Patricia prefiere las aguas dinámicas, desobedientes. De mareas altas y bajas. Lo supo cuando a los 12 años años percibió al mar como algo más que un lugar donde pasar las vacaciones.

Ella, que desde muy pequeña ya sentía una atracción incomprensible por el agua y soñaba tener una casita de madera junto a un gran río, vio su destino en el ir y venir de las olas.

“Conocer de esta manera el océano fue wow, es agua al infinito, no lo es, pero eso pensé en ese momento (...) todos esos animales en la arena y en un momento se hunden todos, gusanos verdes, caracoles, cangrejitos... es como una jungla en el agua y me dije: necesito entenderlo”, comenta Patricia emocionada con el recuerdo.

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Ese recuerdo influyó en Patricia para que decidiera estudiar Biología Marina. Pero también presenciar durante años el esfuerzo de su madre, llamada también Patricia, que estudió con ahínco para terminar su carrera como bioquímica.

El acompañarla a la universidad y jugar con sus objetos de estudio, como los microscopios, colocó a Patricia en un mundo del que no quiso salir jamás, aunque el trabajo de su mamá era más encaminado al control en grandes empresas y ella prefirió la investigación, por ser una profesión más activa.

Patricia dice que, además de Galápagos, sus lugares preferidos para bucear en Ecuador son el norte de Santa Elena y el sur de Manabí. Foto: cortesía.

“Mi mamá no tenía mucho tiempo libre para divertirse, pasear, porque ella llevaba todo en la casa, revisar las tareas, preparar la comida para al otro día, calentarla, y luego hacer cosas más complejas, pero hubo otras cosas, fue mi ejemplo”, rememora.

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Además, en el colegio vio un documental de Dian Fossey, la conocida zoóloga que dedicó su vida a estudiar y proteger a los gorilas. La imagen de esta mujer entregada a una causa la acompaña hasta ahora.

Hoy Patricia sabe, como Fossey y como su mamá, que no eligió un camino fácil, pero sí gratificante.

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Patricia es quiteña, pero vivió toda su adolescencia en Manta. Cuando tuvo donde estudiar Biología Marina, en su familia sintieron miedo que, siendo mujer, se traslade a Guayaquil o Quito, para desarrollar su carrera. Finalmente escogió Bahía de Caráquez, en donde acababan de estrenar esa carrera.

Poco a poco los miedos de su mamá de verla viajar sola se fueron atenuando. Al terminar los estudios, Patricia viajó a Galápagos como voluntaria. Allí aprendió a bucear y descubrió la diversidad del archipiélago. “Es realmente impresionante, son cosas que quizás para nosotros (los ecuatorianos) son normales, creemos que es habitual en el resto del mundo, pero no es así”, cuenta.

Lo comprobó algunas veces, pero recuerda una en particular: durante un buceo turístico en Cabo de Gata en el mar Mediterráneo, cuando sus acompañantes se maravillaron al ver una morena y una babosa en el recorrido, y ella pensaba que en Galápagos “metes el visor en una poza y hay miles de organismos”.

Durante ocho años, Patricia vivió en España, Francia y Reino Unido. Trabajó como investigadora y consiguió el título de Doctora en Biomedicina. Ha viajado a 40 países, en la gran mayoría de casos, por actividades relacionadas con sus investigaciones, como talleres, actividades de diplomacia científica, conferencias, entre otras.

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La idea de volver a Ecuador siempre estuvo presente. Lo hizo gracias a una beca para expatriar investigadores que trabajaban en el extranjero. Actualmente vive en Manta, donde investiga y es profesora de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí. Al volver, propuso estudiar, junto con un colega, las aguas de zonas ecuatoriales. El motivo: los altos niveles de acidificación de nuestros mares, que pueden perjudicar a las especies marinas.

El estudio de la sedificación de las aguas ecuatoriales es importante por la cantidad de especies que viven en la zona.

“Aquí no teníamos tecnología para esos estudios, tenemos economías en desarrollo, pero somos puntos de alta diversidad y del alimento del planeta (…) hay que medir la salud de los animales, ver cómo les está afectando la acidificación”, explica la investigadora.

En estos años, Patricia puede resumir sus fases de trabajo aquí de esta forma:

  • Lograr que se reconozca la relevancia de la acidificación de los mares en la academia y que se tomen decisiones al respecto en la política pública. Así, cuenta, se logró que se la tome como un problema económico y desde la perspectiva de la biodiversidad en el Código de Ambiente, en 2018.
  • Resaltar la necesidad de investigaciones al respecto. En este ámbito, “hemos logrado tener grupos de investigación” que incluyen la acidificación oceánica. Se han hecho por cuenta propia, con Bioma ecuatorial y acidificación oceánica (EBIOAc), o con otras entidades. Además, se consiguió el equipo para los estudios.

La idea, explica, ha sido “implementar un sistema para simular la acidificación, para ver qué ocurría en el tiempo. Lo hicimos con camarón, en estadíos tempranos (larvas) y en juveniles (…) Ahora, gracias al Organismo Internacional de Energía Atómica de la Unesco, formamos parte de un proyecto de investigación coordinado entre 198 países con una fuerte actividad acuícola y cada uno trabaja con su especie emblemática. En Ecuador, el camarón”.

