No he pisado un aeropuerto desde la pandemia. Y esto se debe no al miedo de contagio, sino al simple detalle de que enfrentar más incomodidades en burocracias de control de inmigración es para mí una tortura insoportable. Pero no dejo de soñar. Hoy les tenemos algunas sugerencias de viajes carnavaleros, un tiempo del año donde siempre busco lugares alejados. Y tengo la suerte de tener un refugio playero donde el ruido más fuerte son los pájaros que nos despiertan temprano.

De esos viajes soñados, no puedo sacarme del chip la increíble experiencia de viajar en un pequeño velero en las Galápagos, en un trayecto a la isla Floreana en 1978, donde la pareja de amigos que nos acompañaban nos presentaron a nada menos que Margret Wittmer, legendaria y pionérica habitante del archipiélago. Ella escribió un libro sobre la isla y en su finca cerca de los montes había viñedos donde hacía vinos de manzana. En esos años uno podía andar libre por las islas sin los controles actuales. Y ni se diga los costos. El Bronzewing, nuestro velero se desplazaba con una facilidad única en mar abierto y por estrechos canales ¡durante diez días!

Para mi esposa y para mí fue nuestro primer viaje a las Islas Encantadas. Han habido algunos otros, pero ninguno supera al de esa primera sensación de sentir el oxígeno que inspiró a Darwin, rodeados de toda esa pléyade de seres submarinos y etéreos, que nos acompañaban en casi todas las playas como amigos de toda la vida. Quisiera encontrar la foto de un lobito marino que había puesto su cabeza en las piernas de una turista de la tercera edad, que no lo tocaba. Lo compartía. (O)