El experto en seguridad turística Peter Tarlow debutó en ese ámbito hace unos cuarenta años, cuando la población de Hot Springs (Arkansas), donde Bill Clinton inició su carrera política, le solicitó asesoría para la creación de una zona de diversión nocturna que ayudaría a la industria del entretenimiento local, además de que aumentaría su atractivo como destino de viajeros. Pero había un problema: esa iniciativa estaba siendo desarrollada a poca distancia de hogares para personas de la tercera edad. “Les dije que sería un desastre. Los ancianos no van a poder dormir. Y que seguramente recibirían demandas legales en seis meses”. Y así ocurrió. “Ellos se quedaron sorprendidos de que se cumpliera lo que había previsto”. Por ello lo contrataron para poner orden a esos proyectos y elaborar un plan de seguridad turística.

Así nacía la reputación nacional de este doctor en Turismo que comenzó a ser llamado por otros poblados interesados en desarrollarse como destinos de viajeros, incluidos aquellos fronterizos con México que sufrían los problemas del narcotráfico. El combate a la delincuencia lo llevó años después a aprender sobre terrorismo, convirtiéndose en uno de los pocos expertos en esos temas cuando el 11 de septiembre de 2001 ocurrió el atentado a las Torres Gemelas (Nueva York).

Por ello, el Gobierno de Estados Unidos lo contrató como asesor de seguridad turística para los estados occidentales de ese país, cargo que tomó mayor relevancia durante los juegos olímpicos de invierno de Salt Lake City, en febrero del 2002, a pocos meses del ataque del 9-11. Capacitó a 16.000 policías que se encargaron de proteger a los deportistas y visitantes. “Gracias a Dios, y con muchas plegarias, no tuvimos ningún problema”.

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A partir de entonces el prestigio de Peter Tarlow ha seguido creciendo dentro y fuera de Estados Unidos, habiendo trabajado en diversidad de destinos donde ha aprendido que la seguridad involucra a todo el conglomerado social, no solo a las autoridades. “Nunca tendremos policías suficientes, nunca tendremos los recursos suficientes”. Y para comprobarlo comparte estos casos, que conoce de cerca.

Nueva York: Una ciudad bella es una ciudad más segura. A inicios de los años 90, Nueva York estaba sumergida en basura y grafitis, lo cual transmitía un sentimiento de depresión en los habitantes, quienes sufrían una terrible ola de delincuencia. Por ello, cuando Rudolph Giuliani asumió como alcalde en 1994, una de sus primeras estrategias fue limpiar la ciudad. “Hizo que la Policía plantara flores y limpiara los grafitis. Había personas que se burlaban y decían que la Policía debía hacer cosas más importantes que eso. Pero luego comenzaron a bajar las cifras de los crímenes y de delincuencia. Mientras más limpiaba, más bajaba... Cuando hay respeto por la ciudad, hay mucho más respeto por el ciudadano”. Esa educación debe provenir de las familias, las unidades educativas y hasta de los grupos religiosos, indica. “Es común decir que la pobreza genera delincuencia, pero todos conocemos personas pobres honradas y personas ricas que son ladronas”.

Honolulú (Hawái): los jubilados que se pusieron en acción. A mediados de los años 90, la ciudad de Honolulú sufría por la delincuencia en su zona turística, conocida como Waikiki. Las autoridades decidieron reconquistarla, para la cual emprendieron un plan conjunto con la participación de la Alcaldía, la Gobernación, la Fiscalía, la prensa, la empresa privada… “Honolulú no tenía una gran fuerza de Policía, así que recurrimos a las personas jubiladas que trabajaron como voluntarios. Ellos se convirtieron en los ojos y los oídos de la Policía”, explica Peter, quien participó en ese programa. “Se los llamó Aloha Patrol. Caminaban por las calles y llamaban a la policía si veían un problema. Eso generó en el público la sensación de que podían hablar con alguien cercano sobre sus denuncias”. Esta iniciativa devolvió la tranquilidad a Waikiki y convirtió a los voluntarios en ciudadanos comprometidos y orgullosos de su entorno urbano, lo cual dio un impulso positivo a todo el destino. Tarlow agrega que emprendió programas similares en otros lugares, como en la caribeña isla de Curazao, pero en ese caso lo hizo con empleados civiles debidamente capacitados y que trabajaban para la oficina de turismo local con el propósito de vigilar las playas, especialmente las más alejadas.

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College Station (Texas): los estudiantes que lograron evitar los accidentes de tránsito generados por el alcohol. Peter reside en la ciudad de College Station, cuya economía se mueve en buena parte por la Universidad de Texas A&M, que tiene unos 40.000 alumnos provenientes de diversas urbes. “No hay mucha diferencia entre un universitario y un turista. Son turistas a largo plazo”. El problema era que varios de esos jóvenes solían embriagarse los fines de semana, lo cual generaba accidentes de tránsito con muertes. Ese gran problema de seguridad percibido hace una década se resolvió, primero, con una ley que prohibía subirse a un vehículo con un conductor borracho, por lo cual todos los pasajeros se hacían corresponsables de esa infracción. Pero lo más decisivo fue cuando los propios estudiantes crearon el programa Give a Ride (Dar un aventón) con voluntarios a quienes era posible llamar a cualquier hora para que gratuitamente lleven a casa a los jóvenes excedidos con el licor. “Ellos buscaban que ningún borracho maneje. Sin hacerles preguntas ni juzgarlos… Eso ha cambiado el ambiente de toda la universidad. Los estudiantes lo tomaron como su responsabilidad”.

Precisamente eso debe hacer toda comunidad, sostiene Peter, pero sin exponerse a los peligros. “En cada sitio hubo ciudadanos que quisieron resolver sus problemas. Y todos lograron hacerlo”. (I)