Después de un año y medio de soportar el asedio del COVID-19 hemos tenido que aceptar cambios profundos en la forma de manejar nuestra vida familiar, social, laboral y económica, y tratamos todos los días de guiar y apoyar a nuestros hijos para que se adapten a esta nueva normalidad sin que se afecte mayormente su estabilidad emocional.

Todos esperamos que las restricciones actuales gradualmente den paso a la recuperación de la vida a la que estaban acostumbrados. A los pequeños, su corta edad y su mente todavía muy elástica los ayudarán, bajo nuestra esforzada dirección, a encarrilarse en lo que será su futuro en lo personal, social y académico.

Quienes están sintiendo con mucha dureza los cambios en la vida actual son los adolescentes. No son niños a quienes podemos llevar de la mano; tampoco son adultos formados e independientes.

La represión es un bloqueo al crecimiento de los adolescentes. Foto: Shutterstock

Adolescencia significa crecer, generalmente en varias direcciones definidas (entre ellas ir eligiendo una carrera, desarrollar relaciones afectivas y de amistad más profundas, adquirir autonomía y mayores responsabilidades, aprender a identificar y a vivir sus emociones).

Para lograr estos objetivos el joven necesita mucho espacio en todos sus significados y mucha libertad (sobre todo mental) para encontrar su identidad y explorar sus sueños. La restricción, en cualquiera de sus manifestaciones, es enemiga del crecimiento: produce frustración, que se convierte en ansiedad, depresión y/o agresividad. Por naturaleza, los adolescentes son altamente reactivos, a menudo exageradamente, a lo que consideran bloqueos en su camino. La pandemia les ha creado bloqueos reales y severos en todas las direcciones. Es normal que estén afectados.

Los padres podemos compensar sus frustraciones tal vez flexibilizando un poco las reglas (sobre horarios de acostarse, uso de las redes sociales). También podemos acercarnos más a ellos y demostrarles comprensión y solidaridad. Asimismo, compartir las experiencias que tuvimos a su edad puede producir más identificación y una mejor llegada a su mundo interior, sujeto a tantos cambios e influencias.

Puntualmente debemos estar atentos en percibir desviaciones en sus rutinas (de comer, dormir, asearse, interactuar con la familia y amistades), que pueden indicar desarreglos en su equilibrio psicológico, y buscar pronta ayuda de ser necesario. Nuestra cercanía a sus experiencias puede ser la defensa que necesitan sus áreas más vulnerables. (O)