Es común que, pasado un tiempo, empecemos a encontrar detalles que no nos agradan del todo de nuestras parejas: ¿por qué come de tal manera?, ¿por qué se viste de esa forma?, ¿por qué quiere que salgamos a cada rato? (o, lo contrario, ¿por qué solo desea quedarse en casa?). Y así, la lista sigue.

Esos supuestos defectos no aparecieron de la noche a la mañana. Lo más probable es que siempre estuvieron allí, solo que, una vez superada la etapa de limeranza, o el enamoramiento inicial como tal, recién los notamos.

En esa fase, complementa el sexólogo Rodolfo Rodríguez Martínez, se percibe en gran medida solo lo positivo de nuestras parejas. “Los defectos o detalles molestos suelen enmascararse con el amor y atracción por el ser querido”. Pasado el año y medio, hasta dos años, las parejas se enfrentan con sus propias realidades.

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“Cuando las personas estamos recién enamoradas, estamos en la fase en que todo lo vemos perfecto, pero cuando se acaba ya vemos a la persona como es tal cual, y esa es la fase en donde las parejas llegan a acuerdos, se ponen límites, se vuelven más tolerantes el uno al otro y salen adelante”, recuerda la psicóloga clínica Sonnia Navas.

Pero llega a ser frecuente que esos acuerdos no se den; entonces, una de las dos partes emprende el tentador camino de querer cambiar al otro, en el aspecto que le molesta; o, en otros casos, querer criarlo a su imagen y semejanza, para su propio agrado.

Pero, bajo ningún motivo, esto es recomendable.

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¿Cambiar o no a nuestras parejas?

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Las parejas que se toman ‘años sabáticos’ de su relación

En una pareja estable es saludable que ambas partes voluntariamente vayan haciendo ajustes y buscando términos medios para cultivar su relación.

“Cada persona tiene ya definido un tipo de personalidad; intentar cambiarla es generalmente complicado. Lo que hacen muchas veces las personas es someterse a una situación que no les agrada, callarse o disimular. Pero eso tarde o temprano explota”, indica Navas, magíster en Terapia Familiar Sistémica.

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Es posible que uno desee modificar los hábitos de su ser querido con las mejores intenciones, si considera que son negativos. “Existen métodos para persuadir, modificar o inducir cambios en una persona, y usualmente son conducidos por especialistas. En caso de no contar con esa acreditación, se podría caer en la manipulación”, explica el psicólogo Rodríguez.

Y la manipulación en la pareja, aunque pueda generar resultados en el corto plazo, no será sostenible en el tiempo. Es más, podría empeorar la crisis entre ambos. “Por lo general se apunta a querer cambiar lo malo, cuando lo positivo necesita ser también puesto en perspectiva para sostener el proceso y guiar a la pareja para un cambio realmente positivo y, sobre todo, saludable”, dice el sexólogo.

Es más, añade la terapeuta Navas, podría caer en una situación de abuso, en especial si uno impone los cambios sin la voluntad del otro. “Meter mano a la vida de otra persona para generarle algún cambio, si la otra persona no quiere, es terrible. Cada persona tiene la libertad de escoger en qué momento genera un cambio personal... Entrenar a la pareja para ayudarlos a hacer lo que creemos que es una mejor versión de sí mismo es un proyecto complicado y peligroso”.

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Modificar a la pareja porque hay vicios, adicciones y más

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Ahora, si hay un componente de la pareja que está causando dolor o malestar al otro, evidentemente es un tema que debe ponerse sobre la mesa y comunicarse de forma asertiva, con empatía. Así la pareja deseará de modo voluntario modificar la parte que genera daño y mejorar.

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En este caso, lo mejor es contar con la asesoría de la terapia de pareja, para con mejores herramientas trabajar las diferencias, implementar las mejoras y, sobre todo, consolidar los lazos afectivos que los lleven a estar juntos por más tiempo.

Detrás de moldear a la pareja podría haber una razón de fondo más preocupante, como una adicción o un vicio. Estos son indicadores de alerta que no deberían pasar desapercibidos; de hecho, con el tiempo tienden a no desaparecer. Son los llamados red flags, señala Rodríguez Martínez.

De darse esta circunstancia, debe intervenir un especialista en adicciones, en conjunto con un equipo multidisciplinario para un correcto manejo del caso de forma individual y de pareja.

