El 16 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Alimentación, para concienciar a las personas sobre los problemas alimenticios del mundo. Aprovecho entonces para contarles ciertas historias que giran en torno a la comida.

El negro

Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequí­vocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos.

Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja.

De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo esta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos paí­ses.

De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreí­rle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa.

A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesí­a con el chico negro. Y así­, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo, y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta.

Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas: tí­midas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella.

Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.

Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y los consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, los observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridí­culo que la pobre alemana, que creí­a ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí­ inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: “Pero qué chiflados están los europeos”.

Los dos niños

Una vieja historia árabe habla de dos niños, uno rico y otro pobre, que regresan del mercado. El rico trajo galletas untadas con miel, y el pobre trajo un trozo de pan duro.

—Te dejaré comer mi galleta si juegas al perro para mí —dijo el niño rico.

El niño pobre aceptó y, a cuatro patas en la acera, comenzó a comer las delicias del niño rico.

El sabio Fath, que estaba observando la escena, comentó:

“Si este pobre muchacho tuviera un poco de dignidad, terminaría encontrando una manera de ganar dinero. Pero él prefiere convertirse en el perro del niño rico para comerse su galleta.

“Mañana, cuando sea grande, hará lo mismo para los cargos públicos, y podrá traicionar a su país por una bolsa de oro”.

Alcanzando a Dios por el alimento

Discípulo y maestro fueron por el campo una mañana, y el discípulo pidió una dieta necesaria para la purificación.

Por mucho que el maestro insistiera en que toda comida es sagrada, el discípulo no quería creerlo.

”Tiene que haber un alimento que nos acerque a Dios”, insistió.

”Bueno, tal vez tengas razón. Esas setas de ahí, por ejemplo”, dijo el maestro.

El discípulo se animó pensando que los hongos le traerían purificación y éxtasis.

Pero gritó al acercarse:

”¡Son venenosos! ¡Si me como alguno de ellos, muero instantáneamente!”.

“Excepto esta manera rápida de acercarme a Dios a través de la comida, no conozco otra manera”, respondió el maestro.