La sintiencia es la capacidad de los animales de sentir dolor, ansiedad y sufrimiento, físico y psicológico. Una criatura sintiente, dice, tiene al menos parcial habilidad para relacionarse con su propia especie y con otras; recordar y aprender algo; tomar decisiones con base en la evaluación de riesgos y beneficios; tener cierto rango de emociones y algún grado de conciencia de sí mismos.

Entre esas emociones se cuentan el dolor y el placer, la comodidad e incomodidad, aburrimiento y entusiasmo, abatimiento y alegría, como compartió la bióloga Ana Dávila, máster en comportamiento animal aplicado y bienestar animal, y una de los 12 ponentes locales e internacionales que disertaron sobre derecho animal, violencia y trato ético durante el quinto Encuentro Animalista Nacional de Ecuador, realizado en la Universidad Casa Grande, en Guayaquil, el pasado 16 de julio.

Que los humanos, por afinidad, por domesticación o por algunos factores en común, se piensen más cercanos a ciertas especies como perros, gatos, caballos o primates, no evita que otras especies con las que tienen menor contacto o conocimiento (peces, reptiles, aves) sean sintientes.

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“Nunca sabremos en realidad lo que siente otro ser, ni siquiera entre humanos”, explica Dávila, y menciona que a menudo, en nuestro intento de entender, tendemos al antropomorfismo, atribuir características humanas a las otras especies. “No hay evidencia que lo soporte”. Los animales no pueden comunicarnos (solo conjeturamos parcialmente) sus estados subjetivos.

Para poder tener evidencia que pueda ayudarnos en la protección de los animales, la bióloga recomienda recurrir a dos fuentes: los estudios científicos y la legislación y regulaciones para el manejo de las especies.

“Tenemos la neurociencia, que es el estudio del sistema nervioso; la psicología comparada, que estudia el comportamiento y los procesos mentales de los animales; la biología evolutiva, que estudia el desarrollo de la vida a través del tiempo y el bienestar animal, cuya meta es desarrollar los métodos para mejorar la calidad de vida”.

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¿Cómo reaccionan los animales? No basta con que el animal reciba un estímulo (positivo o negativo). También hay que tener en cuenta su contexto, el entorno en el que se desenvuelve. El animal usa lo que sabe o ha aprendido, el impulso que tiene para buscar lo que percibe como una recompensa o para evitar un castigo, y la actividad de su sistema nervioso (ritmo cardiaco, temperatura, hormonas). De acuerdo a ello, será su respuesta.

Ahora, especifica Dávila, el 99 % de estos estudios sobre las emociones animales se han realizado en vertebrados, y el 92 % son solo en mamíferos. En la mayoría se evalúan únicamente el sufrimiento y el dolor. “El peso de las pruebas indica que los humanos no son los únicos que poseen los sustratos neurológicos que les generan la conciencia de sí mismos: los mamíferos y aves y muchas otras criaturas, como los pulpos también poseen esta característica (Declaración de Cambridge de 2012)″.

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Evidencias de sintiencia en distintos grupos de animales: las ratas y ratones pueden mostrar empatía hacia otros de su especie. Las ovejas pueden reconocer rostros de caras familiares en imágenes en 2D. Los chivos pueden reconocer los llamados de sus crías, hasta 17 meses después de ser separados (tiempo que duró el estudio). Los cerdos pueden tener rondas de juegos en que combinan los saltos y el combate. Pero no son los únicos. De 27 órdenes de aves estudiadas, en 13 se reportaron patrones de juego, y los cuervos grandes son capaces de juego sincronizado. Las vacas experimentan angustia al separarse de sus crías, y estos rasgos no desaparecen hasta que se las devuelven, describe Dávila. “Los periquitos se contagian de bostezos, lo cual es un marcador de empatía”.

