para la interpretación de la naturaleza. Y están los otros cuatro, además de los paseos fluviales. Manglares Churute no es únicamente la reserva ecológica más grande del perfil costanero, sino un muestrario de ecosistemas bien conservados, de relativo fácil acceso. Si en algún lugar los ecuatorianos vamos a aprender a valorar nuestro bosque seco tropical, bosque húmedo, manglares, humedales, es en Manglares Churute.

Sin embargo, cuando converso con Rómulo Gainza, jefe técnico de la reserva, me sorprende lo mucho que tienen en sus manos con tan pocos recursos.

Su personal son nueve personas, incluyendo a los jefes y parqueros, para los programas de Turismo, Control y Vigilancia, Manejo de la Biodiversidad, Educación Ambiental y Administración. ¿Es humanamente posible?

Además, Manglares Churute regula el uso y es custodio del manglar, con 1.400 pescadores artesanales y 17 organizaciones pesqueras. Los parqueros deben controlar que no haya tráfico de madera y vida silvestre, resolver conflictos con camaroneras, incendios forestales; se dedican a educación ambiental, charlas a la comunidad, sobre todo en Naranjal, o reciben grupos de estudiantes, atienden a los visitantes, patrullan en su lancha, cuidan siete cerros, censan cocodrilos y, además, aves, que hoy hemos contado en cinco rutas y que llegaron a 136 especies en un conteo de tres horas, pero que es solo un pequeño muestrario de su biodiversidad.

Manglares Churute necesita atención urgente; del Gobierno, para empezar. Más empleados: hasta el 2019 contaban con 22 personas. Necesita recursos. El muelle requiere mantenimiento, mejorar la infraestructura turística, sitios para pernoctar, invertir en educación ambiental. Y necesita visitantes, necesita de nosotros. Que vayamos, aprendamos, amemos y protejamos.