El lector Gerson Luiz cuenta la historia de una rosa que deseaba la compañí­a de las abejas, pero ninguna se le acercaba.

A pesar de todo, esta flor aún era capaz de soñar: cuando se sentí­a sola, imaginaba un jardí­n cubierto de abejas, y que todas vení­an a besarla. Y conseguí­a resistir hasta el próximo dí­a, cuando, una vez más, abrí­a sus pétalos.

-¿No te sientes cansada? -alguien debe haber preguntado.

-No. Tengo que continuar luchando -responde la flor.

-¿Por qué?

-Porque si no me abro, me marchito.

Aprendiendo a ver

Buda reunió a sus discí­pulos y les mostró una flor de loto.

-Quiero que me digáis algo sobre esto que tengo en las manos.

El primero hizo un verdadero tratado sobre la importancia de las flores. El segundo compuso una bonita poesí­a sobre sus pétalos. El tercero inventó una parábola usando la flor como ejemplo.

Cuando le tocó el turno a Mahakashyap, este se aproximó a Buda, olió la flor, y acarició su rostro con uno de los pétalos.

-Es una flor de loto -dijo Mahakashyap. -Simple, como todo lo que viene de Dios. Y bella, como todo lo que viene de Dios.

-Tú has sido el único que has visto lo que tení­a en las manos -fue el comentario de Buda.

En busca de un sabio

Durante dí­as, la pareja caminó casi sin cruzar palabra. Finalmente llegaron al centro del bosque, y encontraron al sabio.

-Mi compañera casi no ha hablado conmigo durante el viaje -dijo el chico.

-Un amor sin silencios es un amor sin profundidad -respondió el sabio.

-¡Pero ella ni siquiera me ha dicho que me quiere!

-Hay personas que no paran de repetir esto, y al final acabamos por desconfiar de sus palabras.

Los tres se sentaron sobre una roca. El sabio apuntó hacia el campo de flores que tení­an a su alrededor.

-La naturaleza no repite constantemente que Dios nos ama. Pero lo podemos comprender a través de sus flores.

En la floristerí­a

La mujer caminaba por un centro comercial cuando se fijó en el cartel: una nueva floristerí­a. Al entrar, se llevó un susto: no vio ninguna maceta, ningún ramo, ninguna cesta, pero era Dios en persona quien atendí­a en el mostrador.

-Puedes pedirme lo que quieras -dijo Dios.

-Quiero ser feliz. Quiero paz, dinero, facilidad para hacerme entender. Quiero ir al cielo cuando muera. Y quiero que todo esto se conceda también a mis amigos.

Dios se dio la vuelta y abrió algunos botes que estaban en el estante, sacó de dentro algunos granos, y le extendió la mano a la mujer.

-Aquí­ tienes las semillas -dijo. -Comienza por plantarlas, que aquí­ no tenemos los frutos.