Únete a los que experimentan, arriesgan, caen, se hieren y vuelven a arriesgar. Apártate de quienes afirman verdades, critican a quienes no piensan como ellos, jamás dan un paso sin tener la seguridad de que se les respetará por ello, y prefieren tener certezas a tener dudas.

Únete a los que se exponen y no temen ser vulnerables: ellos entienden que las personas solo podemos mejorar cuando vemos lo que hace el prójimo, no con el fin de juzgarlo sino para admirarlo por su dedicación y coraje.

Tal vez pienses que el tiro con arco no puede interesar a un panadero o a un agricultor, pero yo te digo: ellos ven, aprenden y ponen lo que aprenden en aquello que están haciendo.

Tú harás lo mismo: aprenderás como el buen panadero a usar las manos y a saber la mezcla exacta de los ingredientes. Aprenderás como el agricultor a tener paciencia, a trabajar duro, a respetar las estaciones, y a no blasfemar contra las tormentas, pues ello sería una pérdida de tiempo.

Únete a los que son flexibles como la madera de tu arco y entienden las señales del camino. Son personas que no dudan en cambiar de rumbo cuando se topan con un obstáculo insalvable, o cuando vislumbran una oportunidad mejor.

Tales son las cualidades del agua: pasar entre las rocas, adaptarse al curso del río y transformarse a veces en un lago hasta que la depresión está rebosando y puede seguir su curso. Porque el agua no olvida que su destino es el mar, y que tarde o temprano deberá llegar a él.

Únete a los que jamás dijeron: “se acabó, aquí me detengo”. Porque así como al invierno le sigue la primavera, nada termina: después de alcanzar tu objetivo hay que comenzar de nuevo, empleando en todo momento lo que aprendiste en el camino.

Únete a los que cantan, cuentan historias, disfrutan la vida y tienen alegría en los ojos. Porque la alegría es contagiosa, y siempre consigue evitar que nos dejemos paralizar por la depresión, la soledad y las dificultades.

Tomado de ‘El camino del arco’ (2008).