Si usted se encuentra con Diana León Renella en un centro comercial, probablemente lo saludará con la misma energía serena y optimista que la comunicadora transmite al país entero cada noche durante el noticiario estelar de Teleamazonas (“aunque allí sí soy un poquito más seria”).

Y es el mismo espíritu cálido y divertido que la mañana de esta entrevista inunda el hogar que la también ex reina de Guayaquil comparte con su esposo y sus cuatros hijos, a quienes considera su misión de vida más elevada. Con ellos, también siempre es Diana. Los principios que heredó de sus padre y su personalidad no cambian en ninguna de sus facetas.

Diana está convencida de que sus hijos llegaron a su vida para hacerla mejor persona, y espera, a través de ellos, dejar seres humanos que sean valiosos para el mundo, pero especialmente para su querida Guayaquil, ciudad a la que ama intensamente (y no solo por haber sido su reina en 2003, cuando solo tenía 18 años).

Publicidad

Fotos: Zaky Monroe (IG: zaky.monroe)

Como buena guayaquileña, ofreció esta entrevista mientras desayunaba un bolón mixto de un restaurante muy conocido de la ciudad, pero que escasamente pudo probar gracias a las continuas preguntas de esta reportera, que resulta ser su homónima, Diana J. León. (Por supuesto, luego de esta conversación, quedó claro que ambas llevamos este nombre en honor a la fallecida princesa de Gales, para muchos la verdadera “reina de corazones”).

¿Siempre supiste que querías ser comunicadora?

Siempre, aunque en el colegio quería ser arquitecta y mamá; esa es la realidad. Recuerdo que cuando tenía 15 o 16 años y conversaba con mis amigas sobre lo que queríamos ser, esa era mi respuesta. Aunque todas se sorprendían, yo quería ser mamá joven. Y ya después, cuando me gradué del colegio, supe que quería ser periodista. Y entonces entré a hacer el preuniversitario en Periodismo Internacional en la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (aunque finalmente terminó graduándose de Comunicación Organizacional y Relaciones Públicas en la U. San Francisco de Quito por una beca que ganó con el certamen de belleza).

Publicidad

¿Cómo se dio tu participación para Reina de Guayaquil?

No era algo que me llamara la atención, pero cuando hice el preuniversitario nos mandaban a hacer entrevistas a ciertos personajes como parte de la materia Introducción al Periodismo, y una de ellas fue la señora Clara Bruno de Piana, y ella me sugirió que me inscribiera en Reina de Guayaquil y hasta habló con mi papá, pero él le dijo que finalmente la decisión era mía (...). Hasta que una noche me decidí y acepté participar. Pero el reinado no estaba dentro de mis planes.

Publicidad

También fuiste una modelo muy reconocida. ¿Cómo viviste esa etapa?

Fue muy impulsado por mi papá; él siempre me apoyaba en todo; mientras que mi mamá es más estricta y precavida. Pero viví el modelaje de la manera más linda, entre proyectos y desfiles que salían. Fui parte de la academia de Denisse Klein, y en ese momento sí pensé que quería ser modelo toda mi vida, aunque luego en el camino te vas dando cuenta de que puede ser que sí o puede ser que no.

Desfile La Playa 2005, organizado por La Revista. Diana León Renella, Hernán Drago y Alberto Trujillo. Foto: Archivo

Estuviste en el extranjero…

Mi papá me dijo que lo llame desde donde sea si la estaba pasando mal, y ellos movían cielo y tierra para traerme (risas). Es una etapa que me dio muchísima madurez, y es lo que yo rescato. Pero en Italia me di cuenta de que no era lo que quería hacer el resto de mi vida, porque hay una competencia enorme; te topas con casos de drogas, de anorexia o de bulimia. Y eso que yo sí salía con mis amigas, porque sabía que bajo mis principios y moral no iba a pasar nada e igual iba a disfrutar, y eso fue lo que hice en Italia (...). Pero es un mundo complicado.

Publicidad

¿Sientes en TV la misma presión por tener cierta apariencia, como en el modelaje?

Es menos. Efectivamente, sales en pantalla, eres una cara visible, pero dentro de todo es menor en comparación con la presión del mundo del modelaje. Aunque sí existe mayor presión para las mujeres en este medio.

Coméntame sobre la primera vez que saliste al aire en el noticiario.

Por supuesto, nunca lo voy a olvidar, porque todos los reporteros queríamos estar en el noticiero, y primero yo iba a estar en el noticiario de los domingos. Ya había tomado clases de dicción y estaba haciendo prácticas, pero finalmente eso se postergó y dije: “Bueno, por algo será”. Hasta que cierto día, ya estaba de salida del canal, y Silvia Arellano, que entonces era la productora, me llamó a su oficina y me pidió que le mostrara las uñas (risas); me preguntó si tenían ropa para mí en el camerino y entonces me dijo que María Josefa (Coronel) no iba a venir esa noche y querían que yo saliera en el noticiero estelar, y yo: “¡Qué!, pero María Josefa se va a poner molesta...”, y me dijeron que ella ya sabía. Y entonces ya no me fui a mi casa, sino a que me maquillaran. Y ese día ya no me fui del noticiero, me quedé de largo.

¿Cuál ha sido la noticia más dura que has tenido que dar al aire?

