Tal vez llamar al otro “loco” es más fácil que tratar de entender los matices de su posible problema de salud mental, y de su sufrimiento.

El término “loco” también se usa cuando no entendemos por completo el punto de vista del otro, su manera de expresar sus emociones o su conducta.

Hay pasos que podemos tomar para ir borrando el estigma de las enfermedades mentales y construir un ambiente de empatía, comprensión y conexión.

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Estos son los postulados del doctor Michael Friedman, psicólogo clínico, coach y cofundador de Hardcore Humanism, un programa diseñado para ayudar a la gente a identificar y alcanzar su propósito de vida.

“Parece que se ha convertido en un pasatiempo nacional llamarnos locos”, observa Friedman. Una palabra que inicialmente se usaba para quienes sufrían de enfermedades mentales, pero también para quienes por alguna razón nos parecían fuera de sí, irracionales o peligrosos.

Y es la palabra central del estigma de las enfermedades mentales. Históricamente, no nos ha interesado tanto que la persona padezca depresión, ansiedad o psicosis. Está loca, y punto.

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“Es deshumanizante y no ayuda”, dice Friedman. “Nos da cero entendimiento de los procesos por los cuales un individuo piensa sobre el mundo, experimenta emociones o se comporta. Y una vez que hemos descartado y deshumanizado a alguien, se nos hace más difícil entenderlo, conectarnos o ayudarlo”.

¿Qué decir, entonces, cómo hablar de la posibilidad de una enfermedad mental? El psiquiatra y terapeuta Germánico Zambrano Torres comenta que desde el campo científico y académico se trata de desanimar al uso de las palabras loco y locura, que llevan una fuerte carga peyorativa.

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“Tratamos de posicionar otro tipo de palabras. Hablamos de trastornos mentales o enfermedades mentales, para homologar con lo que sucede con otros sistemas del ser humano”.

Trivialización y descalificación de las enfermedades mentales

Como si el uso de la palabra loco no fuera bastante malo en el contexto de una enfermedad, Friedman recalca que se ha convertido en un arma contra aquellos a los que simplemente no entendemos.

¿Alguien en la familia tiene una inclinación política diferente? Está loco. ¿El cónyuge se enojó y no sabemos la causa? Loco. ¿Un amigo ya no está disponible porque ha encontrado una afición o causa que lo tiene ocupado? Se volvió loco, demente, chiflado.

“Es una decisión curiosa”, opina Friedman. “A nadie le gusta que lo llamen loco, pero rápidamente nos referimos a otro así, cuando nos conviene”. ¿Por qué lo hacemos? Tal vez la respuesta más rápida y visceral, dice el psicólogo, es que nos enfrentamos a algo o a alguien al que no podemos entender, y eso nos hace sentir incómodos. No sabemos por qué nos sentimos así, pero sí sabemos que no nos gusta, y atacamos. Todo lo que nos hace sentir mal, tiene que ser una locura.

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Como este es un juego emocional que lleva mucho tiempo entre nosotros, hemos creado, elabora Friedman, una cultura en la que hay gente “loca” y gente “normal”. Nosotros estaríamos en el segundo grupo, y todo el que no está en nuestra sintonía queda en el primero. Los locos son marginados, burlados y silenciados. Los sentimientos, pensamientos y conductas de los normales son válidos y reciben apoyo.

El peligro es que sabemos que cada uno de nosotros, aunque nos creemos normales, podríamos ser considerados “locos” en algún momento de nuestras vidas. Nunca estamos seguros. Y por eso tratamos de bloquear la sensación de ansiedad, depresión o ira, en vez de manejarlas o pedir ayuda, completando así el círculo del estigma de las enfermedades mentales. Para no ser considerados locos, evitamos recibir el tratamiento que necesitamos.

¿Qué hacer para quitar el estigma de la enfermedad mental?

Primero, podemos decidirnos a dejar de usar la palabra que motiva este artículo, ni sus sinónimos. Esto puede parecer inútil, dice Friedman, “pero cuando estamos tratando de cambiar una conducta, es mejor empezar por un enfoque simple.

Foto: Shutterstock

No será fácil. Como dejar ciertos hábitos que nos parecían placenteros, como el alcohol, el cigarrillo o el azúcar.

Luego deberemos enfrentar esas situaciones en las que nos sentimos tentados a llamar locos a los otros. Examinar la forma en la que tratamos nuestras emociones cuando nos enfrentamos a algo que nos causa incomodidad o estrés. En vez de atacar, trataremos de entender por qué nos afecta tanto lo que el otro dice o hace. No pondremos la culpa en él o ella. Nos enfocaremos en entendernos a nosotros mismos.

Finalmente, cuando entendamos lo que sentimos y su motivo, podemos acercarnos a la persona a la que llamábamos loca con interés genuino, ya no con rechazo. Escucharemos primero y preguntaremos después, en vez de juzgar primero y no preguntar. Este es el diálogo constructivo.

“Cuando seamos más abiertos a nuestras emociones y perspectivas, y las de otros, podremos reemplazar el término ‘loco’ con mejores palabras, más útiles y descriptivas, que expliquen la experiencia del otro. Cuando lo veamos llorar incontrolablemente, sabremos que está en duelo o en soledad. Si está enojado, podremos saber que en el fondo está lastimado. Y si está obsesionado con un sueño, podremos entender que sus experiencias lo han llevado hasta allí”, propone Friedman.

Llamar al otro loco elimina toda posibilidad de una conversación. Dejar ese hábito puede abrir un diálogo en el cual podemos ser diferentes, pero aún estar conectados e incluidos. (F)