El objetivo es saber cómo se ve afectado, como producto y como animal, o si este tiene una capacidad de adaptación, porque ya se ha visto, en especies de agua fría, que los consumidores sí detectan una menor calidad en productos expuestas a acidificación.

Red de científicas, una creación orgánica

En 2016, Patricia Castillo y Melani Peláez conversaron virtualmente acerca de una red de científicas que se estaba creando en Colombia y se preguntaron por qué no hacer lo mismo en Ecuador. Decidieron desarrollar la idea en ese momento y nació la Red de Mujeres Científicas de Ecuador, Remci.

Según explica, todo se dio de forma orgánica. Muchas científicas observábamos que a nuestro alrededor se decía que “la equidad de género ya está lista, ya es algo superado, y todas nos respondíamos, con los ojos bien grandes: nooo”.

Se contactaron con otras colegas que también vivían situaciones de desigualdad de género, pero que no se habían atrevido a expresarlas, pues “no son comentarios bienvenidos en muchas instituciones”. En poco tiempo el número de integrantes creció. Hoy conforman la red más de 400 mujeres de áreas Stem: ciencias, tecnología, matemáticas y arte (no hay artistas específicamente, pero sí gente que hace investigaciones al respecto). También de política, género y leyes.

Patricia dice que el número de científicas en Ecuador podría doblar esa cifra.

En Remci se promueve el acceso a recursos como fondos concursables y becas, además de generar espacios colaborativos. Además, buscan divulgar la información para que no solo esté en papers, y promueven instrumentos más efectivos, para que los ambientes de trabajo mejoren, pues la academia tiene mucha normas clásicas.

Por ejemplo, explica, no se toman en cuenta espacios de maternidad y paternidad, tampoco hay horarios flexibles, ni cuando tienes un hijo ni para otros ámbitos, “se buscan facilidades y cambios de estructuras”.

“Era necesario armar una red colaborativa, visibilizar a las mujeres en la investigación, porque existe un dogma de que las mujeres no hacemos ciencia porque no nos gusta y no es verdad; hay razones: se las ha invisibilizado o no son reconocidas. Además, es todo un imaginario, si de niña te regalan una muñeca, y debes cuidarla todo el día, no avanzas en otros aspectos, no desarrollas otras habilidades”, dice.

La respuesta de la academia, para Patricia, ha sido variada. Cree que aún hay resistencia. Comenta que cuando hay paneles de temas sobre mujeres y todos los expertos son hombres o en biología, a nivel global y local las mujeres son el 30 % del total, y los paneles son de hombres, “nosotras señalamos esos eventos (…) pero no creo que todos los cambios se hagan por convicción”.

A pesar de eso, cree que las fechas emblemáticas, como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia y el Día Internacional de la Mujer, sí sirven para que el trabajo de las mujeres sea más visible.

¿Cómo es un día en la rutina de Patricia?

La investigadora cuenta que, debido al COVID-19, las salidas al mar ahora son escasas, pero antes había mínimo una al mes. Mucha parte de su tiempo se va en gestionar la parte administrativa, algo que en otros países está a cargo de áreas burocráticas.

Cuando tiene un día de mar, debe planificarlo con antelación, uno o dos días antes, para conocer el estado de las mareas. Necesita luz natural, pero no estar expuesta demasiado al sol. Por ejemplo, si a las siete u ocho de la mañana hay marea baja, se puede estar en el agua dos horas antes y dos horas después.

Debe tener claro qué buscará, para saber el material que necesita: muestras de color, de tamaño, placas… Normalmente se hace revisión de pozas intermariales y se escogen modelos. “Procuro no manipular a los animales por su bienestar, solo tomo fotos (…) en ocasiones hay que hacer un acuario pequeño y luego devolverlos in situ”, comenta.

Su trabajo, como el mar, también está lleno de incertidumbres. A veces recoge muchos organismos de una poza, que a la semana siguiente puede estar vacía, no por intervención humana, si no por temas propios de la naturaleza, como la marea.

A pesar de la idiosincrasia de género en nuestra sociedad y las trabas administrativas, Patricia ha sorteado esas fuertes mareas hasta llegar donde está: investigando al amor de su vida, el mar. Ha tenido grandes satisfacciones y su madre, que es su ejemplo de vida, ve con admiración el camino que ha recorrido. “Dice que lo que hago es especial, pero quizás todas las mamás ven a sus hijos así”, dice sonriendo.

“Quizás ahora no haría la carrera tan rápido (…) habría tomado más riesgos”, cree Patricia hoy, que que ha aprendido a disfrutar los procesos y salir más al mundo. Sabe que quizás deba darse un tiempo para retomar el dibujo y la escritura, cosas que también le apasionan.

Con la misma lógica con la que se comportan los organismos del mar que estudia, a quienes les afecta cada cambio ambiental y todo influye en su historia de vida, Patricia cree que lo mejor para la ciencia es que se nutran varias experiencias y perspectivas. Por eso no dejará de trabajar para que esta sea más equitativa. (I)