Pueden o deben ser las dos manos de un mismo amor. Pero los padres solemos preguntarnos cuál es el equilibrio entre la rigurosidad y la comprensión; entre los mimos y la normativa; entre la exigencia y la dulzura, y cuáles son las medidas de cada una que debemos aplicar en la educación de nuestros hijos.

Ilumina ese aprendizaje leer la sabiduría que encierra la propuesta de Antonio Cosp, autor del libro del mismo título de este artículo, y que nutre esta lectura.

Si estoy cerca de mi bebé y luego de mi niño, sabré  lo que puede, o lo que quiere y lo que aún no logrará hacer, porque lo conozco en la intimidad. Mi actitud firme deberá conducirlo a desarrollar al máximo lo que si puede lograr. Dejarlo a gusto de su elección es garantizarle una voluntad flácida y luego el fracaso casi seguro para su vida.

Exigirle a él es exigirme también a mí mismo como padre o madre. Cuidar mi actuar, mi hablar, lo que veo y permito que él vea, lo que leo o permito que circunde por mi hogar, lo que limito a otros conmigo y con los que amo. Si la exigencia empieza por uno mismo, podremos usarla sin abusar de ella y sin ser prepotentes.

Firmeza y ternura, Antonio Cosp, editorial Patris.

Dice Cosp: “… así como escuchar es oro y hablar plata, así también debemos usar mucho más la mano de la comprensión, de la empatía y del estímulo. Ser diestros en el uso de esta mano principal y cautos con la izquierda. Esto hace que toda exigencia que pongamos esté saturada de amor”.

Y en el mismo libro, otro gran autor y educador, José Kentenich, dice: “Las exigencias son inspiradas en el amor. Los padres deben aprender a amar a sus hijos regalándoles una gran intimidad y fidelidad. Pero también a amar fuerte y vigorosamente, sin caer en el contrario, que es un amor juguetón, sentimentalista, utilitarista.”

Todo esto contrasta con el permisivismo y comodidad en el que a veces hemos caído los padres de esta última generación.

Educar sí es un arte. Nunca fácil, a pesar de que amemos incondicionalmente a nuestros hijos, pero factible lograrlo, porque con la fuerza de ese mismo amor anhelamos lo mejor para sus vidas. (F)