Ya no se tiene COVID-19, la infección. Pero tras ella viene, en ocasiones, un recordatorio, el COVID-19 largo o persistente (long covid), una enfermedad que se siente como fatiga, debilidad, dolor de cabeza y de las articulaciones, además de alteraciones cognitivas.

En algunos casos, alguien pasa la enfermedad y deja de ser contagioso y de tener síntomas respiratorios, para empeorar días después con los síntomas ya descritos. Meses después, pueden presentar también alteraciones cognitivas, especialmente de la memoria.

“Es importante atajar estos síntomas cuanto antes, ya que pueden ser el preludio de la COVID19 larga”, dice Gorka Orive, investigador y profesor asociado de Farmacología en la Universidad del País Vasco.

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Según un estudio de dos investigadores de la Universidad de Yale, los efectos neurológicos también pueden aparecer, a pesar de que el virus sea considerado un patógeno respiratorio. Se percibe como confusión, falta de concentración, dolores de cabeza, alteraciones sensoriales y depresión, que pueden permanecer por meses.

La causa no está bien entendida, pero la evidencia que hay señala a una respuesta inmunitaria alterada e inflamación en el sistema nervioso central o periférico. Por eso se reconoce al COVID-19 como una enfermedad que puede afectar múltiples sistemas, como el de los riñones, el tracto gastrointestinal, el corazón y el cerebro.

¿Cómo puede un virus respiratorio como el SARS-CoV-2 dar lugar a problemas neurológicos crónicos?, se pregunta Orive. Tres posibilidades: 1. La infección llega al cerebro. 2. Se produce autoinmunidad. 3. Hay efectos inflamatorios de la infección general (lejos del cerebro).

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¿Y los problemas gastrointestinales? Un estudio del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad Estatal de Nueva York en Brooklyn encontró proteínas del SARS-CoV-2 en la mucosa intestinal tres meses después de la infección, provocando dolor abdominal y otros trastornos.

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Frente a esto, países como Finlandia consideran que el COVID largo podría llegar a ser una enfermedad crónica y requerir, con el tiempo, unidades médicas poscovid.

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En Guayaquil, cinco profesionales nos comparten sus experiencias con los efectos a largo plazo (de 3 a 6 meses de la infección) en ellos o en sus pacientes, y expresan sus preocupaciones, pero también sus esperanzas de haber dejado atrás lo peor de la pandemia.

Secuelas a mediano y largo plazo: María Luisa Jara Alba, gastroenterología

Hace casi dos años que me infecté con COVID-19 (marzo 2020). Presenté neumonía, parece que fue hace mucho tiempo. Y recordar el temor y la angustia que sentí en esos momentos es aún difícil.

Dra. María Luisa Jara, gastroenteróloga. Médico de El Especialista. Foto: Cortesía. Foto: El Universo

En este punto de la pandemia, de lo que se va descubriendo del virus, sabemos que la infección por COVID-19 no se cura simplemente y se va; sino que ocasiona una especie de cortocircuito en nuestro cuerpo, que nos sigue afectando la vida en diferente manera y magnitud; atacando tal vez nuestra parte más vulnerable.

En mi caso, como me compliqué con neumonía, presenté ahogo y mucho cansancio, que me duraron casi tres meses. Recuerdo que cada vez que subía las escaleras al primer piso del hospital (para pasar visita) al principio sentía ahogo y palpitaciones, me detenía a mitad de camino y tenía que sacarme la mascarilla tratando de respirar mejor, descansaba unos minutos y continuaba... Sentía angustia y a la vez vergüenza por estar así; antes subía hasta el tercer piso sin ningún problema, y ahora llegaba solo a la mitad de uno, me aterraba quedar así. Gracias a Dios, con el tiempo lo superé.

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Siempre he padecido de migrañas ocasionales; luego del COVID-19 estas empeoraron, y las crisis que antes duraban tres días ahora duran una semana. El dolor cede poco o casi nada con la medicación; duele incluso abrir los ojos, y se acompañan además de mareo. Mi última crisis fue hace un mes. Estoy tratando aún de superar esto.

Es importante mencionar que podemos ser sobrevivientes de la infección del COVID, pero a ciencia cierta, no sabemos realmente la magnitud del daño que este virus ha dejado en nuestro cuerpo; por lo que nuestra lucha por sobrevivir no termina allí.

La infección por COVID-19 ocasiona una especie de cortocircuito en nuestro cuerpo, que nos sigue afectando en diferente manera y magnitud; atacando tal vez nuestra parte más vulnerable.

El coronavirus vino a cambiar nuestra vida. Como médicos, cada vez que atendemos a algún paciente con COVID, en cierto modo recordamos lo que vivimos nosotros mismos como pacientes.

Mantengámonos alertas y sigamos cuidándonos, no bajemos nuestra guardia. No nos confiemos de un “ya me infecté y estoy bien”, “no sentí nada”; ahora sabemos que aunque la infección sea leve en teoría, pueden presentarse luego otras complicaciones (secuelas) que van a afectar nuestra vida. Nuestra lucha por sobrevivir y vencer al COVID es aún larga.

Pérdida del olfato, el gusto y la voz: Francisco Plaza Bohórquez, ginecología

A mediados de abril de 2021, antes de vacunarme, me infecté y me enfermé por COVID-19, con PCR-RT positiva. Mi sintomatología fue de tipo digestivo, muy aguda, a tal punto que me deterioré en mi estado general rápidamente.