Los peces no están exentos. El pez conejo puede comunicar, señalar y actuar en beneficio mutuo. Los peces arquero, que tienen la capacidad de escupir, aprendieron a apuntar solo a ciertos rostros, cuando se les ofrecía una recompensa. Los peces cirujano manejan mejor el estrés después de un masaje con cepillos colocados en el tanque (aprendieron por dónde tenían que pasar para estimularse). Las truchas sienten dolor al comer un animal con espinas. Las iguanas y tortugas, parte del mercado de mascotas, pueden tener emociones negativas cuando son manipuladas. Sobre los insectos hay muy poca información.

Los pulpos tienen un sistema nervioso altamente complejo, y son considerados seres sintientes por la Declaración de Cambridge. Foto: Shutterstock

El dolor agudo en los animales se puede medir a través de la escala Grimace (o escala de muecas), aplicable a gatos, conejos, ratones y caballos, entre otros, en los que se observan los gestos de los ojos, la posición de los bigotes y la nariz, que cambia según la medida del dolor.

Tomando en cuenta todo esto, Dávila defiende que en caso de amenazas graves y negativas para los animales, la falta de información y, sobre todo, de consenso sobre la sintiencia de los animales no debería ser usada como excusa para posponer las medidas para evitar esas consecuencias.

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¿Y cómo deben actuar los humanos ante el sufrimiento animal?

La sintiencia de los animales tiene para los humanos una relevancia moral, trátese de especies domésticas o silvestres, es el postulado de Óscar Horta, filósofo y activista antiespecista español destacado en el campo de la ética animal, quien intervino también durante el Encuentro Animalista Nacional.

Él resume la sintiencia como la capacidad de tener experiencias que pueden ser positivas o negativas, y de ser afectados para bien o para mal por las acciones de otros individuos, y que la fisiología incide en esa capacidad de sentir: una criatura que posee un sistema nervioso centralizado.

Entonces, nuestras consideraciones morales hacia los animales deberían tomar en cuenta si con nuestras acciones les causamos beneficio y no daño. Pues si en un futuro nosotros, como humanos, perdiéramos de forma irreversible nuestras altas capacidades cognitivas, pero siguiéramos vivos, siendo seres sintientes, ¿nos sería indiferente lo que nos suceda de ahí en adelante? “La respuesta es que no”, reflexiona Horta, “porque es la sintiencia lo que tendríamos en cuenta, no las capacidades cognitivas complejas que, sin embargo, son utilizadas para defender posiciones especistas”.

Y si fuera la sintiencia lo que perdiéramos, la capacidad de experimentar, interactuar y reconocernos, aunque nos garantizaran permanecer con vida con la ayuda de recursos externos, el activista opina que muchos lo rechazaríamos como una forma de vida que no merece la pena, “porque es la sintiencia lo que tomamos como relevante para saber si estamos ahí o no, qué cosas son valiosas o no”.

Marcha Oficial por los Derechos de los Animales, en San Diego, Californa, 2019. Foto: Shutterstock

Entonces podemos, argumenta, defender a todos los seres sintientes (que no son todos los animales, pero sí la mayoría), independientemente de las capacidades cognitivas que posean. Y aun en el caso de los invertebrados, como ocurre con las abejas, las señales de capacidad cognitiva compleja sugieren la sintiencia. Los pulpos tienen un sistema nervioso sumamente complejo. Y otros tienen sistemas nerviosos parcialmente centralizados, como los insectos y crustáceos.

Y esto tiene grandes implicaciones para los animales más explotados por los humanos, que son los acuáticos. “Se estima que el número de vertebrados explotados y matados cada año podría estar entre 1 y 3.000 millones, y el 90 % de ellos son peces”. Pero el mercado de crustáceos y de insectos crece. “Y, sin embargo, no recibe ninguna o muy poca atención por parte de los defensores de los animales”. Por eso la propuesta de abordar el tema desde la sintiencia es importante, insiste Horta. “La sintiencia no es arte de magia, es producto de una fisiología que lo permite”. (I)