En lo que va de la pandemia por el coronavirus, ha sido vital mantener la distancia física entre las personas que no viven juntas. Ante este aislamiento forzoso, pero necesario, los adolescentes probablemente fueron quienes más cobijaron sentimientos encontrados: frustrados por no poder pasar el rato con sus amigos y ver a su familia extendida; molestos por no participar en sus actividades extracurriculares favoritas; decepcionados porque grandes eventos, como celebraciones, conciertos, entre otros, fueron cancelados.

Y, por supuesto, en la misma medida, muchos también se sintieron abrumados por la constante cobertura del COVID-19 en los medios y en las redes sociales; estresados por miedo a contraer el virus; y preocupados de que alguien que amen se enfermara.

En efecto, los jóvenes fueron los más perjudicados emocionalmente por el encierro. “Las personas más vulnerables al confinamiento, las más afectadas a nivel emocional, con ansiedad, depresión o sentimientos de soledad, han sido los jóvenes; lejos de lo que pueda parecer, incluso más que las personas de 60 años”, fue la conclusión de María Garabandal Martín de León, jefa del Departamento de Juventud del Ayuntamiento de Madrid, en un conversatorio en una universidad madrileña.

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Esto es solo un eco de aquello en lo que coinciden muchos de los entes de políticas e investigación en salud: el impacto de esta enfermedad sobre la salud mental de niños y adolescentes ha sido altamente significativo. Según un sondeo de Unicef hecho a este grupo de edad, alrededor del 27 % de encuestados señaló experimentar síntomas de ansiedad, mientras que el 15 % reportó depresión.

No obstante, en vista de que más individuos se vacunan y la inmunidad a la infección aumenta poco a poco, la población en general ahora se siente más segura, cómoda y confiada en retomar algunas de sus actividades prepandémicas, como los paseos y eventos entre parientes y amigos.

Por eso, no será raro que los adolescentes manifiesten sus deseos de salir y requieran, en vez de reglas sobre lo que no pueden hacer, más bien consejos que les brinden formas seguras de socializar en persona, de nuevo.

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Reunión ideal

Las pautas para las salidas deben provenir de los acuerdos entre la pareja, es decir, los padres, siempre valorando las circunstancias de cada cita. Para Toyi Espín de Jácome, psicóloga y terapeuta familiar, en primer lugar deben evaluarse cuáles encuentros son de importancia y a cuáles no deberían ir. “Los padres deben cerciorarse de a qué reuniones están invitados sus hijos. Si esta excede el aforo recomendado, es mejor no exponerlos”.

Asimismo, Datta Munshi, pediatra norteamericana, sugiere a continuación involucrar a los chicos para que identifiquen juntos qué es lo más importante para ellos durante la salida, como por ejemplo, una celebración. Esto puede ayudar a reducir el itinerario de los agasajos y, con ello, limitar los riesgos.

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En todo caso, trate de mantener un registro de dónde y cuándo su hijo asiste a un sitio, identificar sus contactos y verificar con otros padres si están siguiendo las pautas pertinentes para reducir el riesgo de infección.

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) siguen recomendando evitar grandes eventos y reuniones numerosas. Consideran que las juntas de grupos reducidos (con familiares y amigos con los que se socializa habitualmente) pueden ser las más apropiadas, siempre y cuando se cumplan las medidas de bioseguridad pertinentes: mascarilla, distanciamiento en espacios públicos cerrados y lavado de manos con regularidad.

Si la cita es con personas con quienes no convive, es más seguro planificar actividades al aire libre, como un pícnic, jugar fútbol en un patio o disfrutar de una parrillada. Todo esto siempre evitando lugares muy concurridos y con mala ventilación e higiene. Igualmente es menos probable la exposición al coronavirus si se limita la cantidad de tiempo que pasa con otros.

“Una reunión ideal siempre se va a dar siguiendo las normas de bioseguridad; estas no son negociables”, opina Jácome.

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Miedo a raya

Si bien es cierto que las estadísticas de infectados y muertes por COVID-19 están disminuyendo, lo que genera una sensación de tranquilidad y seguridad para nuestras rutinas, esto no equivale a decir que la pandemia terminó.

Para algunos adolescentes, la idea de salir y socializar en persona nuevamente podría resultar abrumadora.

Al respecto, la terapeuta aconseja no caer en sensaciones de ansiedad o estrés ante esta situación: “Los padres deben ejercer un autocontrol en sus emociones para no afectar a sus hijos con estas emociones insanas”. Si usted puede mantenerse tranquilo, ayudará a que el menor se sienta más calmado.

En ese sentido, agrega Espín, ayuda mucho comentar casos y testimonios muy cercanos a la familia de conocidos y seres queridos que murieron por no tomar las medidas recomendadas para esta situación. Todo esto con la finalidad de concientizar a los miembros del grupo familiar sobre el riesgo de enfermar si no se siguen las recomendaciones.

Podría darse el caso de que a algunos menores, por otro lado, aún les represente temor reanudar las actividades normales, justamente como ir a pasear o asistir a reuniones. Los padres, miembros de la familia y otros adultos de confianza pueden ayudar a su ser querido a comprender lo que temen.

Los adolescentes afrontan mejor las situaciones si les habla sobre lo que está sucediendo y de cómo se sienten al respecto. Además, es bueno hablar con ellos sobre de dónde obtienen su información y qué tan confiable es. No olvide asegurarles que están a salvo, que puede acudir a usted cuando se sientan angustiados; comparta con ellos cómo maneja su propio estrés para que puedan aprender a lidiarlo como usted.

De esa manera, cada hogar experimentará una agradable transición, del toque de queda al encuentro saludable. “Se debe ir experimentando de a poco, como con visitas entre los parientes que viven distantes, que por acuerdos decidieron rencontrarse. Solo así vencerán el miedo y experimentarán el camino hacia la nueva normalidad que todos deseamos.”