Me salgo un poco del contenido de esta edición, porque al cerrarla no puedo dejar a un lado lo que vi en el cine y que pudimos presentarles aquí en mayo. Se trata de La crónica francesa, filme que se ha estrenado en los cines locales después de su apoteósica premier en Cannes. Es muy difícil en estos tiempos hablar de cine de autor, es decir, aquella película que desde su primera imagen refleja la marca de su director. En su décima obra -detenida de exhibirse por la pandemia desde principios del año pasado- el realizador Wes Anderson logra lo que podría ser su obra maestra.

La crónica francesa tiene también algo especial sobre un director cinematográfico, quien es además un ávido lector de revistas, especialmente de The New Yorker, la legendaria publicación semanal que ha sido como un faro creativo donde su luz es impulsada por escritores y periodistas que han hecho historia. Y está también su editor, el célebre Harold Ross, a quien Anderson le dedica la película, una visión algo satírica del oficio periodístico y de cómo la realidad y las vivencias personales se infiltran en las crónicas.

No hay muchas en una película de dos horas, pero cada una despliega increíbles visiones alrededor de de sus protagonistas, en temas de viajes, las artes, las revueltas sociales, la gastronomía. El reparto es formidable: casi todos son actores que ya han aparecido con Anderson, pero aquí a veces iluminan una escena en mágicos instantes. Y está la dislocada puesta en escena, donde todos los formatos imaginables de una proyección cinematográfica se acoplan a la frenética historia. ¡No se la pierdan! (O)