Esta era digital nos obliga a tomar nuevas precauciones, especialmente cuando se trata de aquello que los niños ven, por ejemplo, en los videojuegos en iPads y ni se diga los adolescentes. Antes -y ahora también- la mayor preocupación de algunos papás era la televisión abierta y lo que sus hijos veían en los cines.

Ahora ya no hay límites, porque la tecnología digital y su marquesina infinita no tiene fronteras, a pesar de las estrategias de seguridad que los nuevos sistemas integran al servicio y que muchas veces no son implementados debidamente por los adultos responsables.

Y lo que sucede en las grandes pantallas también: vean nomás el caso de Venom 2 y sus carnicerías salidas de cómics. Los distribuidores le recortaron treinta segundos en Estados Unidos para quitarle el sello “R” (restringida a menores) y pasarla a “PG13″ (menores de 13 acompañados de adulto). En Guayaquil está “12+”, pero solo el tráiler debería ser vetado a menores.

Mi único interés en estas “diversiones” es hacerme pensar en cómo evitar su exposición masiva a la conciencia de seres que se preparan para una vida en sociedad. Pero el asunto es casi una tragedia griega. “Este es el mundo en que vivimos”, me dice una amiga con un rostro imperturbable. Para ella, nada podemos hacer para combatir esta situación.

La avalancha es como un tsunami mediático donde la formación de las nuevas generaciones ya no está en manos de sus padres y profesores, sino en mesas directivas globales donde lo único que se mide son los números. Entonces, más que nunca, nuestro reto: luchar para un mundo mejor. (O)