Francisco Plaza Bohórquez, ginecólogo y mastólogo, aún experimenta efectos después de la infección por coronavirus. Foto: Ciccio Verni

Fui tratado por capacitados colegas, como el doctor Alfonso Tafur Briones y el doctor William Oliveros, para quienes expreso mi eterna gratitud, con todos los recursos de que se disponía en el momento, destacando el uso de suero de convalecientes y tocilizumab.

La TAC pulmonar de control arrojó un CO-RAD 4 (severa afectación pulmonar), aunque no tuve mayores síntomas de tipo respiratorio. Pero gracias al Supremo Hacedor, los cuidados familiares y al tratamiento acertado de los colegas, pude recuperarme, anotando, eso sí, que he quedado con secuelas que persisten.

1. Cansancio fácil de moderado a leve.

2. Dolores articulares, en especial de la cadera y extremidades inferiores, que se acentúan por las noches.

3. Pérdida del olfato y del gusto, que me duró varios meses.

4. Ligera disfonía (pérdida del timbre de voz), la cual persiste, ya que en la primera semana fue muy aguda y evidente.

Por todo lo expuesto, es probable que se trate de un COVID largo, y solo el tiempo permitirá saber si la recuperación será total o no en algún momento.

Fatiga y dolor articular: Dr. Pablo Torres, alergología

Me enfermé con COVID-19 al inicio de la pandemia (2020). En ese momento nos preocupamos bastante en casa. Fue un cuadro respiratorio moderado a grave, con falta de aire importante y tos seca difícil de controlar. La evolución fue muy favorable, no necesité atención hospitalaria y los síntomas duraron aproximadamente 20 días.

Pablo Torres, médico alergólogo. Sus síntomas se extendieron 3 meses después de la infección por COVID-19. Foto: Cortesía

Después de haber pasado el periodo de infección, pude salir del aislamiento y pensé que estaba todo normal. Personalmente, presentaba bastante falta de aire cuando realizaba cualquier tipo de actividad física de medianos esfuerzos, que duró por lo menos tres meses después del COVID-19; sumado a un dolor articular importante en la región de la cadera, que duró igualmente tres meses después de haber enfermado.

Poco a poco fui recuperándome. Y, actualmente, casi después de dos años, solamente quedan los recuerdos del inicio de la pandemia.

No he vuelto a infectarme con coronavirus y, al parecer, no tengo ninguna secuela física a largo plazo relacionada con esta enfermedad.

Piel extremadamente seca: Dra. Marcela Ricaurte, dermatología

Después de haber enfermado con COVID-19 al inicio de la pandemia, presenté algunas secuelas transitorias que duraron alrededor de seis meses. Los resultados fueron la pérdida del olfato (poco a poco lo fui recuperando), falta de aire cuando realizaba actividades de esfuerzo físico y piel extremadamente seca.

Marcela Ricaurte, médica dermatóloga. Enfermó con COVID-19 al inicio de la pandemia (2020). Foto: Cortesía

Visité a algunos colegas especialistas que me ayudaron a mejorar todas estas secuelas respiratorias, cutáneas y del olfato hasta estar 100 % recuperada. Fue muy importante seguir las orientaciones y tratamientos de rehabilitación posteriores al COVID-19.

Quedan los recuerdos de un cuadro moderado de COVID-19. Gracias a la vacunación, no he tenido ningún otro problema relacionado con la enfermedad.

‘No tengo secuelas, pero las veo en mis pacientes’: Dra. Gabriela Altamirano, medicina interna y geriatría

En esta pandemia me dio COVID-19 dos veces, ambas muy leves y sin mayores secuelas. Estoy vacunada y la he pasado bastante bien. Como médico geriatra me ha tocado la atención de pacientes adultos mayores, sobre todo personas con dificultades para la movilización, cuyas familias me piden que sean atendidos en casa, ya sea porque en los hospitales se complica que alguien acompañe al enfermo o porque no desean terapias extraordinarias, como la intubación.

Gabriela Altamirano, médico internista y geriatra, observa secuelas de COVID-19 en sus pacientes adultos mayores. Foto: Cortesía

Esto tiene muchas limitaciones. Los pacientes adultos mayores suelen tener mal estado nutricional, problemas previos, deterioro cognitivo; tienen dos o más enfermedades. Su medicación es compleja, toman cuatro, cinco o más fármacos.

Hago la diferencia entre dos tipos de secuelas. Las del COVID-19 y aquellas en relación con la pandemia. Entre las primeras, hay síntomas más intensos y por mayor cantidad de días, predisposición a desarrollar neumonía por COVID más neumonías bacterianas.

Pero la pandemia tiene otros efectos. Los ciudadanos mayores viven recluidos en casa, reciben pocas visitas familiares, han quedado solos, a expensas de un cuidador, con cada vez menor interacción social; no los llevan a sus citas médicas por temor a que se contagien de COVID-19. Eso ha favorecido los problemas cognitivos, en especial de la memoria. Esta es la cara oculta de la pandemia en el adulto mayor; no solamente el deterioro de la salud física (desnutrición, complicación de enfermedades preexistentes), sino la afectación mental, depresión y ansiedad. Tal vez no fallezcan por COVID, sino por una diabetes mal controlada, que lleva dos años sin la medicación adecuada. Por donde se lo vea, el adulto mayor ha salido perdiendo con la pandemia. (I)