El terremoto (de 2016) fue lo más devastador. Yo sé canalizar las noticias, comunicarlas, aunque sí hay temas terroríficos, pero aprendí que son noticias y que no me deben afectar. Pero durante el terremoto presentaba una noticia y no podía presentar la siguiente, porque ya tenía los ojos rojos. Los reporteros me contaban lo que veían y era peor. Esas fueron las peores noticias que he tenido que dar.

Volviendo a tu vida personal, ¿cómo empezó la historia de amor con tu esposo?

Nos conocimos por una amiga en común, y siempre digo que no fue amor a primera vista, pero sí fue amor por conversación. Nos conocimos y luego de un mes me invitó a comer, y entre salidas estuvimos un mes hasta que él me preguntó si estábamos saliendo, y yo le dije: “Pero tú no me has pedido nada”. Y entonces me preguntó si quería ser su enamorada. Y así estuvimos seis años de noviazgo, aunque, de ese tiempo, tres años y medio yo estuve en Quito.

¿Y cómo fue la propuesta?

Yo regresé a Guayaquil ya graduada de la USFQ en junio del 2008, y sí les había comentado a mi mamá y a mis amigas que, como ya teníamos seis años con Mateo, si hasta ese año él no me proponía matrimonio, le decía: “Chao”. Ya era una relación fuerte y estable, y si él no quería casarse ya era por algo. ¡Y me lo propuso el 31 de diciembre en la playa! (...). Me puso el anillo en la copa de champán, y previamente les había pedido permiso a mi papás para que pudiera irme a la playa con él.

¿Ya habían hablado sobre cuántos hijos querían tener?

Siempre fue un tema de conversación. Él quería tener dos, uno para cada uno. Pero yo siempre le dije que quería tres, con base en lo que yo había vivido con mi familia. Pero Dios actúa y sabe cómo obra en cada una de las personas.

¿Cómo fue la llegada de cada uno de ellos?

Al año de casados vino Agustina. Pudimos disfrutar mucho con ella. Sentimos que fue un cambio lindo, porque hicimos viajes con ella, nos acompañaba a restaurantes. Y de allí vino Ignacio, que fue más planificado: queríamos que fuera niño y así ocurrió. Y luego yo quería el tercero, pero no quedaba embarazada, hasta que me relajé y, al mes, quedé embarazada. Los tuve seguidos (...). Hasta que después de seis años quedé embarazada del cuarto.

¿Y cómo recibiste esa nueva faceta?

Es la mejor tarea que me han asignado. Siento que tengo la responsabilidad de dejar buenos seres humanos en el mundo. Es complicado y es difícil, sí, porque cada uno de ellos es un mundo, pero trato de estar allí para hacerlos buenas personas, responsables, solidarios; y en esta época es aún más complicado, pero trato de nunca tirar la toalla, y es un camino que construimos juntos también.

¿Y el último embarazo te tomó por sorpresa?

Ezequiel llegó a alegrarnos mucho más la vida. Creo que sigo siendo la misma mamá para los tres, pero mi esposo sí fue mucho más estricto con los primeros, pero ahora es otra cosa.

¿De qué manera sientes que la maternidad te enriqueció personalmente?

Convertirse en mamá es una labor que tienes encomendada, es una responsabilidad. A mí me cambió para bien. Siempre siento que debo ser mejor por ellos, por ese modelo que les dejo a ellos. La maternidad te cambia para ser una mejor persona, y ya cuando uno se vaya, quedará esa esencia o ese ejemplo que dejas en tus hijos.

¿Se cumplió esa frase de “Cuando seas madre, entenderás…”?

Cosas que sí repito de mi mamá son “El que uno ya vivió eso, ya sabe qué puede pasar”. Eso ya me pasa con mi hija, que ya tiene 13 años, pero soy muy inclinada a la disciplina positiva, a cómo les decimos las cosas a los niños, porque mi esposo es mucho más directo.

¿Qué aprendiste con cada uno de tus hijos?

Con todos, a desprenderme de muchas cosas que finalmente no valen la pena. Aprendí que el tiempo con ellos es valiosísimo, que no vale la pena perderte minutos que son cotidianos, pero que son maravillosos; y, por ejemplo, siempre tratamos de hacer juntos una comida al día, estar en sus momentos más importantes, que ellos sientan mi mirada en esos momentos. Llenarlos de detalles, como abrazos, besos; (les pregunto) cómo han agradecido, siempre les pregunto qué agradecen del día anterior. Son cosas que también he aprendido.

¿Cuáles son las reglas de casa?

Siempre tratamos de hacer algo en fin de semana, aunque a veces los dejamos con agenda libre. Ellos tienden su cama, recogen su plato, lo lavan; a veces, los domingos nos sorteamos “piedra, papel, tijera” para ver a quién le toca, pero ellos saben: las reglas no se negocian. Agustina ya tiene celular; no duerme con él, entre 20:30 y 21:00 se lo quitamos, revisamos sus redes sociales o las conversaciones. Igual siempre hay que estar pendiente. Y todas las noches tienen la obligación de dejar su uniforme listo para el día siguiente. Tenemos ayuda, pero ellos son los encargados de dejar todo listo. Es su responsabilidad, no de la persona que nos ayuda.

¿Qué recuerdos tienes de tu propia infancia?

La casa donde crecí aún existe, y cuando he ido me da tanta nostalgia de esa libertad que teníamos antes. Yo me sentaba en la vereda a conversar con mis amigos. Nos recorríamos todos esos pasillos para pedir “caridad para el viejo”. Salíamos en bicicleta a veces sin avisar; solo salías con tus amigos. O el ir a comprar al bazar. Esa independencia...