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Crisis de roles en la pareja

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Puede suceder que los conflictos también se deban a las proyecciones que tenemos de hombre o mujer ideal, resultado de los vínculos con nuestros padres y madres. “Dicho malestar suele estar más asociado al rol de padre o madre en la crianza de los hijos en el entorno familiar. Aunque en algunos casos, cuando son pareja sin hijos, suele manifestarse en los quehaceres domésticos o responsabilidades a la hora de establecer proyectos de vida o metas en la relación”.

Rodríguez nota que los roles dentro de la pareja siguen estructurados por un tinte machista: el hombre es el macho, proveedor, protector; la mujer atiende a los hijos, se encarga de la casa o detalles de crianza y, en el mejor de los casos, trabaja, pero gana menos.

“Afortunadamente, estos constructos se encuentran en proceso de cambios, lo cual está generando en algunas parejas conflictos”, agrega el especialista . Por eso, es vital reconocer la importancia de la “personalización de la relación”, que implica que cada parte asume un rol y lo potencia con el otro para hacer un trabajo en equipo en los diferentes ámbitos de la vida de la pareja.

Y para ello, puntualiza Rodríguez, se deben considerar “roles a nivel económico, social, familiar, crianza, sexual, religioso... Y esto aplica en todos los tipos de pareja, independientemente de su género y orientación sexual”.

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‘¿Y si el problema no es el otro, sino yo?’

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La clave en este tema es la intervención terapéutica, porque suele encontrarse que más bien el individuo que exige los cambios de su pareja realmente está proyectando falencias y otro tipo de necesidades que no se han identificado. Todo esto debe ser evaluado por un profesional de la salud mental.

“Existen muchos casos de mujeres que tienden a solicitar este tipo de cambios. Y las parejas por lo general son consideradas, en vez de pareja, un ‘hijo más en la casa’. Es aquí donde encontramos Edipos no resueltos con el vínculo materno y temas con la familia que persisten en interacción conflictiva en la pareja o familia principal”, apunta el psicólogo entrevistado.

Navas además observa que querer moldear a la pareja es signo de que uno no ha hecho un proceso de madurez como se espera en adultos: estamos ante una persona insegura, con sentimientos de posesión, egoísta y que, en última instancia, no respeta a su ser querido.

No somos clones: cada uno tiene su estilo de vida, sus sentimientos, sus opiniones... Cada persona tiene sus características, sus rasgos, su personalidad, y lo que el otro puede hacer es compartir una opinión, cuando se la piden. Pero eso de que una persona moldea al otro, si estamos hablando de personas adultas, me parece invasivo y no creo que sea algo que beneficie a la relación”.

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El cambio es personal y voluntario

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“Así te enamoraste de mí, ¿para qué me quieres cambiar ahora?”, suele ser un argumento que frustra al que quiere moldear. Y, por lo general, resulta en el arma para evitar un cambio que favorezca a ambos, siempre y cuando curse un proceso constructivo, como los que asesore un terapeuta.

El razonamiento anterior también les cierra las puertas a ambos, dice Navas, porque los seres humanos cambiamos todos los días: “En realidad, cada idea nueva, cada proyecto nuevo, cada opinión nueva, nos cambia”.

Pero los cambios de fondo solo surgen por decisión propia, nunca forzados por alguien más. Y ni siquiera “por amor”, aclara el psicólogo Rodríguez. “Si es propio el deseo o convicción del individuo, el cambio podríamos decir que viene de su autoestima”. El amor por el otro solamente no bastará.

En esta medida, el individuo debe considerar la capacidad de racionalizar los aspectos por mejorar, la flexibilidad y el compromiso personal; y luego con el otro, para establecer dicho fin, dice Rodríguez Martínez. “El amor es una parte de la estructura de la sexología, la cual corresponde a la función erótica. Suman una triada: comunicación, placer y amor. Por este motivo, así como un trípode, es necesario un trabajo completo para que dichos cambios o mejoras realmente prevalezcan en el tiempo”. (F)

Fuentes: Sonnia Navas, psicóloga clínica y magíster en Terapia Familiar Sistémica. Teléf.: 098-978-4505. Rodolfo Rodríguez Martínez, psicólogo- sexólogo (psic.rrodriguezm@gmail.com).